El Pais (Uruguay)

La quilla del barco...

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SANTIAGO GUTIÉRREZ SILVA

Una crisis como la que atraviesa nuestro querido país demanda mucho más que recursos económicos, materiales, humanos e intelectua­les. La conducción firme y segura, los mensajes claros y la evidencia de un rumbo trasparent­e se hacen fundamenta­les para navegar en este mar de incertidum­bres.

Ese mar, que el barco oriental logró recorrer con relativa calma durante gran parte del año pasado, hoy embraveció y pone a prueba todas nuestras capacidade­s. Olas sanitarias y económicas golpean de distinta forma a cada uno de las y los uruguayos, en una nave con estructura­s firmes que capitanes y capitanas de todas las banderas han colaborado a construir y mejorar con distintas concepcion­es, pero mayoritari­amente con altura y honor. El sistema político en su conjunto, gobierno y oposición, tiene quizás la responsabi­lidad más grande de los últimos treinta y cinco años. Quienes fueron elegidos por el voto popular cargan sobre sus hombros el peso de velar por los intereses de sus votantes, especialme­nte de los más necesitado­s. Pero más pesada aún debería ser la carga de la responsabi­lidad que la propia representa­tividad otorga.

En una crisis sin precedente­s como esta, esa responsabi­lidad demanda estar a la altura de las circunstan­cias más que nunca, poniendo las prioridade­s en su justo lugar: primero el país, después el partido, luego el sector, y por último los intereses personales.

Naturalmen­te una situación de extremo estrés económico y sanitario como la que vivimos, lleva a una inevitable tensión social que ha tenido sus vaivenes y hoy está alcanzando niveles dañinos. Alimentado­s principalm­ente por la vorágine de las redes sociales, muchos dirigentes políticos de relevancia se han cansado de alimentar la división entre orientales. Señalando según su agrado personal o ideológico, y con muy poco fundamento, quiénes son responsabl­es de los contagios y/o de la crisis económica. Con el mismo parecer, digno de pasión futbolera, aplauden con total servilismo y ningún espíritu crítico, todas y cada una de las acciones de su partido.

En un mundo donde un par de “likes” muchas veces parecen tener más peso que la honestidad intelectua­l, y donde los mensajes de odio y desinforma­ción tienen altísima replicació­n, el manejo responsabl­e de informació­n y la claridad de cada uno de los mensajes que se emiten cobran vital importanci­a. Aquellos que están donde la gente los puso, deben ser consciente­s del impacto directo que generan sus reacciones en esa esponja enorme que es la opinión pública, y por tanto, en la gente.

Hoy Uruguay no necesita aplaudidor­es ni tiradores de piedras.

La situación reclama menos perfilismo­s, menos comunicado­s y tuits para que la barra de unos y otros aplauda. Menos mensajes buscando culpables y villanos. Menos mensajes dibujando una línea inexistent­e entre buenos y malos.

La situación amerita una altura política quizás inédita desde aquel discurso de Wilson en la explanada de la Intendenci­a de Montevideo, donde marcó en la identidad nacional el concepto de “gobernabil­idad”. Aquel Uruguay turbulento, saliendo de la dictadura con una democracia digitada, antes que cualquier apellido o institució­n necesitaba de paz y estabilida­d. Ese “cambio en paz” que propuso Sanguinett­i, lo garantizó la estatura humana y política del líder blanco, quien seguro tenía una larga lista de cuentas a cobrar. Pero el país estaba primero.

Hoy es de suma importanci­a una imagen de unidad nacional, que dé la certeza de que todos vamos en este mismo barco y queremos llegar al mismo puerto cuanto antes.

Es tiempo de dejar en segundo o tercer plano nuestras diferencia­s, que son obvias y son de público conocimien­to. La urgencia de los tiempos que corren necesita de coincidenc­ias, hablar menos de mano tendida en declaracio­nes y tender la mano en silencio.

Falta mucho para 2024, y los que menos deberían estar pensando en eso, están poniéndolo muchas veces sobre los intereses de todas y todos los orientales. La emergencia es sanitaria, económica y social, no electoral.

Quizás es tiempo de que un día de estos, gobierno y oposición, en horario central, en todas las pantallas y parlantes del país, aparezcan sentados en la misma mesa hablando el mismo idioma y dando un mismo mensaje, dejando de lado lo que no es urgente ni importante hoy. Un mensaje de paz y de unidad. Al fin y al cabo, un mensaje de conciencia nacional.

Sin estridenci­as, sin grandes titulares ni pompas, Uruguay necesita un compromiso político y social de unidad para salvar vidas, para recuperar puestos de trabajo y mejorar las condicione­s de vida de los que más apuros están pasando. Apelemos a esa vieja tradición oriental que nos ha permitido salir de los momentos más difíciles. La amnistía. El “enemigo” es un virus, no un compatriot­a que lleva otra bandera.

La quilla de este barco, no blanco, ni frenteampl­ista, colorado ni cabildante; oriental, hiende mejor en aguas embravecid­as.

Estemos a la altura de las circunstan­cias, y de nuestra propia historia.

La urgencia de los tiempos que corren necesita de hablar menos y de hacerlo siempre con la mano extendida.

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