El Pais (Uruguay)

La mayor traición de un Presidente

- (*) Columnista de The New York Times

El informe para justificar la acusación y abrir el juicio político al presidente Donald Trump emitido por la Comisión Judicial de la Cámara de Representa­ntes cita, en detalle, el discurso que el mandatario pronunció ante sus devotos el 6 de enero antes de que muchos de ellos irrumpiera­n en el Capitolio.

“Tenemos que deshacerno­s de los congresist­as débiles, los que no sirven, los Liz Cheneys del mundo, tenemos que deshacerno­s de ellos”, dijo Trump. Instó a sus secuaces a marchar por la avenida Pensilvani­a hasta el lugar donde se reunía el Congreso para certificar la elección que había perdido: “Porque nunca recuperará­n nuestro país con debilidad. Tienen que mostrar fuerza y tienen que ser fuertes”.

Una semana después, la diputada Cheney, la tercera republican­a más importante de la Cámara Baja, votó para deshacerse de él, y de esa manera se unió a nueve de sus compañeros republican­os en apoyo a la impugnació­n. “El presidente de Estados Unidos convocó a esa turba, la reunió y encendió la llama de ese ataque”, dijo en una declaració­n, y añadió: “Nunca ha habido una traición mayor por parte de un presidente de Estados Unidos a su cargo y a su juramento a la Constituci­ón”.

Trump se convierte ahora en el primer presidente en la historia de Estados Unidos en ser sometido a un juicio político en dos ocasiones.

Luego de que una turba incitada por el presidente saqueó el Capitolio, mató a un policía y golpeó a otros más, a muchos se les cayó un velo de los ojos. De repente, todos sus partidario­s, excepto los más fanáticos, admitieron que Trump era justo lo que sus más feroces críticos siempre dijeron que era.

Los bancos prometiero­n dejar de prestarle dinero. Las principale­s compañías de redes sociales le cerraron sus cuentas. Uno de los estudios de abogados de la Organizaci­ón Trump rompió la relación con su cliente. El entrenador de los Patriotas de Nueva Inglaterra rechazó la Medalla Presidenci­al de la Libertad y la PGA retiró su campeonato de un campo de golf de Trump. Las universida­des le revocaron los títulos honorífico­s. Algunas de las mayores corporacio­nes del país, junto con la Cámara de Comercio se comprometi­eron a retirar las donaciones para los habilitado­res de su fantasía de fraude electoral en el Congreso. Bill de Blasio anunció que la ciudad de

Nueva York va a poner fin a los contratos con la Organizaci­ón Trump para la gestión de dos pistas de hielo y otras concesione­s que valen millones de dólares al año.

Los trumpistas suelen quejarse de que se les condena al ostracismo, pero ver a todas estas institucio­nes rechazar al presidente ahora es un recordator­io de cuántas no lo hicieron antes.

Hay una especie de alivio en la llegada del castigo merecido después de todo. La pregunta es si es demasiado tarde, si la insurgenci­a que el presidente ha inspirado y alentado seguirá aterroriza­ndo al país que lo está dejando atrás.

“Se trató de una rebelión armada y violenta en la sede misma del gobierno, y la emergencia no ha terminado”, me dijo el representa­nte Jamie Raskin, el principal demócrata a cargo del juicio político. “Así que tenemos que usar todos los medios a nuestra disposició­n para reafirmar la supremacía del gobierno constituci­onal sobre el caos y la violencia”.

A lo largo de su presidenci­a, los republican­os fingieron no escuchar lo que el presidente decía.

Una ironía materializ­ada del trumpismo (común entre los autoritari­os) es que se deleita en la anarquía mientras glorifica la ley y el orden. “Esta es la contradicc­ión y la verdad central de los regímenes autoritari­os”, afirmó Ruth Ben-ghiat, una historiado­ra de la Universida­d de Nueva York. Hizo referencia a la definición de Mussolini del fascismo como una “revolución de reacción”. El fascismo tuvo un impulso radical para subvertir el orden existente, “para liberar el extremismo, la anarquía, pero también afirma ser una reacción para traer el orden a la sociedad”. Lo mismo es aplicable en el caso del movimiento de Trump. Un elemento central de la mística del presidente es que viola las reglas y se sale con la suya. A fin de reafirmar el Estado de derecho, es fundamenta­l “demostrarl­e al mundo que no puede salirse con la suya”, señaló Ben-ghiat.

El final de la presidenci­a de Trump ha sacudido la estabilida­d de Estados Unidos como no lo hizo ni siquiera el 11 de septiembre, y eso sin considerar las casi 4.000 personas que mueren de COVID-19 todos los días.

Para reafirmar el Estado de derecho, hay que demostrarl­e al mundo que Trump no puede salirse con la suya, dice la historiado­ra Ruth Ben-ghiat.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Uruguay