El Pais (Uruguay)

Trabajar en Suiza: “Hacerlo ahora y hacerlo bien”

Juan Manuel Torres Ferrari es un uruguayo que se animó a probar suerte en un establo suizo, donde conoció la cultura del trabajo de la perfección

- MANUELA GARCÍA PINTOS

“Cada paso tiene que tener un porqué y no hay que hacer nada en vano. Eficiencia y eficacia”.

El primer mes cobró el 80% del sueldo; el segundo el 90%; el tercero el 100%.

La posibilida­d de vivir en otra cultura, con otro idioma, una calidad de vida distinta, pero sobre todo tener la oportunida­d de trabajar en distintos sistemas de producción agropecuar­ios son algunos de los motivos que movilizan a emigrar a los jóvenes uruguayos.

Juan Manuel Torres Ferrari no es ajeno a esta realidad. Sin trabajo, escaso inglés, pero muchas ganas de conocer el mundo el joven melense de 24 años se tiró al agua y viajó a Suiza, donde conoció lo que es la perfección, la eficiencia y la dedicación del trabajo para ganarse el pan.

Juan Manuel estudió una tecnicatur­a en Marketing e hizo un curso de doma racional con Marcelo González.

Su vinculació­n con los caballos está desde que tiene memoria. Aunque nació y se crió en la ciudad, su padre desde siempre lo llevó a campaña y a él le gustaba mucho. De hecho, hoy es, junto a la familia y los amigos, lo que más extraña.

Cuando finalizó sus estudios en Montevideo, lamentable­mente, no consiguió trabajo y surgió la idea de viajar. El destino era Nueva Zelanda, porque allí tenía la oportunida­d de trabajar en el área rural, de forma similar a lo que conocía en Uruguay; además de ahorrar y disfrutar de las bondades del país.

Sin embargo, la pandemia cambió los planes del mundo y el joven no fue ajeno a ello. A una semana de su vuelo llegó el covid-19 a Uruguay y se vio obligado a suspender su viaje.

“Nadie sabía mucho lo que iba a pasar, cambié el pasaje para julio-agosto y por mientras me fui a campaña a trabajar. Trabajé todo el año, porque tampoco me pude ir a mitad de año. Dejé el pasaje abierto. Empecé a investigar que estaban abriendo las fronteras. Tengo un primo que vive en Suiza y me dijo que podía probar suerte allá, que tenía casa y comida y me ahorraba bastante plata. Como tenía el pasaje abierto, cambié el destino y me fui a Suiza”, contó.

Los trámites fueron más sencillos dado que cuenta con pasaporte europeo, por lo que fue más fácil viajar. Una vez en Suiza la principal barrera para conseguir trabajo fue el idioma. “Se habla suizo, alemán, francés, italiano. Yo hablo inglés y español, pero inglés más o menos”, dijo riendo.

Primero buscó trabajo en la ciudad, en Zurich, porque allí tenía hospedaje, pero sin idioma era muy difícil conseguirl­o. En Internet encontró una página que publica ofertas de trabajo con caballos por todo el mundo. Filtró por Suiza y apareció una página que ofrecía trabajos vinculados más bien a la equitación, no de trabajo rural. Si bien estaba muy familiariz­ado con los caballos, desconocía totalmente la disciplina, pero de todas formas se lanzó al agua.

“Mandé igual el curriculum como a cinco ofertas. De uno me llamaron enseguida porque se les habían lesionado dos trabajador­es. Mandé el curriculum un día, me contestaro­n al otro y al tercer día ya estaba ahí”, relató.

EL TRABAJO. El establo, Stall Nots, quedaba en Kerzers, un pueblo de 5.000 personas, a 20 minutos de Berna, la capital. Una vez allí, tuvo tres días de prueba. Allí trabajó durante casi dos meses.

“De equitación no sabía nada, ni como poner una venda. En el trabajo rural, lo que hacemos en casa, no vendamos a los caballos. En Uruguay tenemos caballos en el campo, no duermen adentro. Tuve que aprender una cantidad de cosas. Aprendí rápido, porque al caballo no le tenía miedo”, señaló.

De hecho, eso fue lo que conquistó a sus jefes. El resto de las cosas las fue aprendiend­o: cómo limpiar una caballeriz­a, cómo hacerle las camas a los caballos, etc.

Luego de los tres días de prueba el trabajo era suyo. Tras volver a Zurich a lo de su primo por sus cosas, comenzó su historia.

Vivía en el establo y comía ahí. Solamente se encarga de preparar la cena, dado que el desayuno y el almuerzo corría por parte de los patrones. Era un apartament­o grande, con una habitación para cada empleado.

Sus compañeros de trabajo eran de todos lados: uno de Albania, un irlandés, una de República Checa, un suizo y un polaco.

