Dos caras de la misma moneda
Parece que estamos todos de acuerdo con la importancia de invertir en infancia, y en especial en la primera infancia. ¿Quién estaría en contra de esto? La evidencia sobre la eficacia y la eficiencia de invertir en la primera infancia es abrumadora. Las condiciones de vida de los primeros años son determinantes en el desempeño futuro de los hoy niños pequeños en el sistema educativo, en el mercado laboral y en sus habilidades socioemocionales.
Sin embargo la realidad no tiene esta contundencia. Más allá de programas exitosos concretos como Plan CAIF y Uruguay Crece Contigo, la realidad es que el gasto público en Uruguay está sesgado al extremo hacia las generaciones mayores. Son las personas de mayor edad las beneficiarias de los gastos más onerosos del Estado uruguayo. Por ejemplo, la inversión en seguridad social y salud representa más del 20% del PBI de nuestro país.
Claro que eso ha traído resultados de los que todos estamos orgullosos. La pobreza entre los mayores de 65 años apenas supera el 2%; y hemos alcanzado muy buenos niveles de cobertura en salud y expectativa de vida. No podemos entender estos logros separados de la inversión tan relevante que hace nuestro país en estos sectores. Sin embargo, creo que tampoco podemos seguir ignorando las desigualdades que también están detrás de esto.
En las últimas décadas muchas decisiones políticas siguieron comprometiendo más y más recursos para las personas de mayor edad. La inclusión en la Constitución de un régimen generoso de ajuste de las jubilaciones en 1989, la flexibilización de las jubilaciones de 2008 y ley de los cincuentones de 2016 son tres decisiones políticas que agudizaron el sesgo antiinfantil de nuestro gasto público.
No debemos olvidar que mientras esto pasaba la pobreza entre los menores de 6 años era 10 veces mayor que entre los mayores de 65, los asentamientos tenían una población muy infantilizada y el sistema educativo expulsaba a niños y jóvenes.
Hay una verdad que no debemos olvidar: gobernar es priorizar, los recursos son finitos y siempre existirán necesidades insatisfechas. No se trata de dar recursos a las cosas importantes y negarlos a las banalidades: se trata de elegir entre opciones buenas. Si de verdad queremos enfocar más recursos en los niños debemos saber que esto tendrá una cara más antipática. Esa otra cara tiene varios nombres, pero sobre todo se llama reforma de la seguridad social.
Estos días un columnista en La Diaria decía “Pretender que las personas trabajen más allá de los 60 años supone someterlos a un esfuerzo creciente y configura una recarga extra cruel e inhumana”. La opinión en concreto me parece increíble, pero no es el punto de esta columna. El punto es que si no racionalizamos la trayectoria de aumento insostenible de necesidades de financiamiento del sistema de seguridad social no podremos realmente priorizar la niñez.
Llegó la hora de mirar 30 años para adelante y reforzar la inversión en niños y jóvenes que no votan hoy, y eso implica decirle a muchos que si votan cosas que no quieren escuchar. Enfocar racionalmente y sin demagogia la discusión de la seguridad social debería ser condición necesaria para llenarse la boca con la primera infancia.