Solo 15 minutos para despedir a su madre en Fray Bentos
Van 18 muertos en hogar de ancianos de la localidad por brote de COVID-19
Polola, cuyo nombre pocos recuerdan porque en Fray Bentos siempre la conocieron así, llevaba tres días midiéndose cara a cara con el virus. En la noche del lunes, pocas horas antes de que falleciera con COVID-19 la decimosexta compañera del residencial en el que habita, reunió todo el ímpetu que pudo para compartir un cruce de miradas con su hija. “¿Viste que los hijos y los padres se reconocen con la mirada?”, pregunta con cierta melancolía Laura, quien pudo ingresar al centro unos pocos minutos para despedirse.
“Hace 21 años que soy maestra. Nunca me hubiera recibido si no fuera por las fuerzas que me inculcó mi mamá”, cuenta Laura, hoy docente en una escuela urbana en Fray Bentos. Estaba estudiando Magisterio cuando en un setiembre, hace más de dos décadas, cayó molida de sueño sobre el sofá. Su madre, Polola, la despertó al instante y la retó: “Levántese, m´hija. Si se me queda dormida ahora jamás irá a terminar con su carrera”.
Laura sintió que tenía que agradecerle —entre otras tantas— esa enseñanza. Por eso en la tardecita del lunes, cuando las radios narraban la conferencia de prensa que había dado el ministro de Salud en su visita a la localidad por el brote en el residencial Victoriano Sosa, se acercó hasta la ventana abierta en la que estaba la doctora responsable del establecimiento y le rogó que le dejara entrar para “conversar” con su madre, aunque sea unos segundos.
La autorización no fue inmediata. Tuvo que irse hasta la casa del director departamental de Salud, Andrés Montaño y suplicarle por su visto bueno. También tuvo que caminar hasta la farmacia de turno, comprarse “el traje anti-covid que parece el de un astronauta”, zapatones, cofia, guantes y mascarilla N-95. Laura entró al residencial por “no más de 15 minutos” y lo hizo por primera vez en más de un año de emergencia sanitaria por la pandemia.
El ministro de Salud Pública, Daniel Salinas, dijo que a los residentes afectados por el brote “no les faltó atención”. Pero el profesor titular de Psicología y coordinador del Centro Interdisciplinario de Envejecimiento, Robert Pérez, se pregunta: “¿Qué sentido tiene la atención de la vida física sin atención de la psíquica? ¿Qué sentido tiene la vida sin sentido?”.
Los establecimientos de larga estadía para personas mayores —como le llaman los técnicos— fueron de los primeros servicios que, protocolo sanitario mediante, dispusieron la restricción casi absoluta de las visitas. “Esta medida ya se comprobó que no ha sido efectiva, porque ninguna institución es hermética y hubo más de 2.000 positivos en residenciales. A la vez, se está limitando la calidad de vida en sentido amplio. Sabemos los que mueren por COVID-19, pero no aquellos que mueren por angustia, ansiedad o soledad”.
Pérez no es un negacionista de la pandemia. Al contrario, le parece “muy bien” que se cuide la salud física de las personas que, por edad y comorbilidades, son más susceptibles a presentaciones graves de la infección. Sin embargo, insiste en que “la medida de cierre de los residenciales ha abierto un espacio para la vulneración de derechos”. No se refiere a los maltratos físicos, “que pueden ocurrir, aunque en la mayoría de establecimiento se trabaja con mucho profesionalismo y amor”, sino al “reconocimiento de la dignidad: a veces se piensa que las personas mayores son cosas en lugar de personas”.
A Laura le bastaron esos 15 minutos de visita y la mirada atenta de su madre para decirle lo que necesitaba decirle. “Al menos me pude despedir”, se conforma. Polola falleció ayer y es una de las 18 víctimas del hogar Victoriano Sosa, en Fray Bentos.
Laura (hija de Polola): “Al menos me pude despedir; su mirada me lo decía todo”.