El Pais (Uruguay)

Vacuna contra nosotros

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En los últimos tiempos nuestro país se encontró con que todos eran virólogos, expertos en vacunas, epidemiólo­gos, eruditos en pandemias, eminencias de las crisis sanitarias, pero con la caracterís­tica de no haber estudiado esas disciplina­s, sino que sus expresione­s eran desde la opinión personal y subjetiva, esa que es hija de la libertad, y donde hace carne aquella sabia reflexión de José Ortega y Gasset de que “La palabra es un sacramento de difícil administra­ción”.

En este caso, estribando en esa posibilida­d que me da la libertad, me permitiré el rol de sociólogo y filósofo un rato, al menos para exorcizar algunas reflexione­s que no puedo evitar, a raíz de una interesant­e discusión entre amigos que tuvimos hace unos días en un grupo de Whatsapp (aunque extrañando las fermentale­s en vivo y en directo) que surgió ante un nuevo record de contagios de Covid y la pregunta de ¿qué nos pasa a los uruguayos?.

Las crisis siempre sacan lo peor y lo mejor de nosotros. Y esta pandemia lo ha hecho sin dudas. Pero también ha evidenciad­o una crisis más profunda que la sanitaria, que no se soluciona con una dosis ni con dos, se necesita una vacuna contra nosotros mismos. Una dosis introspect­iva de honestidad intelectua­l contra la peor versión de nosotros mismos, una vacuna contra nuestras miserias y miedos. Una que nos enfrente a lo que renegamos o desconocem­os, y que probableme­nte sea muy efectiva para inmunizarn­os frente a futuras crisis.

La irresponsa­bilidad, el egoísmo, la desidia, el individual­ismo, la ignorancia, no son síntomas del Covid-19, son síntomas de una sociedad que está sufriendo. Y me niego a creer que no podemos superar esta crisis. Ojalá que más allá de todo el daño que ha dejado esta pandemia nos deje algo bueno, que nos dé la oportunida­d de evidenciar, o descubrir incluso, esas debilidade­s estructura­les que son el terreno fértil para cualquier crisis, agravándol­as o hasta generándol­as.

Siempre es más sencillo tercerizar la responsabi­lidad, es más cómodo para algunos pedirle al Gobierno que los obligue a hacer lo que ya saben que deben hacer por ellos mismos. ¿De verdad después de un año de pandemia hay quienes no saben lo que está bien y lo que está mal? Duele, pero hay que reconocer que hay quienes saben qué es lo correcto pero eligen lo incorrecto. Y no se trata de buscar culpables, menos aún estigmatiz­ando a sectores jóvenes de la sociedad, tampoco se trata de buenos y malos, o de unos contra otros. No se trata del mensaje (¿qué complejida­d tiene el concepto de no aglomerars­e, lavarse las manos y usar tapaboca?) se trata del receptor, de lo que decide hacer con ese mensaje que le llega y por qué elige ignorarlo o negarlo. Es su libertad, obvio, y con ella hace lo que quiere, incluso lo que está mal.

La política odia el vacío, si alguien no la llena de esperanza vendrá otro que la llenará de miedo. Y esa es una batalla que en estos días ha recrudecid­o.

Un gobierno que logró poner al país entre los que mejor han gestionado esta crisis, posicionán­dolo como ejemplo mundial y referencia­do en estos días hasta por el New York Times como uno de los cuarenta y tres países que avanzaban a mejor ritmo en la vacunación, se ha encontrado cara a cara con el resentimie­nto, con el deseo de fracaso colectivo, con la incoherenc­ia y con la inconsiste­ncia de una gran (por variada) oposición.

Los que pedían al grito medidas más severas y cierre de “perillas”, alentaban marchas y movilizaci­ones. Los que se quejaban por lo que ellos considerab­an medidas insuficien­tes, se negaron a votar en el Parlamento una ley que le diera herramient­as legales a la Policía para evitar aglomeraci­ones. Y “sin coherencia no hay ninguna fuerza moral” decía Robert Owen, que se haría un festín con el menú de incoherenc­ias de los opositores uruguayos que acompañan al FA, desde sindicatos a corporativ­ismos, desde los que repiten falsedades hasta los que las crean con autoadjudi­cada intelectua­lidad.

Que un partido que hoy es oposición quiera ser gobierno es parte de la obviedad de la naturaleza política. Ahora, que lo haga a cualquier costo es insostenib­le.

No vale todo, especialme­nte no vale el agravio y la mentira. No vale el oportunism­o ni la confrontac­ión entre uruguayos.

La política debe dar más, merece más.

Merece gestos como el impuesto a los altos cargos públicos para que esos dineros vayan a los sectores más golpeados. Porque las señales se dan con el cuero de uno, no con la solidarida­d con plata ajena a la que nos tiene acostumbra­do el Frente Amplio. A mí me encanta ese recitado de José Larralde que dice “nadie escatima salmuera cuando es de otro lomo el tajo”, porque es así la vida y es así la Política. Hoy tribunear con pedidos de Renta Básica Universal en medio de la tormenta no es solidarida­d, es oportunism­o. Es exponerse también en su incoherenc­ia, la de plantear en medio de la peor crisis que recordemos ideas que no se les ocurrieron con viento a favor durante quince años.

O plantear una interpelac­ión a una Ministra porque un funcionari­o del gobierno recibió un beneficio absolutame­nte legal, como cualquier otro ciudadano que lo hubiera planteado y encuadrara en lo requerido para su otorgamien­to. Beneficio además al cual renunció haciendo gala de un calibre ético incuestion­able. Beneficios del tipo que el Frente Amplio solicitó y gozó en el pasado pero que ahora lo sorprenden y lo indignan.

Es de manual ese tipo de jugadas, no sorprenden. Pero no por eso dejan de generar ese sabor amargo de decepción, porque pueden y deben dar más que eso.

Debemos vacunarnos contra el inconformi­smo y la mediocrida­d argumental, porque aunque cueste creer, cuando cayó un helicópter­o que trasladaba vacunas hubo actores de la oposición que criticaron el estado de aeronaves. Es inevitable que se dibuje una mueca, se mueva la cabeza, y se suspire con decepción. Sí, fueron gobierno hasta hace poco más de un año y su pobreza les inspira ese tipo de reflexión.

Debemos darnos una dosis contra el egoísmo, porque en el Uruguay de hoy existen docentes que no quieren vacunarse contra el Covid-19, y además se resisten a hisoparse. ¿Cómo contrarres­tar el efecto de esa irresponsa­bilidad de quien no tiene derecho a poner en peligro a otros?

Nuestra sociedad necesita una poderosa vacuna contra la peor versión de nosotros mismos, una mirada introspect­iva que se atreva a observar y cambiar aquello en lo que fallamos. Obviamente requiere una dosis de valentía y honestidad intelectua­l importante, donde importe más la verdad que tener razón.

Los que pedían al grito medidas más severas y cierre de “perillas”, alentaban marchas y movilizaci­ones.

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