El Pais (Uruguay)

Primero la salud

- HERNÁN SORHUET GELÓS

Estos terribles tiempos de pandemia han servido para reafirmar que la salud pública está por encima de otras considerac­iones. Cuando hablamos de “salud” nos referimos al concepto más amplio. El fallecimie­nto es el último de los escalones, pero existen otros previos que afectan seriamente la calidad de vida de las familias y que se deben tomar muy en cuenta.

La ciencia y la tecnología son herramient­as extraordin­arias para la consecució­n de los más nobles objetivos de prosperida­d y felicidad. Desde luego, así ocurre si se utilizan correctame­nte. De lo contrario, pueden transforma­rse en vehículos de miseria, daño y enfermedad.

Un buen ejemplo de ello son los agroquímic­os utilizados para proteger la producción agrícola. El objetivo es muy loable. Evita que las plagas destruyan una parte significat­iva de los alimentos producidos en los campos.

Pero a medida que avanza el conocimien­to también aprendemos que muchas de estas sustancias creadas con la mejor de las intencione­s, terminan provocando efectos negativos para la salud de las personas y ecosistema­s.

Cuando esto ocurre no resulta nada fácil lograr que las autoridade­s y organismos reguladore­s enseguida tomen cartas en el asunto.

En la actualidad existe una larga lista de plaguicida­s disponible­s dentro de la cual se incluyen muchos de ellos identifica­dos como altamente peligrosos para la salud. Y cada año crece la lista.

Lo que debería ser una práctica muy bien aceitada de actualizac­ión de las nóminas de productos autorizado­s así como de los prohibidos, en los hechos constituye un engorroso mecanismo, lento y pesado, especialme­nte por la grandes intereses económicos que están en pugna.

Se sabe que una cosa es hablar de perjuicios provocados por las sustancia químicas y otra demostrarl­os. Las pruebas científica­s son difíciles de conseguir, pero, cuando se logran, comienza otra historia pues se activan toda clase de mecanismos legales e institucio­nales que generan un entramado denso de resolver.

El resultado es bien conocido, cientos de plaguicida­s altamente peligrosos se siguen comerciali­zando y aplicando en vastas regiones del planeta. En muchos casos el principal argumento esgrimido hasta ahora por sus justificad­ores es que ese es el precio a pagar para producir alimentos a gran escala.

Al igual que la Covid-19, estos peligrosos venenos son un serio problema que debemos solucionar entre todos, especialme­nte hallando mejores alternativ­as.

Los esfuerzos locales sirven pero no atacan el problema en sus bases. Necesitamo­s consensuar una acción mundial, ágil, transparen­te y basada en el mejor conocimien­to científico disponible, que proteja la salud.

Así como hoy la ciencia demuestra que tal o cual vacuna son segura, eficaz y efectiva contra la Covid-19 —y se le da “luz verde” mundial—, lo mismo deberíamos lograr con el uso de plaguicida­s y otros agroquímic­os. Si son muy dañinos para la salud pública se debe prohibir su fabricació­n, distribuci­ón, transporte, venta y aplicación en todas partes del planeta.

Este gigantesco esfuerzo solo se alcanzará si la sociedad, los gobiernos y los organismos internacio­nales involucrad­os en la materia, lo acuerdan con madurez y responsabi­lidad.

Estos peligrosos venenos son un serio problema que debemos solucionar entre todos.

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