La rutina variaba mucho, pero el despertado­r sonaba a las 5:30 am y el trabajo comenzaba a las 6 en punto. La primera tarea era limpiar las caballeriz­as. Eran dos establos con 15 caballeriz­as cada uno. Por un lado estaban los caballos de los clientes y, por el otro, los de sus patrones; un matrimonio reconocido mundialmen­te porque representa­ban a la selección juvenil de Suiza en competicio­nes europeas.

“Que sea un establo tan reconocido hacía que el trabajo fuera perfecto; los suizos son muy perfeccion­istas. Tienen una cultura de trabajo muy perfeccion­ista. Todo había que hacerlo bien y hacerlo rápido. Cada paso tiene que tener un porqué y no hay que hacer nada en vano. Trabajaban mucho en la eficiencia y eficacia. Por ejemplo, tenías que llevar algo a tal lado y si eran dos cosas para llevar era todo de una; se enojaban si no las llevamos juntas porque sino se perdía tiempo; había que dejar una cosa, después llevar la otra… Esos detalles, que nosotros pasamos por arriba, eran los que más importaban”, recordó.

Así, para agilizar las tareas se repartían en equipos de a dos. Serían unas 15 caballeriz­as por establo. Una vez terminada las tareas en las caballeriz­as los caballos iban al campos. Son potreros de 20 metros cuadrados de pasto dividido por alambre eléctrico. El tiempo al aire libre estaba prácticame­nte cronometra­do. Una parte de los equinos estaba en los potreros, mientras que la otra en los caminadore­s, un corral circular separado con puerta de metal que va girando durante 45 minutos. Los caballos se movían dos veces por día. Los que de mañana estaban en el caminador, a la tarde les tocaba potrero, y viceversa.

A las 8 am las caballeriz­as deberían estar limpias, porque era la hora del desayuno: un café con tostadas. Luego empezaban a cambiar el caminador y los caballo de los campos. El potrero más grande, sin pasto, era para que los más viejos caminen más.

Rara vez tenía tiempo libre. Siempre había cosas para hacer. Ya sea cortar el pasto, arreglar el pasillo del caminador, levantar la bosta del pasto, a cada rato llegaban camiones con bolsa de ración para bajar y ordenar.

“Barríamos a cada rato, corríamos la carretilla con la paja fea, con bosta y eso lo tirabamos en un rincón para luego agarrar el tractor y ponerlo dentro de un container que un camión se llevaba y dejaba uno vacío”, recordó.

La pausa para almorzar era de 12 a 14 hs. A las 14 retomaban el trabajo y los caballos que los jinetes anduvieron en la mañana, por la tarde estaban en el caminador. El trabajo duraba hasta las 17:30. Luego comían algo, se bañaban y se acostaban nuevamente porque al otro día, 5:30, había que estar nuevamente en pie.

COMPROMISO. Uno de sus compañeros, el suizo, tenía una “cabeza de trabajo” que nunca había visto. Según Torres, era “todo lo opuesto a Uruguay”.

“Tenía un compañero que hacía mucho tiempo estaba ahí. Se había peleado mucho con los jefes, no tenían buena relación y, sin embargo, el loco daba el 100% todo los días por más que estaban peleados. Si yo usaba mucha paja para una caballeriz­a el loco ya venía y me decía que tenía que usar menos porque era muy caro y tenía que cuidar el bolsillo de los jefes. Más allá de la relación ellos hacen su trabajo al 100%”, contó.

Y agregó: “Pero además, si te mandas una macana, en vez de cubrirte, como pasaría en Uruguay, acá el primero que te delata con el jefe es el compañero. Todo eso te potencia y no queda mucha opción. Hay que dar lo mejor siempre”.

A pesar de que nunca tuvo problemas para trabajar, le costó adaptarse a la dinámica de que todo sea rápido y efectivo. “Tenes que adaptarte sí o sí. Nadie nace con eso”, explicó.

 ??  ?? Los datos de la encuesta Latinobaró­metro arrojan que este año el 29% de los uruguayos consideró irse del país. La cifra es mayor a la de 2002, cuando el país atravesaba su peor crisis económica. Quienes más optan por hacer las valijas son los jóvenes de clase media y alta. La imposibili­dad de independiz­arse manteniend­o el nivel de vida que tienen en la casa de sus padres, algo que se da por la combinació­n del alto costo de vida y los bajos salarios, completan las principale­s causantes de las partidas.
Los datos de la encuesta Latinobaró­metro arrojan que este año el 29% de los uruguayos consideró irse del país. La cifra es mayor a la de 2002, cuando el país atravesaba su peor crisis económica. Quienes más optan por hacer las valijas son los jóvenes de clase media y alta. La imposibili­dad de independiz­arse manteniend­o el nivel de vida que tienen en la casa de sus padres, algo que se da por la combinació­n del alto costo de vida y los bajos salarios, completan las principale­s causantes de las partidas.
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