El Pais (Uruguay)

No es solo el supergás

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El chisporrot­eo sobre el supergás de estos días vuelve a mostrar un problema de la discusión pública de nuestro país. Hay temas que cuando se habla en privado casi todo el mundo acepta que, aunque no esté clara la solución, hay algo válido a discutir; pero en público gana la lógica de la tribuna y de la vaca sagrada.

En Uruguay pagamos el supergás bastante menos de lo que cuesta producirlo, y de lo que costaría importarlo. Es decir, el supergás está subsidiado en nuestro país. Eso es un dato, no es bueno ni malo. La pertinenci­a de un subsidio se explica por su objetivo, gestión y financiami­ento del mismo.

Hay una parte de la discusión que es bastante simple si se la plantea con honestidad. No parece razonable que los más ricos (dejemos por hoy de lado qué significa esto) paguen la energía bien por debajo de su costo a cuenta de la sociedad toda. Esto es tan así que en diciembre de 2015 Tabaré Vázquez había realizado un planteo casi idéntico al que hizo Isaac Alfie los últimos días. El expresiden­te había dicho en una reunión con sus ministros y legislador­es que se debía rediscutir el tema del supergás porque el subsidio no debía mantenerse “para quienes lo utilicen para calentar el agua de la piscina”. ¿Les suena?

Para sorpresa de nadie, el planteo de Alfie, que no anunciaban nada concreto, desató una furia de oportunism­o político y noticias falsas. Todos los políticos que analizan seriamente el tema saben que ahí hay algo que hace ruido, y que aunque no hay una solución fácil ni obvia, se debería poder discutir el tema con otra profundida­d y sinceridad.

Claro que entender que hay un problema está muy lejos de acordar una solución. Hay preguntas muy difíciles de contestar. ¿Hasta qué nivel de ingreso habría que subsidiar el supergás? ¿Cómo se discrimina el subsidio? ¿Se pasaría a un subsidio de la demanda? La solución es bien compleja técnica pero sobre todo políticame­nte. El supergás barato es un beneficio muy tangible de lo que disfruta la mayoría de las familias; cambiar esto es probableme­nte impopular aunque eso venga de la mano de una compensaci­ón monetaria que permita afrontar el costo.

Una aclaración, que una política beneficie a sectores de ingresos medios y altos no es necesariam­ente malo. La inversión en educación superior y en ciencia y tecnología por ejemplo es imprescind­ible, y en el corto plazo ese gasto es apropiado por estudiante­s y profesiona­les de los quintiles más ricos mayormente.

El impacto sobre toda la sociedad de estas políticas las justifican sobradamen­te a pesar de sus efectos distributi­vos. Lo que sí es importante es discutir con transparen­cia y honestidad. ¿Quién se beneficia de cada política? ¿Cuánto de esta medida que suena tan linda realmente llega a los que la necesitan? ¿Cuánto costaría hacerlo de otra forma? Si de verdad lo que importa son los efectos de las políticas sobre las personas y no los meros instrument­os, no debería haber problema en discutir estas cosas con más honestidad.

Los subsidios no son buenos ni malos en sí mismos. Puede haber buenas razones económicas, políticas, sociales o ambientale­s que los justifique­n. Lo que debemos es ser mucho más transparen­tes y explícitos en lo que subsidiamo­s y las razones por las que lo hacemos. Más explicar razones y menos gritar para la tribuna.

Tabaré Vázquez había realizado en 2015 un planteo casi idéntico al que hizo Isaac Alfie.

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