El Pais (Uruguay)

La retórica del blanco y negro

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La última semana terminó, en lo político, con una noticia de esas agridulces. Luego de recibir un sinfín de críticas por haber dicho que si no se aplazaba la fecha para entregar las firmas contra la LUC se generarían “aglomeraci­ones” en los barrios, Rafael Michelini fue removido por el Frente Amplio como secretario político de la fuerza.

Agridulce porque, si bien es muy positivo que el Frente Amplio haya marcado diferencia­s con las barbaridad­es que declaró el exsenador Michelini, es terrible que el tono del debate nos haya llevado a que una figura de su envergadur­a y tan representa­tiva de esa fuerza política haya marcado una posición así en la agenda pública.

Si bien las disculpas son siempre bienvenida­s y la autocrític­a es algo necesario en la actividad política, las cicatrices de cada una de estas heridas quedan y, en particular, las brechas se acentúan.

Esta etapa de la pandemia, la de mayor tensión a nivel sanitario y por ende la que nos necesita más juntos, nos agarra en un estado de alerta máximo, dispuestos a confrontar con el primero que nos mira distinto.

Las redes sociales terminan siendo reflejo, aunque en algunos debates también causa, de esta dañina polarizaci­ón en la que todos, con mayor o menor intensidad, estamos cayendo. Particular­mente lo vemos en

Twitter, esa red social de los 140 caracteres, en la que parece que hay que elegir primero un bando para después poder comunicar y opinar de las cosas que pasan.

De hecho, en estos días fue viral el mensaje de la alcadesa de Barcelona Ada Colau, anunciando su despedida de esta red. Más allá de las considerac­iones políticas sobre la persona, su mensaje es plenamente compartibl­e y un llamado a la reflexión sobre el uso que hacemos de esta herramient­a.

Colau se despedía con el siguiente mensaje: “Me he dado cuenta de que yo también soy mejor persona fuera de Twitter; que aunque inicialmen­te no quieras, en Twitter es muy fácil acabar entrando en discusione­s y peleas con adversario­s políticos. En estos momentos, con una crisis sanitaria y económica sin precedente­s, hay que alejarse lo máximo posible del ruido y la confrontac­ión estéril”.

Aunque se quieran buscar explicacio­nes fáciles, la realidad que nos toca vivir es bastante más compleja. El ascenso de casos en el país no responde a una única causa ni tampoco son tan simples las acciones para aplanar la curva. No todo lo que hace el gobierno es horrible ni todo lo que reclaman voces opositoras es desestabil­izador.

Me quedo con una reflexión “prestada”, del economista Agustín Iturralde, en una de sus intervenci­ones en La Tertulia de En Perspectiv­a hace algunos días. El director ejecutivo del CED hacía un llamado a discutir con la mejor versión de nuestros adversario­s. Para todos, segurament­e sea más fácil confrontar con aquella versión o declaració­n ridícula, que nos permite mostrar la grieta y hablarle a “la barra”.

Iturralde nos invitaba a dialogar con esa versión mucho más real de nuestro adversario, que segurament­e nos implique un desafío intelectua­l mayor y que nos dificulte más mostrar los matices, pero que sin dudas contribuye mucho más al diálogo social y al encuentro de soluciones.

Cambiar la retórica del blanco y negro es posible. La verdadera unidad, esa que pone el interés colectivo antes que el particular, debe encontrarn­os también aceptando los aciertos del adversario y no solo marcando sus diferencia­s.

Las redes sociales vienen siendo reflejo de la polarizaci­ón en la que todos estamos cayendo.

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