Las flores le dieron lo que faltaba
Buscaba algo más tras el nacimiento de su hija y lo encontró en los tocados y los ramos
Estamos volviendo a palpitar esa emoción que es una boda, es muy lindo todo ese proceso”, dice Silvia Ruiz sobre la reactivación que desde hace más o menos un mes se viene dando en la organización de casamientos. Ella se dedica a realizar tocados de novia, por lo que la pandemia la dejó sin mucho para hacer en esa parte de su trabajo.
“Me quedé con un promedio de 30 tocados guardados en las cajitas, esperando que volvieran las bodas. Hay algunas novias que incluso ya no se van a casar porque tuvieron hijos o hicieron un Civil íntimo o una fiesta en la casa. Algunas terminaron de pagar el tocado y se lo llevaron”, cuenta.
En contrapartida, la pandemia le dio un nuevo impulso a la otra parte de su emprendimiento: las flores secas —también denominadas preservadas— y la decoración.
“Se puso de tendencia. Creo que la gente, al estar más en la casa, se dedicó a arreglarla, a decorar… a fijarse en todas esas cosas que capaz que uno en la corrida de la diaria no lo hacía”, arriesga como explicación.
Estudiante de arquitectura a meses de recibirse junto a su esposo, luego de ser madre de María Paz, hace siete años, sintió que tenía que hacer algo más. Si bien trabaja en la Intendencia de Montevideo en el control de obras, quería explotar su lado más creativo, ese que la une mucho a su familia materna.
“Todo lo que es creatividad viene desde el lado de mi abuela, que era española y le encantaba todo el tema de flores, de plantas. Y la arquitectura te va llevando a lo que es el diseño, el gusto por ciertas cosas, y ahí es que surge todo este interés”, dice a El País.
Siempre fue una autodidacta, apenas tomó algunos cursos en el exterior sobre tocados de novia. Hasta entonces los encaraba sola, a ensayo y error. También aprendió sombrerería y fascinator en Argentina e hizo cursos de orfebrería en nuestro país porque en este rubro se exige otro tipo de preparación.
En lo que a flores refiere, muchas veces es ella misma quien se ocupa de recolectar, cosechar, cortar, secar y teñir, pero la falta de tiempo hace que recurra a proveedores.
“Hay una señora mayor, de 82 años, que es la que nos provee a casi todos y también me hace cosas particulares y puntuales”, cuenta.
Hasta el momento trabajaba sola, pero la avalancha de pedidos que se dio este año la decidió a convocar a dos amigas para que la ayuden.
“Tengo que transmitirles el conocimiento y que trabajen como uno, porque al ser tan manual es un oficio cien por ciento artesanal, entonces es muy difícil que otra persona logre lo mismo que lográs tú. Cada uno tiene su estilo, diseño, la paleta de colores, las texturas, el volumen. Observar las luces y las sombras… son montones de detalles que pienso cuando hago un ramo, algún estilismo o algún accesorio para un espacio”, señala.
Otra que la ayuda es su madre y de manera muy especial para ella. Hace un tiempo tuvo un ACV y, si bien hoy está bien físicamente, cognitivamente se olvida al instante lo que hizo. Entonces Silvia le da para deshilachar los lienzos que acompañan a los ramos. “Mi madre fue muy de la manualidad, le encantaba hacer todo y se emociona mucho con todo esto”, dice.
Tampoco se olvida de la colaboración de su pequeña hija, quien tiene su propio escritorio con un florerito con un ramito hecho por ella.
“Lo lindo y gratificante es lo que te devuelve la gente. Tengo cantidad de clientas que hoy son, no te digo amigas, pero sí relaciones relindas que te saludan para el cumpleaños, traen un regalito para mi nena o en Navidad me dan un presente”, destaca orgullosa de lo que ha logrado con un producto que realmente la identifica.
“Siempre estoy con flores, mi vida siempre tiene flores”, remata.
La mayor parte de su formación es autodidacta, pero también tomó cursos.