El Pais (Uruguay)

HUMBERTO DE VARGAS

Tiempos difíciles, la misma alegría

- NICOLÁS LAUBER

Mañana, a las 17:00, Humberto de Vargas estrena la décima temporada del ciclo Vivila otra vez, con un cambio notorio: no va a estar su clásica compañera del ciclo María Inés Obaldía.

Y pese a que dice ser “población de riesgo”, De Vargas está muy activo en la televisión. Conduce el magazine informativ­o

Arriba Gente y ahora se incorporó al equipo de La mañana en

casa (junto a la exmaster chef Eliana Dide) tras la licencia de Noelia Etcheverry y Petru Valenski.

Para el conductor, hacer Vivila otra vez, es un placer porque “es un programa al que le tengo más que cariño, un amor enorme”, dice. Y tiene claro que el programa genera un efecto particular en el público. “Lo que tiene de magnífico el ver televisión de otros años —y eso es un poco el éxito de esas señales de cable que se dedican a pasar cosas viejas— es que traslada a la gente a aquel momento cuando miraban esos programas”, dice.

“Tengo amigos que cuando pasamos algún dibujo animado o las series que miraban cuando niños cuando volvían de la escuela a tomar la leche, me dicen, y les creo, que hasta los aromas de ese momento les vienen a la memoria. Y la música te transporta, lo mismo una serie o una película, entonces estás jugando con la vivencia y los recuerdos de la gente”, afirma.

—Más allá de la alegría por el estreno y esa sensación que se genera en el público, va a ser una décima temporada extraña sin su compinche María Inés Obaldía. ¿No le parece?

—Por supuesto. Lo primero que digo en la apertura del programa es que las circunstan­cias nos generaron eso, pero tengo la impresión, o tal vez sea la esperanza, que esto de María pueda ser transitori­o. Que dure lo que tenga que durar dentro del gobierno de la intendenta Cosse, y que después volvamos a tenerla, porque no me imagino a María Inés afuera de los medios.

—En los últimos meses se refirió a su separación de Rosy Alhadeff. ¿Cómo fue vivir en público eso que suele ser privado?

—Lo que sucede es que tengo una manera de ser que no puedo traicionar. La persona que es pública ya sea por un lado artístico o una función pública a nivel político sabe que está expuesto siempre al juicio que puede realizar la gente. Sea justo o injusto, no importa, son las reglas del juego. Cuando uno ingresa a este mundo y conoce los códigos de ser una persona pública, tiene que aceptar sin ningún tipo de rencor o de reacción, la crítica que te puede realizar la gente que se siente con el derecho a señalarte con el dedo, o decir en qué actuaste mal.

—¿Cuál es su filosofía respecto a las redes sociales?

—Mi filosofía es que se peleen entre ellos porque yo no contesto. Lo que expongo es lo que considero mi verdad y por supuesto que sé que siempre va a haber voces que van a decir: no creo lo que me decís. No me importa, porque no lo hago para esa persona, ni para la que me dice que me cree. Lo hago porque los códigos cambiaron y ahora existen las redes sociales y todo, de alguna manera, debe de estar expuesto. Entonces no podés usar los códigos de este negocio que te da ser una imagen pública solamente cuando te conviene y te sirve. Los códigos son para cuando te conviene, y para cuando la mano viene mal. Hay que bancársela. Porque no podés usar el medio que disponés para quedar siempre con la última palabra.

—Y el mundo cambió bastante respecto a cuando se separó de Laura Daners.

—En la época de mi divorcio con Laura, la forma de informarse eran los diarios, la radio, la televisión. Era más perdurable lo que aparecía impreso a lo que hoy aparece en Whatsapp, pese a que hoy tiene más repercusió­n. Es rarísimo. Hoy es mucho más rápida la forma de enterarnos, y es mucho más rápido el que todos nos olvidemos.

El conductor habla de Vivila otra vez, la ausencia de Obaldía, las redes y su depresión

—¿Y cómo se llevan esos códigos a la vida privada?

—Era imposible que después de 25 años de matrimonio no hubiera respuesta ante ciertos tipos de cosas que la otra parte estaba haciendo pública, y que sin nombrarme directamen­te me nombraba. Me parecía que aquel viejo refrán de que el que calla, otorga, estaba generando la duda de que por algo me estaba quedando callado. Por supuesto que sabía que la respuesta iba a generar una mayor situación de exposición, pero a su vez me dije: “si en mis códigos está exponerme y que la gente diga lo que quiera, incluso en esta situación lo tengo que hacer”.

—¿Cómo se encuentra en lo personal con todo eso?

—Estoy padeciendo una depresión aguda, con una crisis de pánico permanente y agorafobia y estoy con un tratamient­o a largo plazo psiquiátri­co. Y tiene que ver con todas esas cosas. Y eso es algo que la gente no nota cuando me ve al aire. Sin embargo estoy, desde hace un mes y medio, bajo tratamient­o y me quedo calladito y no digo: “esto es por culpa de Juan, Pedro o de lo que sea”. Segurament­e sea culpa de mi debilidad emocional, pero eso se llama entender los códigos y bancársela, cosa que no todos en este medio hacen. Y mucho menos levantarse todos los días a las cinco y media de la mañana y encarar el trabajo como lo encaro, aunque estés arrastrand­o una situación de salud bastante delicada.

—¿Qué le hizo pedir ayuda? —Tuve un colapso el 15 de febrero, que era fin de semana de Carnaval y coincident­e con el cumpleaños de Josefina, mi hija mayor. Estábamos almorzando juntos con ella y su novio, y venía de una semana en la que había tenido algunos sucesos en casa que los había tratado de superar solo pero ya me estaban dando la pauta que había algo que no dominaba.

—¿Qué sentía?

—Era una sensación grande de claustrofo­bia, de ahogo. Tenía que estar con la puerta de mi casa abierta y salí en más de una vez a la calle con el celular en la mano porque tenía la certeza que me iba a pasar algo. Ese día terminé en la emergencia de la mutualista porque me di cuenta que era algo que no podía dominar. Solicité la ayuda y hoy estoy mucho mejor. Soy la prueba de lo que puede hacer un buen asesoramie­nto médico; solo basta prender el televisor para verlo, porque no falté un solo día. Y eso que toda esa semana tenía la sensación de que me iba a morir en el estudio porque por primera vez me había dado cuenta que trabajaba en un galpón cerrado. Toda la vida lo hice, en estudios y teatros, y me había venido una locura que los estudios no tenían ventana, y hasta el día de hoy, así haya 10 grados, hay un ventilador que me apunta porque necesito sentir que me golpea el aire.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Uruguay