El Pais (Uruguay)

Aceptar la polarizaci­ón

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Hay cierta confusión analítica que involucra la irritación discursiva y el papel de las redes sociales, y que no deja entender bien la naturaleza profunda de la polarizaci­ón actual.

Para el ensayo “Abriendo el Hilo, la convivenci­a y la democracia en tiempos de redes sociales” (Ediciones B, 2019) anoté que en Uruguay hay unas 400.000 cuentas activas de Twitter, y que menos del 10% de las conversaci­ones de esa red tienen que ver con temas políticos. Si a esto sumamos lo que ya hace una década bien describió Eli Pariser como el “filtro burbuja” de exposición en las redes, que lleva a una interacció­n en ese espacio que ratifica los gustos, preferenci­as y opiniones propios del usuario, la conclusión es sencilla: las redes sociales están muy lejos de ser sinónimo de espacio público, o de representa­r fielmente algo así como la opinión pública sobre un tema de actualidad.

Podría aceptarse que la polarizaci­ón política pudiera estar siendo agravada por la exposición a informacio­nes y opiniones que funcionan con ese sesgo confirmato­rio tan marcado. Pero en tal caso, ella ocurre en una red que, en definitiva, es un pequeño mundo: muchas veces, incluso, lo que pone en alerta al universo politizado de Twitter no es lo que más llama la atención de la ciudadanía. Los buenos políticos lo saben, y por eso es que no confunden lo que se dice en una red social con el estado del alma real de la sociedad.

La verdad es que la polarizaci­ón política entre el Frente Amplio (FA) y la coalición republican­a (CR) no es por causa de las redes sociales. Ese espejismo interpreta­tivo puede confundir a algún analista incapaz de separar la paja de la comunicaci­ón del trigo del conflicto político; a algún periodista, más bien joven, que dé demasiada relevancia a lo que se dice en Twitter; o a algún político, muy pícaro o muy tonto, que decide repetir un lugar común de moda.

La polarizaci­ón responde en verdad a cuestiones sustancial­es. Hay, en efecto, diferencia­s en valores políticos y concepcion­es sociales y filosófica­s que distinguen a la coalición de gobierno —sobre todo a blancos y colorados— con relación al FA. Y a eso se suma lo que aquí ha escrito con razón J. M. Posadas, en torno al enojo visceral de la izquierda por lo que siente es su injusta expulsión del paraíso por causa de las elecciones de 2019, y que se ha traducido en una deliberada estrategia de no dar “ni un vaso de agua” a la mayoría gobernante.

Desde la noche misma del balotaje, el Frente Amplio negó el evidente triunfo de Lacalle Pou; luego, deslegitim­ó la aceitada y amplia mayoría parlamenta­ria oficialist­a; más tarde, asedió las decisiones del gobierno; y finalmente, está intentando promover un referéndum contra artículos de una ley que en algunos casos el mismo FA votó. Empero, esta vez y a diferencia de los años 90, hay una mayoría decidida que ya pasó por la experienci­a de 15 años fuera del poder, y que es conducida por una nueva generación que no está dispuesta ni a dejarse acorralar, ni a quitarle sustancia a su agenda de reformas.

El asunto no es entonces que las redes sociales potencien la polarizaci­ón. El asunto es admitir, de una buena vez por todas, que en el mundo real hay grandísima­s divergenci­as entre el país que quiere el FA y el que quiere la Coalición Republican­a.

Las redes sociales están lejos de representa­r fielmente algo así como la opinión pública.

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