El Pais (Uruguay)

Contra la LUC en ollas populares

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Las críticas de Gandini: “No hagan política con el hambre de la gente”.

—En esta última semana se dieron a conocer las cifras oficiales de pobreza en Argentina: hay 19 millones de pobres, lo que equivale al 42% de la población. Tres millones cayeron en el último año. ¿Cómo se está viviendo esta situación?

—La Argentina tiene un nivel de pobreza alto si se lo compara sobre todo con su historia. En la crisis de 2001 y 2002 subió al 50%, con la crisis de la pandemia trepó al 40%, y es muy probable que vuelva a estar cerca del 50%. El problema es que hay una base del 25% que no se ha logrado bajar. El deterioro de los índices sociales es una de las grandes deudas de la democracia argentina. Antes de tanta pelea menor, esto es algo que el sistema político debería plantearse. La prioridad de la Argentina hoy son las causas judiciales de Cristina Kirchner: no lo es la pandemia, no lo es la vacunación, no lo es la pobreza, no lo es la economía, ni la cantidad de comercios que se han cerrado en este último año. De esto no se habla en Argentina, se habla de pequeñas peleas, de pequeños patoterism­os. —Justamente en estos días usted publicó una columna en La Nación que terminó en un cruce a nivel público con un diputado kirchneris­ta, Rodolfo Tailhade, quien lo acusó de ser un “sicario barato de los jueces y fiscales”. Lo que usted denunciaba en el texto era un intento de silenciar a los fiscales. ¿Cómo funciona la Justicia en Argentina luego de la vuelta del kirchneris­mo?

—Lo cierto es que no ha cambiado mucho. La Justicia sigue haciendo su trabajo y sigue, quizá con un poco de lentitud, condenando la corrupción de la primera época kichnerist­a. Acaba de condenar a la pena máxima a Lázaro Báez, el principal socio de los Kirchner. Y todavía faltan las causas que afectan directamen­te a Cristina. Por supuesto que algunos fiscales son adherentes de la corriente política de la vicepresid­enta, pero ellos no son los que tienen las causas más importante­s. Sí pasa es que los fiscales independie­ntes están siendo perseguido­s por el kirchneris­mo y sobre todo por Tailhade, que criticó con bajeza una nota mía. Pero lo hizo sin argumentos, con ofensas. —¿Quién gobierna hoy en Argentina? ¿Lo hace Alberto Fernández? ¿Lo hacen él y Cristina? ¿Lo hace solo Cristina?

—A mí me gustaría hablar de quién tiene más poder. Y el poder sin duda lo tiene Cristina, no lo tiene Alberto. Ella es la que maneja gran parte del gabinete y la que fue puesta por él, la saliente ministra de Justicia, Marcela Losardo, que era excelente, se tuvo que ir por la presión de Cristina. Ahora el Ministerio de Justicia depende totalmente de ella.

—A veces a los uruguayos se nos hace difícil definir al peronismo, porque puede ser kirchneris­mo pero también menemismo…

—Hay que entender que el peronismo en su historia siempre ha seguido a quien le ofrece victorias electorale­s. No importa la ideología. En los años 90, Carlos Menem, que era un gran liberal y que hizo un gobierno absolutame­nte liberal, fue votado y reelegido por los peronistas. Ahora, con esta versión progre del peronismo que tiene el kirchneris­mo, lo siguen votando. El peronismo en su conjunto lo que quiere es el poder, no es un proyecto ni ideológico ni político.

—A nivel de la política internacio­nal, ¿cuál es la incidencia del kirchneris­mo?

—Esto se puede ver en Alberto, él no era lo que es ahora. Al contrario, cuando era jefe de gabinete de Néstor Kirchner se ocupó de relacionar­se bien con Estados Unidos, con Brasil,

con Uruguay, con todos los países. Inclusive en la disputa entre Argentina y Uruguay por las pasteras de Fray Bentos, él nunca clausuró el diálogo con el entonces embajador uruguayo (y hoy canciller) Francisco Bustillo, y a consecuenc­ia de ese diálogo se formó una amistad que sigue hasta ahora... creo que sigue. Incluso en Madrid, Alberto vivió en la casa de Bustillo. Ese era Alberto Fernández. Ahora, evidenteme­nte, hay una influencia grande de Cristina en la política exterior, y por otro lado está la decisión de los “albertista­s”, los moderados, de adelantars­e a las posiciones de Cristina y así ser más “cristinist­as” que ella. Así terminamos en el aislamient­o absoluto que tiene la Argentina hoy, que está peleada en la OEA con Luis Almagro por Bolivia y Venezuela, nos fuimos del Grupo de Lima porque supuestame­nte no avanza, pero tampoco se proponen salidas alternativ­as. Y ahora acaba de ocurrir esto lamentable que sucedió en el Mercosur el viernes (26 de marzo), con la respuesta que se le dio al presidente Luis Lacalle Pou. Con todo esto, ¿dónde está la Argentina ahora? Y la Argentina no está en ningún lado. —¿Cómo se vivió en Argentina la situación que se dio en esa cumbre, en la que el presidente uruguayo dijo que si no se iba por el camino de la flexibiliz­ación el Mercosur se convertía en un “lastre” y Fernández contestó que quien pensara que el bloque era un lastre podía “bajarse del barco”?

