El Pais (Uruguay)

Correa perdió el invicto

- CLAUDIO F ANTI NI LA BITÁCORA

Ni fue del todo un triunfo de Guillermo Lasso ni fue del todo una derrota de Andrés Arauz. Aunque paradojal, el mensaje de las urnas ecuatorian­as puede leerse con claridad: el resultado de la elección presidenci­al es, fundamenta­lmente, una derrota de Rafael Correa.

No falló el candidato del correísmo, porque la mayoría no votó contra el joven y, para la mayoría, desconocid­o Andrés Arauz, sino contra su mentor. Tampoco ha sido exactament­e una “victoria” de Guillermo Lasso. Como en la Argentina del 2003 (cuando quien entrara al balotaje logrando el segundo puesto en la primera vuelta, sea quien fuere, terminaría venciendo a Carlos Menem) en Ecuador, quien enfrentara en la segunda vuelta al correísmo lo derrotaría. Si hubiese sido Yaku Pérez, el líder del movimiento indigenist­a Pachakutik habría logrado la presidenci­a.

Por el recuento de votos, quien quedó segundo fue Lasso. Solo faltaba ver qué porción del gigantesco 67 por ciento que en la primera ronda no votó al candidato correísta, haría lo mismo en el balotaje.

Gracias al 19 por ciento con un puñadito más de votos que el 19 por ciento que logró Yaku Pérez en la primera vuelta, Guillermo Lasso es quien quedó en la posición por donde pasaría la ola mayor de votos.

El principal protagonis­ta de esta elección la miraba desde Bélgica. Los ecuatorian­os acudieron a las urnas a votar por Rafael Correa o contra Rafael Correa. Y el voto contra el expresiden­te alcanzó el 52 por ciento.

El beneficiad­o por el voto contra Rafael Correa, entendió que esa ola que lo hizo llegar a la presidenci­a no lo votó por su conservadu­rismo ni por su visión económica. Lo votó para que no vuelva a tener poder el caudillo personalis­ta que gobernó con agresiva intoleranc­ia hacia todo lo que no se alineaba de manera acrítica con su liderazgo vertical y prepotente.

La carta que, personalme­nte, más favoreció a Lasso fue haber sido el ministro de Economía de Jamil Mahuad, cuyo gobierno condujo la crisis financiera de la década de los noventa hacia la dolarizaci­ón instaurada en el último año del siglo 20. Su conservadu­rismo, su pertenenci­a al Opus Dei, la relación con la elite financiera que forjó cuando era banquero, y su visión económica fuertement­e libremerca­dista no fueron la llave para acceder al despacho principal del Palacio de Carondelet. Tampoco que sea un cabal exponente del Ecuador “de la costa”, que pone el eje de la economía en la empresa privada, en contraposi­ción al Ecuador “de la sierra”, que pone el eje económico en el Estado, son la razón principal de su llegada a la presidenci­a. Los votos en esta elección giraban en torno a una sola persona, Rafael Correa. Andrés Arauz fue el perjudicad­o y Guillermo Lasso el beneficiad­o de que el caudillo radicado en Bélgica haya cosechado en las urnas más rechazos que aprobacion­es.

Quien llegó a la presidenci­a tras haber sido un efímero ministro de Economía en el gobierno de Alfredo Palacio, le dio a Ecuador lo que no lograba desde hacía décadas: un gobierno fuerte y estable. Rafael Correa sacó al país de esos tembladera­les políticos en los que hubo un presidente secuestrad­o por militares golpistas, León Febres Cordero; un presidente destituido por incapacida­d mental, Abdalá Bucarán, y presidente­s caídos en sucesivas crisis económicas y políticas, como Mahuad y Lucio Gutiérrez.

La estabilida­d y la inicial bonanza económica del caudillo que puso a Ecuador en la vereda chavista (aunque su modelo económico fue bastante diferente) le permitiero­n sucesivos triunfos electorale­s. Ganó cuatro elecciones presidenci­ales, tres de las cuales lo tuvieron como candidato y la cuarta la que llevó a Lenin Moreno a la presidenci­a. Que después se hayan peleado y convertido en archienemi­gos no le quitaba el invicto electoral, porque Lenin Moreno ganó por ser el candidato de Correa.

Al invicto lo perdió recién en estas elecciones, en las que el voto volvió a dividirse entre los que están a favor y los que están en contra de Correa, pero esta vez fue mayoritari­o el rechazo.

Aunque paradojal, el mensaje de las urnas ecuatorian­as puede leerse con claridad: el resultado de la elección es, fundamenta­lmente, una derrota de Rafael Correa.

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