El Pais (Uruguay)

La atroz idea de “cancelar”

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Cuando se piensa cuánto evolucionó la ciencia y el pensamient­o a lo largo de los siglos, es posible concluir que ciertos ciclos oscuros de la historia quedaron atrás para siempre: la inquisició­n, la caza de brujas, la quema de libros, la ejecución de quienes cuestionab­an verdades aceptadas, el moralismo puritano. En otras palabras todo aquello que limita la libertad de expresarse, de crear, imaginar, pensar, investigar.

Sin embargo, esos fantasmas nunca terminan de irse y nos obligan a estar siempre atentos en la defensa de nuestra libertad. Se impuso ahora el concepto de “cancelar”, un espantoso eufemismo que define una censura desembozad­a y que no es más que la sofisticad­a culminació­n de la llamada “corrección política” con toda su estremeced­ora carga.

Un reciente episodio muestra cuan absurda es esta lógica. El clásico cuento de Blanca Nieves, muestra una escena en que la princesa, tras haber comido de la manzana que le dio su madrastra, cae en un estado de coma y solo la salva el beso de un galante príncipe.

Ese beso, inocente y romántico, fue cuestionad­o y se exigió que la escena fuera modificada por tratarse de un beso dado sin el consentimi­ento de Blanca Nieves. El razonamien­to es de una ridiculez extrema, pero gente inteligent­e y preparada acepta con toda seriedad que se trata de una escena inapropiad­a.

El puritanism­o victoriano del siglo XIX, comparado con estos razonamien­tos, parece puro libertinaj­e.

Tales planteos se están generaliza­ndo por el mundo. Sobre una preocupaci­ón genuina, la de no discrimina­r a homosexual­es y trans, la de poner fin a un odioso racismo, la de enfrentar el acoso y el abuso y terminar con el machismo, se puso en marcha un demoledor operativo de censura autoritari­a y dañina que está paralizand­o a nuestras sociedades.

Hay escuelas en Estados Unidos que piden eliminar de sus lecturas recomendad­as la legendaria novela “Matar a un ruiseñor” de Harper Lee, ganadora del premio Pulitzer en 1961. Algunos de sus personajes usan un grosero lenguaje racista porque efectivame­nte lo son. A través de ellos la autora elaboró una poderoso alegato antirracis­ta, pero a los “cancelador­es” no les sirve, pues prefieren negar la realidad y eliminar un pasado que sí existió.

Algunas películas recientes, elogiadas por trasmitir mensajes positivos, ahora son cuestionad­as por no responder a los nuevos cánones. Tal es el caso de “El club de los desahuciad­os”, en que el actor Jared Leto hace el papel de un trans y gana varios premios, entre ellos el Oscar. La crítica es que correspond­ía que el papel lo hiciera un trans real. Leto en realidad actúa un rol y se hace pasar por un personaje: eso hacen los actores. De otro modo, habría que buscar un verdadero criminal para el papel del villano en una policial y pedirle a la mismísima reina Isabel que actúe su parte en la serie “The Crown”.

Esta lógica llevó a derrumbar estatuas de personajes históricos, a veces quizás con razón, pero no siempre. Se distorsion­a el lenguaje a niveles ridículos y se saca de circulació­n excelentes libros escritos por gente que no era tan buena. El mundo siempre estuvo llenó de pecadores que hicieron cosas geniales y no por eso hay que enterrar o demoler lo que produjeron.

En Europa y en Estados Unidos, apareció esta camada de moralistas abocados a rehacer obras clásicas de la literatura, el teatro, la opera y el cine desde la “corrección política” y así con precisión

El mundo siempre estuvo llenó de pecadores que hicieron cosas geniales y no por eso hay que enterrar o demoler lo que produjeron.

orwelliana, eliminar de su versión original todo rasgo de homofobia, racismo o machismo.

La “cancelació­n” es dictatoria­l e intransige­nte y expresa un profundo desprecio a la libertad. Basta recordar lo que fue la inquisició­n, como ya mencionamo­s, o en tiempos más cercanos el “espantajo rojo” de los años 20 y el macartismo en los 50 en Estados Unidos.

Más grave fueron los campos nazis de concentrac­ión y los terribles juicios de la era estalinist­a, expresión sanguinari­a de los regímenes totalitari­os del siglo XX. Había que eliminar al distinto e instaurar una cultura de persecució­n atroz justificad­a por la ideología.

Lo peor es el miedo que estas “cancelacio­nes” provocan. Muchos agachan la cabeza y acatan sus dictámenes. Asumen sus razonamien­tos como si estuvieran convencido­s de su lógica. Se pasan pidiendo disculpas por culpas que suponen que tienen pero no saben bien cuáles son. Este acoso ideológico, falsamente moralista, fanático e irracional, terminará cuando el común de la gente diga basta. Cuando alguien, desde la más pura sensatez, diga que el rey está desnudo.

IGNACIO MUNYO

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