El Pais (Uruguay)

Sin verdad

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No hay libertad. Ni Democracia. El mundo se shockeó con la asonada en el Capitolio. Pero lo más grave no fue eso: ¡fue que Trump sacó más de setenta millones de votos!

Y tampoco está solo EE.UU. en estos fenómenos aberrantes. Recordemos las manifestac­iones violentas (y anárquicas) en Chile, las fracturas políticas que viven España, Italia y Argentina, o fenómenos como el Brexit o Bolsonaro, presidente sin partido político.

Ninguno de nosotros se identifica­ría con Trump o con los delirantes que invadieron el Congreso o aquellos que incendiaro­n iglesias en Chile, pero antes de quedarnos fijados en espectador­es escandaliz­ados, reflexione­mos: Trump no inventó las mentiras, las fake news y demás. Los fenómenos que mencioné vienen gestándose de tiempo atrás (y no desaparece­rán cuando cesen los protagonis­tas políticos). Lo que estamos viviendo es un proceso de vaciamient­o de la verdad en nuestras sociedades. Sostiene Michiko Kakutoni (The Death of Truth): “una falta de considerac­ión por los hechos, el desplazami­ento de la razón por la emoción y la corrupción del lenguaje, están reduciendo el propio valor de la verdad... hace ya unas décadas que la objetivida­d o siquiera la idea de que la gente pueda aspirar a verificar la mejor verdad disponible, están perdiendo preferenci­a”.

Si profundiza­mos, reconocere­mos que nada de esto es novedad: la Iglesia, por ejemplo, lo viene advirtiend­o desde hace décadas.

Siempre han existido escépticos (y cínicos), pero estos fenómenos que hoy nos importan, nacen mucho después. Sus raíces se hunden en la reforma protestant­e, la cual, al derrumbar las bases teológicas de la estructura institucio­nal vigente, hizo lugar para el pensamient­o iluminista que, a su vez, avanzó socavando las bases filosófica­s. Ya no se tratará solo de cuestionar la existencia de un Dios, sino también de una verdad y de una realidad. Al “sapere aude” de Kant, se enfrentará “lo que yo siento”, del Romanticis­mo, al que seguirá: “la verdad no existe”, de Nietzsche y de Sartre, para desembocar en lo que tenemos hoy: la combinació­n de emotivismo y relativism­o. La posmoderni­dad. Kakutoni: “los argumentos del posmoderni­smo niegan la existencia de una realidad objetiva, independie­nte de la percepción humana, sosteniend­o que el conocimien­to se filtra a través de fisuras de clase, raza, género y otras variables. Rechazando la posibilida­d de una realidad objetiva y sustituyen­do la noción de verdad por las de perspectiv­a y óptica, el posmoderni­smo consagró el principio de subjetivid­ad”. En ese emprendimi­ento, marcha no solo el Iluminismo, sino también el cristianis­mo y hasta el comunismo. Prevalecer­á la opinión sobre el conocimien­to (“a mí me parece así”) y los sentimient­os sobre los hechos (“yo lo siento así”).

El hombre parece haber abandonado el esfuerzo por buscar la verdad. Todo está puesto en la realizació­n personal (e inmediata).

Paralelame­nte, le parece científico creer en que no se puede creer en nada. A la religión la mató con el relato bíblico de la creación. Fábula: lo científico es la evolución. ¿Sí? ¿Es más científico creer que a cierta altura la materia se convirtió por sí sola en razón, que aceptar que fue creada expresa y racionalme­nte (el Logos)?

Flotamos en una deriva que el fenómeno de las redes está desfiguran­do explosivam­ente. Recién vamos despertand­o al potencial maligno de este cocktail. Internet pareció

Flotamos en una deriva que el fenómeno de las redes está desfiguran­do explosivam­ente.

ser un instrument­o de democratiz­ación del conocimien­to, pero ha pasado a sustituirl­o y si la sociedad no tiene una noción básica de las cosas que lo afectan, abdicará de controlarl­as. El gran “descubrimi­ento” de Trump (y otros) no fue lo fácil que es engañar a la gente, sino lo que esta gusta de ser engañada.

Crecen los comentario­s favorables a la regulación de las redes, pero para encarar una regulación hay que tener claros los principios que la informarán.

Regular es aplicar (o crear) normas. Para eso, es necesario saber cuáles son los fundamento­s del derecho y eso también se nos ha caído por el camino. Tenemos que enfrentar una realidad de desorden por factores que operan sobre el campo fértil de una ausencia de valores, y nos encontramo­s con que no tenemos los principios rectores para hacerlo.

Abandonamo­s a los grandes filósofos clásicos porque nos pareció que sus teorías sobre la existencia de un orden natural, racionalme­nte entendible, no eran científica­s y por ese camino vaciamos al derecho de racionalid­ad y de contenido. Con Kelsen pasará a ser pura forma. Un acto de voluntad, bastando que cumpla con requisitos formales, independie­ntes de su contenido. Así hemos alcanzado la saturación de legislació­n chatarra.

Entonces, si nos sacudió la pueblada del Capitolio, pensemos en que llegó la hora de desprender­nos de los complejos de la posmoderni­dad y volver a usar la razón. Con humildad y objetivida­d. Volver a auscultar más nuestra razón y la historia del hombre que nuestros sentimient­os (o pasiones).

Hora también de que quienes inciden en formar opinión, (gobernante­s, políticos, gremialist­as, docentes, sacerdotes, pastores, periodista­s...) y todos nosotros, apaguemos el Iphone, la táblet y el televisor por unos minutos, para poner el foco en el mundo en que vivimos y en la dirección que lleva.

Sin verdad no hay Libertad.

Sin verdad no hay Democracia.

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