Más allá de Cuba
Hace pocos días el pueblo cubano envió al mundo una luz de esperanza. Salió a las calles al grito de “¡Patria y Vida!”, “¡Abajo la dictadura!” y “¡Queremos Democracia!”. Como era de esperar, el régimen castrista reprimió a los manifestantes duramente. Pero esta vez, la ola de protestas tuvo una característica diferente. La situación humanitaria se desbordó por la escasez de comida y medicamentos. La pandemia hizo que el sistema sanitario colapsara. La gente literalmente se enfrenta a definir entre manifestarse y arriesgar su aniquilada libertad o morir de hambre y callada. “Acá se comenzó a perder el miedo” me comentaba una integrante de la Mesa de Diálogo de la Juventud Cubana, uno de los grupos más activos en el pedido de una transición democrática para Cuba. A todo esto, se le suma que el liderazgo político a la interna del régimen empieza a tener fricciones.
Las manifestaciones en Cuba reverdecieron nuevamente el debate en nuestro país sobre aquellos defensores y opositores al régimen. Más allá de los argumentos en sí, este tipo de contextos sirve para analizar señales que trascienden el hecho concreto. En primer lugar, a diferencias de otras caídas de regímenes democráticos, el caso de Cuba (y el de Venezuela) es historia reciente. Ser testigos del derrumbe democrático de un país hace que muchos sientan de forma más cercana los atropellos de un régimen que reprime a un pueblo que hace algunas décadas supo vivir en libertad.
Por otro lado, es interesante ver cómo el argumento de quienes siguen respaldando al régimen no refuta el punto concreto del debate: ¿defienden o no la represión de régimen totalitario? En vez de contestar esta pregunta, prefieren desviar la conversación diciendo que el gobierno no ha denunciado con la misma vehemencia los hechos acontecidos hace pocas semanas en Colombia en la que, tras un ajuste fiscal propuesto por el presidente Iván Duque, miles de colombianos salieron a la calle a manifestarse generándose disturbios en diferentes ciudades. Según diferentes organizaciones sociales, tras los enfrentamientos entre los manifestantes y la policía, hubo unas (o al menos) 46 personas muertas.
Más allá de la vehemencia con que se denuncia lo sucedido en uno u otro país, poner al mismo nivel lo que sucede en Cuba con lo que pasa en cualquier otro país que goza de vivir en democracia, es una señal de cómo los defensores de los autoritarismos entienden el mundo. El pueblo colombiano en mayo de 2022 tendrá elecciones libres en la que aquellos ciudadanos que estén en desacuerdo con el gobierno actual podrán votar para cambiarlo. En Cuba, no solo tienen prohibido manifestarse sino también votar. Por eso, aún más, el ver la represión de un dictador contra un pueblo que pide libertad causa enorme repudio a quienes creemos en la democracia.
Cuando como sociedad nos enfrentamos a una violación de los derechos humanos contra un pueblo que no es libre de su propio destino político, estamos ante la obligación de hacer uso de nuestra “responsabilidad de proteger”. La responsabilidad de proteger no se contrapone, sino que interpela a un principio recurrente de la política exterior en este tipo de acontecimientos como el que sucedió en Cuba: la no intervención en los asuntos internos de otros Estados. La pregunta que nos plantea un caso como el de Cuba es, hasta cuándo los Estados deben abstenerse sin que ello implique ser testigos cómplices de violaciones a los derechos humanos. Esta fue la disyuntiva que se planteó desde Naciones Unidas a comienzos de este siglo ante violaciones graves y sistemáticas de los derechos humanos en África. Así lo planteó Kofi Annan, entonces Secretario General de Naciones Unidas: “Si la intervención humanitaria es, en realidad, un ataque inaceptable a la soberanía, ¿cómo deberíamos responder (…) a violaciones graves y sistemáticas de los derechos humanos que transgreden todos los principios de nuestra humanidad común?”.
Por esto, la reacción del sistema político ante lo sucedido en Cuba va más allá de los lamentables hechos acontecidos. Sirve para confirmar una vez más el lado de la historia en el que algunos prefieren estar. Algunos defendiendo la libertad y otros avalando la represión. Dice Paul Ricoeur que “la historia es heredera de un problema que se plantea en cierto modo por debajo de ella, en el plano de la memoria y el olvido”. Por eso, más allá de Cuba, sorprende que quienes se creen los dueños de la memoria contra la represión sean los mismos que no se dignan a repudiarla cuando son testigos de ella.
Poner al mismo nivel a Cuba con lo que sucede en otro país que vive en democracia, es no entender nada.