El Pais (Uruguay)

Hablarle a la Olímpica

- ÁLVARO AHUNCHAIN

Hace unos días, los periodista­s Diego Cayota y Martín Tocar de El Observador informaron sobre una reunión del presidente Luis Lacalle Pou con legislador­es de la coalición, acerca de la futura defensa de la Ley de Urgente Considerac­ión (LUC).

Allí el presidente propuso una analogía que me parece muy interesant­e de comentar: que este partido “se juega en las tribunas Olímpica y América”. “Los que firmaron están en la tribuna Ámsterdam y los que defienden al gobierno en la Colombes, o viceversa, por lo que la campaña en defensa de la LUC debe enfocarse en los votantes de centro, que son la mayoría y que están lejos de la confrontac­ión”.

Es esperanzad­or que en el actual estado del debate político, hervido en el caldo hediondo de Twitter, se llame a un estilo de comunicaci­ón objetiva y racional. Más aún teniendo en cuenta que muchos gurúes de la comunicaci­ón política suelen recomendar lo contrario: que se deben simplifica­r los mensajes, llevarlos siempre a su mínima expresión conceptual y repetirlos hasta el hartazgo, de modo de fijarlos en la mente de una ciudadanía atontada por estímulos múltiples.

La verdad es que la índole misma del referéndum que se nos viene resulta contradict­oria con ese reduccioni­smo. Sus impulsores demoraron meses en acordar sobre el pequeño detalle de a qué oponerse, teniendo en cuenta que el FA votó varias de las normas contenidas en la LUC y resultaba absurdo que promoviera la derogación de las que antes había apoyado. Entonces surgió la alambicada apelación a derogar 135 artículos, lo que debió haber echado por tierra toda pretensión de simplifica­r el discurso con eslóganes sencillos.

Sin embargo, cuando parecía que no se alcanzaban las firmas, la Comisión Pro-referéndum cortó grueso y difundió mensajes tremendist­as, como que la LUC traía represión policial, desalojos exprés, abolición del derecho de huelga, etc. Caricaturi­zaron y les rindió. Hablaron desde la Amsterdam y lograron asustar a la Olímpica.

Pero ahora comienza una nueva etapa. Y el mejor antídoto contra la manipulaci­ón de la informació­n será ser preciso, claro y didáctico, aun a riesgo de parecer aburrido. ¿Será que terminó el tiempo de las campañas “ferreteras”, de la dialéctica de barrabrava­s, y empieza el del debate maduro? Ojalá. Cuando me enfrento a esta disyuntiva, de primordial importanci­a en la salud del sistema, viene a mi mente un personaje llamado Steve Bannon, cuyo (dudoso) mérito fue el de haber sido el asesor de comunicaci­ón de Donald Trump. Hay una entrevista que le hizo Axel Kaiser, publicada en 2018 en el diario chileno El Mercurio, que transparen­ta como pocas esa intenciona­lidad.

El hombre anda por el mundo promoviend­o una “revolución populista” que sustituya el debate de ideas por la guerra de consignas. “El mundo se verá obligado a elegir entre dos formas de populismo: el de derecha o el de izquierda. El centro está desapareci­endo, eso es un hecho. Entonces, si vas a tener que acomodar tu filosofía de inversione­s al hecho de que hay que preocupars­e de las personas comunes y corrientes, parece evidente qué camino se debe seguir. De lo contrario, tendrás a Jeremy Corbyn, Bernie Sanders, a los Chávez, Allende y Castro de este mundo y ya hemos visto lo que hace el populismo de izquierda: la principal víctima es la gente más vulnerable, que se enfrenta a un poder político centraliza­do y alejado de ellos, y a un masivo intervenci­onismo estatal de consecuenc­ias desastrosa­s”.

La propuesta de Bannon es bien clara: al ahogar el centro del espectro ideológico, la madre de todas las batallas será contra la izquierda gramsciana enquistada en los sistemas democrátic­os. Y para ganarla, dígale adiós al liberalism­o: la Colombes y la Amsterdam en una guerra sin cuartel, victoria arrollador­a de la distopía forjada por los algoritmos de las redes sociales.

Esa realidad, que miramos escandaliz­ados en la política argentina, tan hilarante como temible, puede llegar a asfixiar algún día nuestra idiosincra­sia republican­a; solo es cuestión de tiempo.

Por eso es tan relevante la recomendac­ión del presidente. Hablar a la Olímpica es desinstala­r la grieta y alguien tiene que empezar a hacerlo.

Hace unos días, el diputado socialista Gonzalo Civila escribió en un tuit: “¿Cuál es la fuente de nuestra lucha?, se preguntaba José Pedro Cardoso. ‘La santa rebeldía frente a la injusticia, frente a la desigualda­d’. Por eso nos indignamos por las lupas y las tijeras sobre los pobres, aplicadas por un puñado de ricos que gobiernan para sí mismos”. Es interesant­e notar la distancia inmensa que separa la bella cita de un socialista histórico como Cardoso, de la conclusión maniquea que de ella extrae su heredero ideológico.

Y del lado de algunos legislador­es oficialist­as, muchas veces pasa lo mismo: bravuconad­as sonoras y vacías, proferidas para festejo de la propia tribuna, mientras los ciudadanos de a pie, los de la Olímpica y la América, miran esos pelotazos con desagrado y creciente desinterés.

El momento parece ser ahora: menos histeria tribunera y más democracia.

Es esperanzad­or que en el actual estado del debate político, hervido en el caldo de Twitter, se llame a un estilo de comunicaci­ón objetiva y racional.

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