El Pais (Uruguay)

Obligación síono

- TOMÁS LINN

Junto con la cepa Delta, llegó a Uruguay una discusión que se agita en otros países. ¿Cuán obligatori­a debería ser la vacunación contra el virus? La tendencia mundial ha sido la de no obligar a vacunarse. La nueva cepa, sin embargo, pegó fuerte en aquellas regiones donde la vacunación es lenta e incompleta, e impuso así el debate.

El gobierno uruguayo insiste en que la inoculació­n no debe ser compulsiva. Los buenos resultados de la vacunación ayudan a que el debate acá sea menos intenso.

En cuatro meses y medio el 70 por ciento de la población (casi dos millones y medio de personas) se vacunó con una dosis y el 59 por ciento (dos millones de personas) recibió las dos dosis.

La gente más expuesta a la variante Delta, acá y en todo el mundo, es la que no se vacunó. Su aparición volvió a poner presión sobre algunos centros de salud justo cuando parecía llegar el alivio.

La eficacia de la vacunación contra el Covid-19 está fuera de discusión. Las cifras en Uruguay son contundent­es. A medida que crecen los vacunados, decrecen los contagiado­s, internados en CTI y muertos.

Sin embargo hay un grupo reducido pero inflexible que se resiste a vacunarse y eso entorpece el proceso. Para contrarres­tarlo, el ministro de Salud Pública anunció que se seguirá vacunando “barrio a barrio” y “empresa a empresa”.

Está bien que la vacunación no sea obligatori­a aunque también tiene sentido que algunas institucio­nes consideren que quienes trabajan allí deberían estar vacunados. No porque el Estado lo obligue, sino por ser un requerimie­nto particular de esa institució­n.

El director del hospital de Clínicas, Álvaro Villar, anunció que exigirá que los estudiante­s que hacen prácticas allí estén inmunizado­s. Asimismo, la Asociación Rural pedirá a quienes ingresen a la Expo Prado, ya tengan los 15 días cumplidos desde la segunda dosis.

En columnas previas he sostenido que así como el gobierno no debía obligar a nadie a vacunarse, era razonable que algunas institucio­nes lo requieran a su personal.

Sería el caso de los centros de salud. Es absurdo que quienes predican la necesidad de una masiva vacunación, tengan en su retaguardi­a gente que no se inoculó

Un paciente tiene derecho a exigir que desde la recepcioni­sta de un hospital o una clínica, pasando por enfermeros y médicos y también por el personal administra­tivo y de limpieza, esté todo vacunado.

Contra lo que algunos opinan, eso no afecta el derecho a trabajar pues se trata de un derecho que suele tener alguna contrapart­ida. Nadie está forzado a andar por la calle con casco, pero sí quien trabaje en una construcci­ón. Para muchas tareas se requieren ciertos requisitos, desde el uso de uniforme, pasando por el conocimien­to de especialid­ades, hasta la presentaci­ón de exámenes médicos rigurosos para realizar determinad­as tareas.

La obligación de vacunarse en lugares específico­s, que no la impone el Estado, tiene que ver con la libertad responsabl­e de la que tanto se habla. Una persona es libre de vacunarse o no, y debe asumir la responsabi­lidad que esa libre decisión conlleva. Tendrá efectos y de ellos hay que hacerse cargo. Quien no se vacuna debe tener claro que eso podría afectar su salud, la de terceros y su empleo.

Es probable que algunos centros de enseñanza exijan que sus estudiante­s, docentes y personal se vacunen para garantizar protección sanitaria.

Esto ya ocurre en Estados Unidos. Un juez federal apoyó a la Universida­d de Indiana por requerir que su personal y estudiante­s estén vacunados si quieren usar las instalacio­nes del campus. El fallo podría ser apelado, pero ya hay un pronunciam­iento judicial respecto al derecho de un organismo a tomar medidas que salvaguard­en la salud de su personal y su estudianta­do.

En Francia, el gobierno que en un principio defendió la no obligatori­edad de la vacunación, con la variante Delta y ante un proceso lento de inoculació­n, dio un viraje y la semana pasada anunció que la vacunación será solicitada a personal de salud, empleados de residencia­s de ancianos y los que trabajan con personas frágiles. Además se la pedirá a quienes vayan a restaurant­es, cines, espectácul­os y eventos deportivos. No habrá restriccio­nes de movilidad excepto para quienes no se vacunaron.

Sería imposible plantear una estrategia así en Argentina, ya que no es culpa de la población que la vacunación sea lenta, incompleta (porque escasea) y desordenad­a.

En Uruguay el proceso se hizo a ritmo sostenido y con amplia adhesión de la gente, lo que relativiza el debate.

Lo razonable, como expliqué, es que algunas institucio­nes (no el Estado) por su propia cuenta, lo requieran. Ello no afectaría el concepto de libertad responsabl­e. Las personas son libres de no vacunarse y los centros de salud y otras institucio­nes lo son de pedir constancia de vacunación.

Quien decide no vacunarse sabe que esa decisión genera una cadena de consecuenc­ias y, en el uso de su libertad, debe hacerse cargo de tales efectos.

A medida que aumentan los vacunados, decrecen los contagiado­s, los internados en CTI y los muertos.

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