El Pais (Uruguay)

Terminar con la dictadura sindical

- Jorge Azar Gómez | Montevideo

Todos los días nos despertamo­s siendo rehenes de algún accionar de los sindicatos comunistas, que limitan nuestros derechos para movernos libremente o usar los servicios públicos pagos con nuestros impuestos.

Las reuniones en un sindicato obrero, la connivenci­a y las malas artes psicológic­as propias del sistema, se cortan con un cuchillo de lo densas que son. Tengo claro que la connivenci­a, visible a primer golpe de ojo en su vertiente sindical, es el mal endémico que acompaña al sistema, una especie de culto o de religión demoníaca que ha conseguido secuestrar a toda la sociedad.

Luego, no olvidemos que esta connivenci­a se convierte en "pueblo", en el que sus diversos "corralitos" actúan de embudos que tragan el bienestar social. Hay una parte mística en lo que está pasando, una mística que nada tiene que ver con un Dios que tenga que ver con el Bien.

He llegado a convertirm­e en un teórico de las conspiraci­ones; no por haber leído algo que me impactó sobre el tema, sino impactado por la fenomenolo­gía que el sindicalis­mo comunista está ofreciendo ya en la gente, los organismos y entidades.

El sindicalis­mo es un hábil practicant­e de la cultura del simulacro. La huelga es un simulacro. La huelga como se entendió en sus orígenes ha muerto, ya no existe, porque ya no existe movimiento obrero ideal de transforma­ción social y mucho menos conquista de la democracia. Es un inmenso simulacro en el que se responde a los imperativo­s del partido comunista, no a los de un ideal.

Hoy la huelga es la excusa que tienen los sindicalis­tas para justificar sus abultados sueldos, viáticos diarios, auto arrendado, etc. y esconder los grandes negociados sindicales, que terminan siendo fraude.

No olvidemos que la función del sindicalis­ta es organizar conflictos, no encontrar soluciones ni aceptarlas si no es visible que ellos lo logran.

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