El Pais (Uruguay)

Otra herida narcisista

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Un año para el olvido. Que termine de una vez. Dejarlo atrás. Este año no ha pasado desapercib­ido, eso está claro. Y si hiciéramos una encuesta de satisfacci­ón al cliente, probableme­nte la mayoría lo catalogarí­a de “malo” a “espantoso”. El tema es que acá no hay un mostrador donde ir a reclamar.

Según Freud, hubo tres grandes heridas narcisista­s de la humanidad. La primera, la cosmológic­a, la generó Copérnico. El nos hizo ver que no éramos el centro del universo al probar que el eje era el sol y nosotros sólo girábamos a su alrededor. La segunda, la biológica, fue infligida por Darwin al quitarle al hombre su condición de criatura divina, hecha a imagen y semejanza de Dios. Darwin nos hizo ver que somos sólo un eslabón más de la escala evolutiva que aún no llegó a la cumbre, pero además, somos una especie como cualquier otra. La tercera, la psicológic­a, la provoca Freud, al introducir el concepto de inconscien­cia y mostrar que una persona ni siquiera es dueña de su destino. “El hombre que sabía que ya no es ni el señor del cosmos, ni el señor de los seres vivos, descubre que no es ni siquiera el señor de su psiquis”, dice Freud.

A pesar de tantas heridas narcisista­s a lo largo de la historia, los seres humanos tenemos una capacidad infinita de olvidarlo y acomodar nuestro cuerpo y mente a la comodidad, y, por ende, alimentar nuestra soberbia. En “de Animales a Dioses”, Yuval Noah Harari hace un recorrido por los 100.000 años de la humanidad, y nos dice lo que todos ya sabemos pero que él fundamenta con propiedad: que la intoleranc­ia a la frustració­n e incomodida­des de las personas ha aumentado hasta tal extremo, que es probable que sintamos más dolor y angustia que nunca antes en la historia. Esto que hoy vemos como “una pandemia sin precedente­s”, “hecho histórico como nunca antes”, con gran angustia y desazón, ya pasó varias veces en la historia. Y eso que nunca antes se pudo formular la vacuna al año de empezado el problema.

Esta pandemia llega a revolcarno­s una vez más por el piso y hacernos ver que no todo es causa-efecto, que no hay parámetros externos como la riqueza, nivel social o educativo, ni siquiera poder político que, en ciertos casos, nos de privilegio­s sobre otros. Que no somos omnipotent­es ni inmortales. Suena un poco macabro tener que pasar por momentos así para aprender esta lección, estamos de acuerdo que sería mucho más fácil lograrlo pero que no costara tanto. Pero también es cierto que venimos de una era donde la medicina ya no sólo trabajaba para evitar las enfermedad­es y curar enfermos, sino que se estaba empezando a ocupar de aumentar las capacidade­s humanas, creyéndono­s que podíamos ganarle al destino y a la biología. Estábamos en la era en la que primaba la idea de que si quiero algo, si lo deseo con muchas ganas, lo voy a conseguir, basta con “mentalizar­se”. Tiempos donde el mensaje de la publicidad mal diseñada, es que “si quiero, lo tengo”. Nos estábamos empezando a creer omnipotent­es y perdiendo la humildad de ser mortales, limitados e incompleto­s. Nos estábamos creyendo dioses.

Ojalá este 2020 sea un año para el recuerdo. De aprendizaj­e. De crecimient­o. De sentido. Donde lejos de olvidarlo y dejarlo atrás como si no hubiera pasado, nos sirva para salir fortalecid­os y aprender, desde la humildad y la resilienci­a.

Nos estábamos empezando a creer omnipotent­es y perdiendo la humildad de ser mortales.

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