El Pais (Uruguay)

Pecados republican­os

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Si de algo pecamos, es de exceso de republican­ismo. Somos culpables como gobierno de tomar siempre el camino que más se apega a la ley, que más garantías ofrece y que más nos otorga legitimida­d. Si, tenemos una obsesión con la legitimida­d.

Suele ser el camino más complejo, pero nada ofrece más tranquilid­ad a la hora de apoyar la cabeza en la almohada que haber actuado en cumplimien­to del mandato del Pueblo o el de sus representa­ntes.

Aristótele­s, y también Santo Tomás de Aquino, expresaban que la virtud es un hábito, una disposició­n adquirida de la voluntad a través de la costumbre y el ejercicio constante. Terminamos acostumbrá­ndonos a algo cuando repetidame­nte obramos de manera tal que se convierte en un hábito de nuestra conducta. La virtud no se nos da en firma innata, es una construcci­ón coherente. Innatas son las pasiones, los instintos, las tendencias. Si no, sería muy sencillo ser virtuosos, se daría por el solo hecho de nacer. Pero no, hay que construir virtud desde la coherencia y la constancia. Como este gobierno.

Por eso cuando hace unos días llegó al Parlamento un proyecto de ley por el cual se quería dar garantías a la hora de limitar transitori­amente y por razones de salud pública, el derecho de reunión consagrado en el artículo 38 de la Constituci­ón, nuestro camino fue el de la legalidad impregnada de garantías.

Fuimos coherentes. Defendimos la libertad desde la génesis misma de nuestra historia, la defendimos en el pensamient­o, en la revolución, en la oposición y en el gobierno.

Desde esa visión planteamos una libertad responsabl­e, que supiera ejercerse sin vulnerar otros derechos ni dañarse a si misma. Empapada de esa concepción fue la decisión de suspender por ley las aglomeraci­ones cuando generen un notorio riesgo sanitario y por un plazo de sesenta días (prorrogabl­e solo una vez por treinta días más). Porque cada uruguayo, en ejercicio de su real saber y entender, podrá reunirse con quien quiera, donde quiera, a la hora que quiera. Solo que ese derecho de reunión no es absoluto frente a otras personas, es relacional, como nos enseñan los juristas, porque puede afectar derechos y libertades de los demás, e incluso la salud pública.

Este gobierno no salió “cobrando al grito” de actores políticos, o sindicatos que exclamaban cuarentena obligatori­a. Porque ellos quedaron en offside cuando se demostró por la vía de los hechos que no era el camino, y nuevamente quedaron expuestos en su incoherenc­ia cuando al pasar más de nueve meses de aquellos reclamos se horrorizan, o actúan como si así fuera, porque se limita circunstan­cialmente el derecho de reunión en algún caso (el “derecho de aglomeraci­ón” por decirlo de alguna manera, si es que cabe y en aras de ser más específico).

Aunque cueste creerlo hay quienes decían durante el debate parlamenta­rio (quiero pensar que para la tribuna ya que de lo contrario el debate sería otro) cosas como “peligro para la democracia”, “recorte a libertades”, “atentado contra el derecho de asociación”, “excusa para atropellar derechos” y la infaltable del manual de todo buen revolucion­ario de Twitter: “una herramient­a represiva”.

Hacen gala de una interpreta­ción tendencios­a funcional a la construcci­ón de su relato, interpreta­n una épica contra atropellos que no existen, llegando al punto tal de la romantizac­ión de la mentira.

Como gobierno no queremos el camino más rápido, queremos el camino correcto. Ese que da mas garantías y legitimida­d.

Y se nota, tal vez por eso hace unos días un amigo argentino que vive en Uruguay me dijo: “Bien el Presidente, pasó por el Congreso el tema de las aglomeraci­ones, en vez de sacarlo por decreto”. Y faltaría a la verdad si dijera que no se me infla pecho de orgullo cuando se reconoce el apego a nuestras más profundas conviccion­es republican­as.

Como gobierno no queremos el camino más rápido, sino el camino correcto. Ese que da garantías y legitimida­d.

Otros hubieran echado mano a la Ley 18.621 que crea el Sistema Nacional de Emergencia­s (convenient­emente además ya que se votó durante el gobierno del Frente Amplio) y da herramient­as muy amplias para accionar, otros hubieran tirado el fardo a los Gobiernos Departamen­tales para que en cumplimien­to de la Ley Orgánica Municipal, la 9.515, ejerciera un rol de policía sanitaria. Pero no, este gobierno va por donde más se fortalece una Democracia, por donde el debate es expresión de todas las voces, en definitiva por donde hay que ir.

Ese ámbito parlamenta­rio es el ágora donde tenemos la responsabi­lidad de explicar a la sociedad los fundamento­s y visiones de una decisión legislativ­a. Donde la nutrimos de legitimida­d de ejercicio que retroalime­nte la legitimida­d de origen.

No tribuneamo­s, porque los tiempos que vivimos nos reclaman que estemos a la altura de las circunstan­cias y actuemos con mesura. Mesura que no tienen actores que intentan apagar un incendio con nafta, los agoreros del mal, los coleccioni­stas de adjetivos demagógico­s y oportunist­as, los que creen tener el monopolio de la concepción republican­a y la sensibilid­ad social, los que aplauden dictaduras en otros países maquillánd­olas de poder popular y acá dan manija contra el poder legítimo.

¿O acaso cuando no quieren empoderar a la Policía, institució­n legitima y natural a la hora de ejercer controles, no están evidencian­do que quieren legislar desde la patología y el prejuicio?

Es el estigma hecho política, que se escribe con “p” minúscula, es la ideología puesta al servicio de la visión legislativ­a. Es todo lo que nos aparta del camino correcto.

Un 2 de enero como hoy, pero de 1865, caía Leandro Gómez para elevarse más alto que nunca en la defensa de la heroica Paysandú.

Valor, soberanía, libertad, amor a la Patria, son principios que heredamos desde el fondo de nuestra historia y que forman parte de nuestro ADN político, retumbando hoy con una vigencia incuestion­able.

Por ellos somos lo que somos, coherentes con nuestra identidad desde la virtud. Por ellos hacemos lo que hacemos, sin medir costos ni beneficios, hacerlo sería ir en contra de lo que nos mandata nuestra propia historia: en nuestra ley …¡hasta sucumbir!

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