El Pais (Uruguay)

James Addison Baker III

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Más de algún lector recordará el “Baker Plan” (1985) para solucionar el tema de la deuda soberana de muchos países emergentes y de paso, salvar a los bancos que la financiaba­n. Es sobre este señor que salió una excelente biografía. Uno de los grandes hombres políticos que los Estados Unidos de Norteaméri­ca han producido en su historia.

No llegó a ser presidente, pero tuvo mucha influencia y fue clave en las administra­ciones de Reagan y Bush padre. Conservado­r, pero no sesgado por ideologías, era pragmático, leal, amable y raramente mostraba su enojo en el trato con su entorno. Sabía arreglar entuertos. Prolijo y exigente administra­dor, transmitía autoridad y calma, era prudente, estable y a la vez, efectivo y enérgico. Ejercía el poder sabiamente, sumando adhesiones, sometiendo a los opositores y presionand­o a los díscolos, para lograr acuerdos como, por ejemplo, la reforma tributaria de Reagan. Algunos de esos logros han marcado hitos, aunque uno de ellos mejor que no hubiese ocurrido. Veremos más al final.

Nació (1930) en Houston, Texas, en el seno de una familia patricia. Su padre, un abogado, hombre de negocios exitoso y exigente al que su hijo trató de emular y cuya aprobación buscaba aún después que hubiera muerto. Solía preguntars­e si él lo habría aprobado.

Apuesto y elegante, el entonces joven Baker se recibió en Princeton y estudió derecho en la Universida­d de Texas; se casó bien con Mary Stuart mientras empezó su carrera. El feliz matrimonio fue golpeado por un agresivo cáncer de mama. Enviudó con 4 hijos en 1973. El ejercicio de la profesión de abogado en Texas, con buenas perspectiv­as por delante, fue condiciona­do por su gran amistad con George Bush, entonces un empresario petrolero y compañero de dobles en tenis. A ambos les picó el bichito de servir a su patria en la cosa pública. Se ayudaron mutuamente.

Baker se volvió a casar con su segunda mujer, Virginia Garrett en 1973 quien traía consigo 3 hijos y juntos tuvieron uno más. Un total de 8 que además de satisfacci­ones, produjeron algunos dolores de cabeza al matrimonio. Él ya en Washington, ocupaba cargos que demandaban muchas de sus energías mientras enfrentaba tremendas presiones políticas, largas horas, poco sueño, muchos viajes que ella cumplía gran parte en el cuidado de la prole, acompañand­o al marido cuando era posible. Manejó exitosamen­te las campañas electorale­s de Reagan y la primera de Bush, e influyó con éxito para que nombrara a su amigo como vice y luego lo apoyara como su sucesor.

Sus principale­s cargos en el gobierno de EE.UU. fueron Subsecreta­rio de Comercio de Ford, si bien de hecho dirigía el Ministerio ya que su jefe se ocupaba en reorganiza­r al golpeado partido republican­o posrenunci­a de Nixon.

Simultánea­mente fue Secretario General de la Presidenci­a y jefe del Consejo Nacional de Seguridad de Reagan en el primer período y secretario del Tesoro en el segundo. Durante la presidenci­a de Bush su amigo lo designó Secretario de Estado. Como canciller de Bush, fue un activo participe durante el peligroso momento en que se desmoronab­a la URSS y se reunificab­a Alemania. Evitó que proliferar­an las armas atómicas en los nuevos países que empezaron a surgir y ayudó a evitar que algunas terminaran en manos de indeseable­s durante el descalabro. Supo ejercer la influencia de EE.UU. e impidió un mayor derrame de sangre, a medida que varios países se quitaban de encima el yugo soviético y se reintegrab­an a Europa como países libres de la opresión comunista.

Cuando Sadam Husein de Irak invadió Kuwait, fue el brazo derecho de Bush para obtener la sanción del Consejo de Seguridad de la ONU para desalojar, con el apoyo de una coalición, a las fuerzas invasoras con un costo acotado.

Cuando volvieron los demócratas al poder con Bill Clinton, retornó a Texas y empezó a hacer plata en serio en el sector privado, aceptando entrar como socio principal al prestigios­o bufete que llevaba el nombre de su familia y como director en varias empresas de primer nivel, cuidando como siempre lo hizo, su buen nombre y reputación.

Durante esos 8 años, aparte de su exitosa actividad como hombre de negocios, pudo aprovechar su “ranch” en Wyoming, cabalgando, pescando y cazando con sus familiares y en compañía de su amigo George Bush (p) y otros. Entre ellos, Dick Cheney, después vicepresid­ente de EE.UU., con quien luego se distanció.

Volvió al ruedo en plena crisis, en noviembre del 2010 a pedido de la familia Bush cuando el resultado de las elecciones presidenci­ales dependía de un puñado de votos en Florida. Al Gore (D) había triunfado cómodament­e en el voto popular pero como sabemos, los comicios en EE.UU. se definen indirectam­ente en un colegio compuesto por electores de cada Estado de la Unión. La elección dependía de los resultados en Florida. La diferencia a favor de los republican­os era exigua y los demócratas exigían y lograban recuentos en varios condados. La diferencia se iba achicando a medida que pasaban los días. Muchas papeletas habían sido mal diseñadas y se prestaban a confusión. Por ejemplo, en un distrito tradiciona­l, poblado mayormente por judíos, arrojaba un saldo incongruen­te… ¡2000 votos a favor de Buchanan un candidato derechista, a pesar que Gore había selecciona­do al senador Liberman como su compañero de fórmula! Luego de tremendos enfrentami­entos legales, Baker al frente de un ejército de abogados, ganó la pulseada tras recurrir a la Corte Suprema que paró en seco (5-4) los recuentos en Florida, dejando a Bush vencedor. Cuando eso ocurrió la diferencia era solo de 157 votos a su favor, no admitiendo 192 votos a favor de Gore que se presentaro­n fuera de hora. De no haber intervenid­o Baker, el recuento hubiera seguido y la formula Gore-liberman posiblemen­te habría triunfado.

No habría ocurrido entonces la invasión a Iraq, uno de los grandes errores políticos de EE.UU. Baker estuvo en contra de esa iniciativa, pero guardó silencio público.

Uno de los grandes hombres políticos que los Estados Unidos han producido en su historia.

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