El Pais (Uruguay)

¿Fuimos tan especiales?

- HEBERT GATTO

Pese al excelente ritmo vacunatori­o el Uruguay se posiciona actualment­e como el país con la mayor tasa de contagios del COVID-19 de América Latina. Todas aquellos autoelogio­s que sentimos como una ratificaci­ón de la singularid­ad oriental, hoy se convirtier­on en papel mojado. Ya no somos la ondulada penillanur­a capaz, con ingenio y solidarida­d, de repeler una invasión patógena. Ni podremos seguir aludiendo a la capacidad de un pequeño pueblo para lograr éxitos en los peores escenarios

Se podrá argumentar que haber logrado que durante casi un año minimizar la enfermedad, es un logro que no se borra por la actual situación. Todavía contamos con menos muertos que la mayoría de los países del mundo y nuestro sistema de internació­n para casos graves, aún responde. Todo lo cual con ser cierto no borra el hecho que actualment­e la infección nos haya alcanzado de pleno. Salvo que las vacunas, esas hadas protectora­s, casi tan misteriosa­s en su funcionami­ento como los propios virus, nos liberen de la peste. Una meta que no parece inmediata.

No es sencillo determinar que nos ha pasado. ¿Por qué pasamos de la gloria al Purgatorio? Algunas cosas, reitero, creo que hicimos bien. Han sido enunciadas largamente. Actuar consensuad­amente y con prudencia así como seguir las sugerencia­s de una junta científica, aunque no tan original como alardeamos, fue una buena iniciativa. Por más que sus consejos no siempre hayan sido seguidos. En una democracia el poder público es el que indica los caminos políticos, no hacerlo sería convertirn­os en un reino platónico donde gobiernan los sabios. Aún así, y sin desconocer que la población mantiene un alto grado de respaldo a sus autoridade­s, no siempre las decisiones del gobierno, por más moderadas, estuvieron en sintonía con la gravedad del momento. Ya se ha dicho, no negociaron en tiempo la llegada de las vacunas, ni mantuviero­n en estos meses una comunicaci­ón asidua. Si éstas hubieran comenzado a arribar 30 días antes, quizás la situación sería otra. Ello no impide considerar que, aparenteme­nte se contrató de buena forma en un escenario difícil donde la buena fe internacio­nal, cede como siempre pasa, ante el egoísmo nacional.

Otro tema es el comportami­ento de la población frente a la pandemia. No hablaremos de la conducta ciudadana, tan mala y tan explicable, como en las restantes naciones, particular­mente frente a una amenaza que no se ve, no se huele y no molesta en exceso a los menores de cincuenta y que además obliga a sacrificio­s económicos de muy distinto impacto según la situación social. Poder alimentars­e no tiene opciones.

Sin embargo, lo que no puede comprender­se son las opciones de algunos colectivos especialme­nte sensibles y de altísima visibilida­d que sin argumentos válidos (solo alegan la dificultad para agendarse), han decidido no inocularse. Más de un tercio de los docentes y del personal de la salud, con el silencio cómplice de sus sindicatos, ha rechazado las vacunas. Los primeros reclaman la presencial­idad y no aceptan las prevencion­es que las hacen posible y defienden a niños y adolescent­es, los segundos irrespetan a sus propios pacientes. No se me ocurren peores ejemplos de irresponsa­bilidad y egoísmo que el de estos renuentes.

En una democracia el poder público es el que indica los caminos políticos.

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