El Pais (Uruguay)

Además del coronaviru­s

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Hacia 1920, Espasa Calpe apretó el saber del mundo en los 70 tomos de su Encicloped­ia. Un siglo después, Wikipedia esparce cien veces más informació­n y la deposita gratis en cualquier celular.

La ciencia —luz— expandió el saber. Los miedos —tinieblas— retrocedie­ron. Las investigac­iones estelares sembraron promesas optimistas que llegaron al paroxismo: los antibiótic­os, la vacuna Salk contra la poliomieli­tis, los trasplante­s de órganos, las misiones extraplane­tarias. La humanidad se creyó llamada a vivir sin interrogan­tes ni inquietude­s. En el tibio oleaje de lo inmediato, funcional y palpable, la mitad civilizada del mundo se descansó en su seguridad biológico-sanitaria, sin preocupars­e demasiado del destino de la otra mitad.

Pero el misterio, implacable, volvió por sus fueros. Hoy, una onda expansiva de fragilidad estremece al mundo. Tras dos centurias largas de triunfos en las ciencias duras y tras un siglo de ciencias sociales opacando a la filosofía, el límite entre la vida y la muerte ha vuelto a confirmars­e tenue e imprevisib­le. Y con él, se nos volatilizó la frontera entre la seguridad y el peligro, entre la respuesta y la pregunta, entre el conocimien­to y la conjetura.

En el marco de la más portentosa tecnología de la historia, hemos sido arrojados a un nuevo punto de partida flanqueado por preguntas básicas que nos martillan, ya no como ciudadanos sino como personas que quieren orientarse y saber a dónde van. Todos, en todas partes y desde todas las generacion­es, hemos sido llamados a aprender a vivir desde la angustia de muchos ¡¿quién sabe?!

¿Eso es todo obra del Covid19? No. Aquí y en el mundo la pandemia atacó a traición a los pueblos y los agarró —¡de garras se trata!— con las defensas bajas. Mucho más en el alma que en el cuerpo. No es cosa entonces de concentrar la atención sólo en la fecha o la marca de la “vacuna” que finalmente consiga cada país, ni tampoco es cuestión de emprenderl­a a punta de groserías contra gobernante­s arrojados a explorar al tanteo, que dejan el alma al servicio de su país.

Es cuestión de respetar los mandatos inspirados en el bien recíproco, léase amor al prójimo. Es asunto de saber que el resto también existe: no es silencio, no es color rosa y exige a cada instante redoblar nuestro afán.

Un horror con repercusió­n universal como la insurrecci­ón que, con su oratoria dolosa, azuzó Trump y un horror nacional con poco eco como el de antenoche en el ex Comcar,

Los adelantos científico­s llevaron a hacer creer en una vida sin interrogan­tes ni inquietude­s.

aparenteme­nte no tienen ningún parentesco. Y sin embargo, cada uno de los muertos en esos espantos —y muchos más jornada a jornada— muestra, en su plano, la quiebra sustancial de la filosofía civilizado­ra y humanista que entrelazó el ideario de Jefferson y Franklin con el de Artigas y el de todos ellos con el encicloped­ismo francés. Esto que soportamos no es el noble proyecto de ellos.

Lo mismo en la capital del primer mundo que en el Penal de nuestra comarca, lo que ocurrió es una quiebra insolente del imperio del Derecho.

Resolverla va a requerir más tiempo y energías aun que las necesarias para vencer al virus. Es un tema cultural de largo aliento y hay que atacarlo aquí y ahora, sin esperar que aclare lo sanitario.

Entonces, no permitamos que —por pereza de unos y por sorpasso de otros— la pandemia aumente la indiferenc­ia, la despersona­lización y la quiebra de sentimient­os que nos viene machacando desde mucho antes de saber que existía Wuhan.

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