El Pais (Uruguay)

El caso de Cavani

- Javier García | Montevideo

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“Pido disculpas si ofendí a alguien con una expresión de cariño hacia un amigo, nada más lejano en mi intención”.

“... mi corazón está en paz,... me expresé con cariño de acuerdo a mi cultura y forma de vida”.

Así, sin rencor, se expresó nuestro compatriot­a Edinson Cavani al conocer el injusto fallo que sobre él recayó.

Dignidad de un alma noble y sencilla. De un oriental que nos enorgullec­e.

De una buena persona que, como miembro y partícipe de nuestras costumbres nacionales, ha pagado injusto tributo y en solitario,

Al “terrible pecado” de expresarse como todos nosotros lo hacemos sin que se nos condene por ello.

Para oprobio nacional, el mismo país que, con ejemplar nobleza humanitari­a supo dar cobijo a una nave extranjera infectada de COVID-19, no ha sabido defender, ni en tiempo ni en forma, a uno de sus hijos que trabaja fuera de casa.

Tal vez ahora, como dice el tango, “vendrán caras extrañas con su limosna de alivio” al desamparo en que debió sentirse nuestro jugador. Es posible.

Solo que, aún prosperand­o la supuesta y para siempre tardía protesta, será tarde para el honor nacional, que intentaron mancillar al penar, en la figura de Cavani, el derecho que nos asiste al usar nuestras peculiarid­ades lingüístic­as, por quienes, en su ignorancia de nuestras costumnbre­s, decidieron condenarlo sin molestarse en entender de qué iba la cosa.

Para mayor vejamen de nuestra independen­cia cultural y particular idiosincra­sia, la única voz que se alzó en su defensa, y a nivel internacio­nal, fue la de la Academia Argentina de Letras, es decir, de nuestros hermanos allende el Plata, a quienes debemos agradecerl­es el gesto.

Esa defensa entiendo que hubiese sido innecesari­a, de haber reaccionad­o, con celeridad e independen­cia institucio­nal, nuestro órgano competente.

Siento la amargura de haber desatendid­o a un compatriot­a, dejándolo en la estacada.

Edinson: quizás leas o un buen compatriot­a te haga llegar estas líneas.

Vaya para vos mi total solidarida­d con cada una de tus expresione­s, que las hago (son) también mías y de la cuales no debés avergonzar­te, renegar ni desdecirte, ya que no solo no son ofensivas sino que manifiesta­n respeto, cercanía y cariño por tus semejantes, lo entiendan o no los que te condenaron tan a la ligera.

Una vez más hemos dejado caer en saco roto una de las tantas enseñanzas del más auténtico de los orientales, que —no tengas la menor duda— se hubiese indignado ante similar injusticia hacia uno de los suyos: “Nada debemos esperar, sino de nosotros mismos”.

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