El caso de Cavani
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“Pido disculpas si ofendí a alguien con una expresión de cariño hacia un amigo, nada más lejano en mi intención”.
“... mi corazón está en paz,... me expresé con cariño de acuerdo a mi cultura y forma de vida”.
Así, sin rencor, se expresó nuestro compatriota Edinson Cavani al conocer el injusto fallo que sobre él recayó.
Dignidad de un alma noble y sencilla. De un oriental que nos enorgullece.
De una buena persona que, como miembro y partícipe de nuestras costumbres nacionales, ha pagado injusto tributo y en solitario,
Al “terrible pecado” de expresarse como todos nosotros lo hacemos sin que se nos condene por ello.
Para oprobio nacional, el mismo país que, con ejemplar nobleza humanitaria supo dar cobijo a una nave extranjera infectada de COVID-19, no ha sabido defender, ni en tiempo ni en forma, a uno de sus hijos que trabaja fuera de casa.
Tal vez ahora, como dice el tango, “vendrán caras extrañas con su limosna de alivio” al desamparo en que debió sentirse nuestro jugador. Es posible.
Solo que, aún prosperando la supuesta y para siempre tardía protesta, será tarde para el honor nacional, que intentaron mancillar al penar, en la figura de Cavani, el derecho que nos asiste al usar nuestras peculiaridades lingüísticas, por quienes, en su ignorancia de nuestras costumnbres, decidieron condenarlo sin molestarse en entender de qué iba la cosa.
Para mayor vejamen de nuestra independencia cultural y particular idiosincrasia, la única voz que se alzó en su defensa, y a nivel internacional, fue la de la Academia Argentina de Letras, es decir, de nuestros hermanos allende el Plata, a quienes debemos agradecerles el gesto.
Esa defensa entiendo que hubiese sido innecesaria, de haber reaccionado, con celeridad e independencia institucional, nuestro órgano competente.
Siento la amargura de haber desatendido a un compatriota, dejándolo en la estacada.
Edinson: quizás leas o un buen compatriota te haga llegar estas líneas.
Vaya para vos mi total solidaridad con cada una de tus expresiones, que las hago (son) también mías y de la cuales no debés avergonzarte, renegar ni desdecirte, ya que no solo no son ofensivas sino que manifiestan respeto, cercanía y cariño por tus semejantes, lo entiendan o no los que te condenaron tan a la ligera.
Una vez más hemos dejado caer en saco roto una de las tantas enseñanzas del más auténtico de los orientales, que —no tengas la menor duda— se hubiese indignado ante similar injusticia hacia uno de los suyos: “Nada debemos esperar, sino de nosotros mismos”.