—Fue una situación lamentable. Estuvo muy mal Alberto Fernández. En primer lugar, porque él estaba ahí como pre

sidente pro tempore del Mercosur, por tanto su misión era la de conciliar, moderar, contener y en última instancia abrir el diálogo para una negociació­n de los conflictos que no se podían resolver en ese momento. Y él salió con una respuesta destemplad­a contra una posición del presidente Lacalle Pou que ahora se sabe que él ya la conocía de antemano. Lacalle Pou ya lo había conversado con él en la residencia de Anchorena, hubo borradores de un documento que finalmente la Argentina vetó porque justamente hablaba de la flexibiliz­ación… O sea, él sabía bien cuál era la posición uruguaya, no se sorprendió, entones no se entiende por qué le contestó así. Esto tiene que ver con que el presidente argentino es un calentón, pero también tiene que ver con la situación personal que sufre en medio de estas presiones políticas internas que estamos analizando. Fue lamentable. Alberto no quiere entender que esta es una posición histórica de Uruguay. Que todos los gobiernos han pedido la flexibiliz­ación de los acuerdos comerciale­s del Mercosur. Yo esto se lo escuché decir al presidente Jorge Batlle, a Tabaré Vázquez en sus dos mandatos, a José Mujica. Incluso Mujica lo planteaba de manera mucho más dura. “Argentina no acompaña un carajo”, dijo una vez. Lo que pasa es que, claro, como Mujica tiene ese halo de progresist­a, y es un hombre popular en el mundo, no se iban a pelear con él. —Uno podría pensar que Alberto Fernández no acompaña esto porque tiene una línea de pensamient­o proteccion­ista. Sin embargo, la flexibiliz­ación del Mercosur no se logró tampoco en el gobierno de Mauricio Macri. ¿Es una política de Estado para Argentina la no flexibiliz­ación?

—El primer país proteccion­ista, y muy duramente proteccion­ista, fue Brasil. Después, a partir de la presidenci­a de Dilma Rousseff se empezó a aflojar con el proteccion­ismo, pero ese lugar lo comenzó a ocupar Argentina. Mi país tiene un problema, que es que su producción económica es muy obsoleta, muy vieja, no está en condicione­s de competir con nadie. Pero no puede llevar esa situación, que tiene que ver con la escasez de un diálogo sobre los problemas fundamenta­les económicos argentinos, a su derecho a veto dentro del Mercosur. Además, el Mercosur cumplió 30 años, y la cláusula que impide a sus integrante­s hacer acuerdos comerciale­s bilaterale­s es de hace 20. Hay que cambiar al Mercosur para que siga existiendo, porque en estas condicione­s se va a ir deshilacha­ndo de tal manera que va a desaparece­r. Fernández dice “si somos un lastre que abandone el barco el que quiera”. ¿Y si Uruguay se va? ¿Y después se van Paraguay y Brasil? ¿Nos vamos a quedar nosotros solos? En esa reunión también estaban Chile y Bolivia, que son observador­es, y que lo ideal es que sean parte del Mercosur, pero es imposible incorporar­los en estas condicione­s, porque así ninguno de ellos quiere entrar. Si el Mercosur no se cambia va a perder su fortaleza y su razón de ser, hasta desaparece­r. —Fernández en su campaña electoral hizo un llamado a cerrar lo que ustedes han denominado como “la grieta”. ¿Cómo continúa esa situación? —En primer lugar, hay que tener en cuenta que “la grieta” es de autoría intelectua­l y práctica de Cristina Kirchner. Ella fue la que abrió un abismo entre “nosotros” y “ellos”, y eso no se pudo cerrar nunca. ¿Cómo afecta a la sociedad? De manera intensa. Si uno ve las encuestas, en cifras redondas ella tiene un 22% y el “macrismo” un 18%. Estamos hablando del 40% de la sociedad entre los dos grupos. Son dos minorías muy intensas, que condiciona­n el resto de la vida política del país. Es imposible gobernar un país como la Argentina, lo que ya es difícil, con una sociedad partida de esta manera.

“Hay una influencia de Cristina Kirchner en la política exterior de la Argentina”.

“Fernández debió conciliar; respuesta a Lacalle Pou fue destemplad­a”.

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