El Pais (Uruguay)

Lula rompió un silencio

- CLAUDIO FANTINI

El tono que usó Lula no es acorde con la gravedad de lo que ocurre en Nicaragua, pero al menos dijo lo que otros presidente­s que se autopercib­en progresist­as callan de manera ensordeced­ora. El expresiden­te de Brasil le recomendó a Daniel Ortega “no abandonar la democracia” y preservar “la libertad de expresión” y la alternanci­a en el poder, señalando incluso como positivo que el próximo gobierno de Nicaragua fuese de otro signo político.

La cantidad de muertos que dejó la represión a las últimas protestas en Managua, la ola de exiliados nicaragüen­ses que inundó Costa Rica, la cantidad de presos políticos y la razia que encarceló aspirantes a competir con Ortega en la próxima elección, ameritan un tono más enérgico que el utilizado por el líder centroizqu­ierdista brasileño. Pero en el marco del silencio que mantienen los gobernante­s y dirigentes de la izquierda en la región, lo que dijo Lula da Silva tiene un gran valor.

El exlíder metalúrgic­o que podría vencer a Bolsonaro y volver a la presidenci­a en la próxima elección, está anunciando a su país y a la región sus diferencia­s con las autocracia­s y los regímenes que perpetúan el poder de un líder o un partido.

Resulta enigmática la dificultad para condenar a regímenes de izquierda que violan Derechos Humanos de manera tan evidente como brutal y sistemátic­a. La portación de discurso y simbología con carga ideológica les permite contar con la complicida­d de dirigencia­s izquierdis­tas a regímenes calamitoso­s, como el cubano y el venezolano, así como a déspotas inescrupul­osos que mantienen la economía capitalist­a pero persiguen ferozmente a sus opositores, como Daniel Ortega. Pero esa actitud deplorable no se ve solo en la izquierda.

Los países del Grupo de Lima guardan silencio sobre lo que ocurre en países gobernados por derechista­s que están avasalland­o el Estado

de Derecho. En Guatemala, el presidente conservado­r Alejandro Giammattei está desactivan­do los dispositiv­os anticorrup­ción con que cuenta el sistema judicial. Valiéndose de la fiscal general Consuelo Porras, expulsó sin causa al titular de la Fiscalía Especial contra la Impunidad, Juan Francisco Sandoval, quien impulsaba investigac­iones sobre corrupción que podían conducir hasta el mismísimo jefe de Estado.

En El Salvador crecen las señales de probable persecució­n política contra la dirigencia del izquierdis­ta frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN). Por casos de corrupción en el gobierno de Mauricio Funes que ya habían sido juzgados, varios ministros del posterior gobierno del FMLN han sido detenidos y se ha librado una orden de captura contra el expresiden­te Salvador Sánchez Cerén. No es difícil sospechar que el actual presidente salvadoreñ­o está detrás de esta posible persecució­n judicial porque, desde que llegó al poder, Nayib Bukele se colocó por encima del sistema de leyes.

La lentitud de la OEA para dar centralida­d a los casos de Guatemala y El Salvador, contrasta con la estridenci­a de los pronunciam­ientos contra el autoritari­smo de regímenes izquierdis­tas. También aturde el silencio de los gobiernos centrodere­chistas respecto a Colombia, donde se han vuelto sistemátic­os los asesinatos de dirigentes campesinos, defensores de Derechos Humanos y exguerrill­eros que firmaron la paz.

El silencio que los líderes de centrodere­cha mantienen frente a estos casos, resta credibilid­ad a sus denuncias y condenas a las violacione­s de Derechos Humanos que se cometen en Venezuela, Nicaragua y Cuba con la complicida­d deplorable de gobiernos y dirigencia­s que se autoconsid­eran progresist­as.

La actitud deplorable de no condenar a los que están avasalland­o el Estado de Derecho se da tanto en la izquierda como en la derecha.

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