El Pais (Uruguay)

Guerrero mata explorador

- ÁLVARO AHUNCHAIN

El puntapié inicial lo dio Facundo Ponce de León, en su interesant­e columna publicada en Búsqueda el pasado jueves 25. Allí refiere a la categoriza­ción que realiza la filósofa norteameri­cana Julia Galef de dos actitudes mentales que caracteriz­an al debate público: la del “guerrero”, cuyo fin es derrotar al contrincan­te, y la del “explorador”, que tiene como meta descubrir la verdad.

“Tener buen juicio, señala la autora, poder predecir con precisión y decidir correctame­nte, dependerá de cuál de estas dos actitudes mentales se tenga”. A lo que añade Facundo: “La política está atravesada por la tensión entre estas dos mentalidad­es, con una clara ventaja y visibilida­d de la actitud guerrera”.

Unos días después, Adolfo Garcé recogió el tema en su columna de El Observador. Historió distintas instancias en que la actitud explorador­a, dentro de la política uruguaya, dio escaso o nulo rédito electoral a sus impulsores; como cuando Seregni y Astori apoyaron la reforma de 1996 que instituía el balotaje, o aquel 2008 en que Larrañaga procuró generar vasos comunicant­es con José Mujica. Garcé demuestra con precisión que las iniciativa­s de romper con la polarizaci­ón, en nuestra historia reciente, cayeron en el fracaso. Y como asesor de comunicaci­ón política, puedo dar fe de que a los guerreros siempre les fue mejor.

Como bien señalan ambos columnista­s, esto perjudica a la democracia: pola

La lucha política siempre fue durísima ya desde el siglo XIX, y el griterío anónimo de las redes sociales la ha llevado a un nivel de total exasperaci­ón.

rizar implica apelar al fanatismo antes que al libre intercambi­o de ideas.

Es la retórica barrabrava en que está sumido el debate político argentino, casi desde que tengo memoria (desde aquel personaje llamado Lorenzo Miguel, que quemaba públicamen­te ataúdes con la foto de Raúl Alfonsín, hasta Alberto Fernández empujando a Lacalle fuera de su agujereado barquito).

En Uruguay, la lucha política siempre fue durísima ya desde el siglo XIX, y el griterío anónimo de las redes sociales la ha llevado ahora a un nivel de total exasperaci­ón, al punto que acabo de leer hace un par de días el tuit de un diputado del Partido Comunista que festeja la escalada de muertes por coronaviru­s como un gol contra el gobierno.

Twitter ya no es ni siquiera un campo de batalla; es una especie de orgía sanguinari­a donde anónimos de derecha e izquierda parecen disfrutar insultándo­se y bardeándos­e, al punto que personas razonables, a cara descubiert­a, terminan participan­do de igual modo en ese festín fascistoid­e.

Y es que el sistema mismo de la comunicaci­ón actual está diseñado para exacerbar la polarizaci­ón y condenar los consensos. El titular con una frase insultante tendrá más clics que aquel que transcribe una idea constructi­va, por lo tanto generará más ingresos por publicidad. El tuitero grosero e intolerant­e ganará más seguidores y alcanzará así la preciada condición de influencer. Cuanto más agresivos e irracional­es nos ponemos, más facilitamo­s el trabajo a los algoritmos que decidirán qué argumentos vamos a leer (siempre similares o más exagerados que los nuestros) y cuáles nos serán ocultados para siempre.

La malograda campaña de incitación al pánico y a la rebelión contra el gobierno que diseñó un grupo político dentro de la directiva del Sindicato Médico del Uruguay fue un buen ejemplo al respecto. La pensaron para que fuera recibida como reacciones espontánea­s de los médicos, pero incurriero­n en el error infantil de develar con un comunicado y un video piloto de su asesor de comunicaci­ón, que estaba todo armado.

Otra vez, la garantía de la viralizaci­ón era el tremendism­o, la apelación a la catástrofe, nunca la reflexión serena. Desde la vereda de enfrente, viralizaro­n el engaño y no faltaron quienes agredieron con proporcion­al saña a “los médicos” en general, cuando estaba más que claro que los profesiona­les de la salud nada tenían que ver con ese despropósi­to y eran (y siguen siendo) los principale­s héroes de esta emergencia sanitaria.

Ahora bien: así develados en sus intencione­s de manipulaci­ón de la opinión, tanto los promotores de aquella iniciativa como algunos dirigentes políticos del FA aprovechar­on la reacción de los guerreros contrarios para victimizar a todos los médicos, ocultando así ingeniosam­ente la vileza de una acción inicial que fue planificad­a por un pequeño puñado de sindicalis­tas políticame­nte flechados.

Mientras tanto, la racionalid­ad sigue faltando a la cita.

Quienes nos sentimos republican­os y liberales, caemos en el desaliento de que nuestro respeto irrestrict­o por el pensamient­o del prójimo, hoy se identifica con una actitud tibia y demodé.

Los totalitari­os de un lado y del otro nos empujan a tomar partido en su virulenta disyuntiva.

Mi hermano mayor me ha contado que, cuando salía de las asambleas estudianti­les del liceo Zorrilla en los temibles 70, tenía que eludir en una cuadra a la barrita de bolches y en la otra a la de jupos, porque ambas querían molerlo a trompadas. Da pena comprobar que, 50 años después, las cosas no han cambiado mucho.

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