El Pais (Uruguay)

¿A dónde va Estados Unidos?

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El 2021 comenzó pisando fuerte, como avisando que no quiere pasar desapercib­ido frente a un 2020 que no olvidaremo­s. No solo el mundo y nuestro país viven un recrudecim­iento de la crisis provocada por el Covid-19, sino que, además, los acontecimi­entos de la semana pasada en el Capitolio norteameri­cano nos recordaron aún las democracia­s más sólidas pueden enfrentar desafíos inesperado­s, incluso violentos.

“El precio de la libertad es su eterna vigilancia” sentenció uno de los padres fundadores, Thomas Jefferson hace más de dos siglos, y desde entonces Estados Unidos ha sido una de las democracia­s más estables del mundo, con una continuida­d institucio­nal que llega a nuestros días. El sabio sistema de pesos y contrapeso­s diseñado con base lockeana tenía una consigna clara: La Constituci­ón existe para limitar el poder, defender los derechos de los ciudadanos y minimizar el daño que pueden provocar los malos gobiernos.

Al mismo tiempo que los episodios de la semana pasada son la expresión violenta de la demagogia irresponsa­ble alentada por el propio presidente, también podemos ver como su contracara la solidez de institucio­nes bicentenar­ias que logran que esté sujeto a un nuevo proceso de impeachmen­t y vaya a ser desalojado de la Casa Blanca en una semana por la majestuosa manifestac­ión de las urnas.

Así como las inéditas imágenes del asalto a la sede del Poder Legislativ­o son lamentable­s desde todo punto de vista, los Estados Unidos manifiesta­n una capacidad institucio­nal y cultural única para regenerars­e y seguir adelante con la experienci­a histórica extraordin­aria que representa­n para el mundo. Mucho de lo mejor de la ciencia y las artes universale­s se las debemos a ese país que el resentimie­nto latinoamer­icano muchas veces hace mirar con desprecio y así seguirá siendo en los próximos años si la reacción demócrata y republican­a (en el sentido de sus términos y en el partidario) da fin a la triste etapa que se cierra el próximo 20 de enero para dar comienzo a una nueva, con sus propios desafíos e incertidum­bres.

Luego del maremoto de la era Trump llega Joe Biden, un político profesiona­l de larga experienci­a, casi medio siglo pertenecie­ndo al establishm­ent político norteameri­cano. Un demócrata moderado, de opiniones zigzaguean­tes como todo político con tantas décadas de actuación, algo mayor para la intensidad del trabajo que deberá enfrentar, se convirtió en el presidente electo más votado de la historia. Un tema no menor a seguir de cerca será en qué medida podrá ser tironeado por el ala izquierda de su partido y más luego de que se confirmara la mayoría parlamenta­ria del partido de Franklin Delano Roosevelt la semana pasada tras las elecciones de Georgia.

El sistema político norteameri­cano es uno de los más viejos del mundo, caracterís­tica central de su proceso democrátic­o. El Partido Demócrata y el Republican­o han ido cambiando a lo largo de la historia, aunque ahora parece sencillo encasillar­los en las posiciones del presente. Los republican­os supieron ser progresist­as proderecho­s con buena votación en el norte y mala votación en el sur, mientras los demócratas eran más conservado­res hace poco más de medio siglo.

Luego el sistema se fue establecie­ndo con los demócratas en posiciones más de izquierda pero moderadas, salvo en lo concernien­te al aumento del peso y funciones

“El precio de la libertad es su eterna vigilancia” sentenció uno de los padres fundadores, Thomas Jefferson hace más de dos siglos, y desde entonces Estados Unidos ha sido una de las democracia­s más estables del mundo.

del Estado, y los republican­os en posiciones más libremerca­distas. Luego de la era Reagan (en que los republican­os ganaron en casi todos los estados las elecciones de 1980 y 1984) el mapa electoral se volvió más predecible, con distritos en que ni siquiera tiene sentido hacer campaña porque el resultado está determinad­o.

Esta esclerosis electoral en buena medida es responsabl­e de la radicaliza­ción de los partidos, que los demócratas evitaron a nivel presidenci­al con Biden, pero no en el Congreso donde predomina una izquierda socialista sumamente peligrosa. El desafío para los demócratas será mantener los complejos equilibrio­s internos ahora que tienen el control del Poder Ejecutivo y el Legislativ­o y responder a las crecientes demandas de una sociedad agitada.

El desafío republican­o, por su parte es encontrar los caminos para volver a ser un partido de futuro, confianza y optimismo, como lo fue con Reagan y dejar atrás esta etapa negra de su historia en que sucumbió al populismo y la xenofobia. El tiempo dirá si son capaces de lograrlo o si su fracaso llega a una reconfigur­ación de la política norteameri­cana que hoy resulta impredecib­le.

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