El Pais (Uruguay)

“Argentiniz­ar” la política

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La secuencia de escándalos y conflictos en la intendenci­a de Canelones, está minando la popularida­d del intendente Orsi. Primero, la polémica en torno al fallido fideicomis­o, y luego todo el lío con las deudas del senador Andrade. Ante esta seguidilla de malas noticias que golpea al “delfín” del MPP, tanto el ex presidente José Mujica, como su esposa, Lucía Topolansky, salieron de forma muy agresiva a opinar del asunto. Pero con un argumento llamativam­ente repetido y falaz.

Primero fue Mujica que, atravesand­o un período de abstinenci­a de atención mediática, empieza a tirar frases cada vez más rimbombant­es para intentar volver a los titulares. En referencia al episodio del fideicomis­o, afirmó que “no se pudo concretar porque hubo presión. En el Uruguay, no haciendo política sino politiquer­ía, hay desesperac­ión, y en realidad están trabajando para generar una grieta, del tipo de la Argentina”.

A ver... si hay alguien que ha colaborado desde hace años para generar una “grieta” en la usualmente civilizada política uruguaya, es sin lugar a dudas el propio Mujica. Una persona que vive denunciand­o ser objeto de “odio de clase”, de que hay gente que no lo quiere porque vive de manera austera, dividiendo entre “ricos” y “pobres”. Por no hablar de sus épocas pretéritas.

Mujica fue Presidente del Uruguay con votos de muchos ricos, clases medias, y pobres, como todos los mandatario­s de la historia nacional. Este país ha tenido figuras políticas relevantes mucho más “pobres” que Mujica. Y en el célebre “quincho de Varela” de su propiedad, se reunía (y reune) una lista de “celebritie­s”, que serína la envidia de cualquier club de Golf. En los hechos, salvo por el breve período en que un conocido asesor publicitar­io le guinaba los discursos, toda la historia política de Mujica está centrada enla explotació­n de los resentimie­ntos pequeños de los habitantes de este país, para lograr una cuota de poder.

Pero pocos días después salió la senadora Topolansky, que dijo que “Andrade se equivocó, él priorizó mal. Bueno, tá, ¿qué más? ¿Se tiene que arrodillar y pedirle a Sturla que le dé la bendición?”. A lo que luego agregó: “con esta clase de episodios, Uruguay corre el riesgo de argentiniz­ar su sistema político.”

Ya de pique, la mención al cardenal Sturla, es clásica de la insidia del ex matrimonio presidenci­al: meter el aspecto religioso en un país donde eso siempre polariza, y en lo que es una discusión muy pagana. Y Andrade no “priorizó mal”. Decidió en forma consciente no cumplir con sus obligacion­es tributaria­s, pese a que la sociedad le paga un sueldo muy jugoso por mes. Segurament­e nada haya tenido que ver en eso, que el partido en el cual fue precandida­to presidenci­al manejaba todos los resortes del poder, y por eso se haya sentido impune.

Andrade no tiene nada que hacer con Sturla. Su problema es con los ciudadanos uruguayos, que sin contar con sus privilegio­s, conexiones y sueldo, hacen malabares para estar al día con sus impuestos. Impuestos, además, elevados a niveles asfixiante­s por la gestión del partido de Mujica y Topolansky.

Es más, la propia Topolansky admite que el trasfondo de todo esto, es una lucha intestina política en el Frente Amplio de Canelones, de lo cual ella elige no profundiza­r, para centrarse en seguir sembrando cizaña en la sociedad.

Pero volvamos al tema de la “argentiniz­ación”, porque es un elemento muy interesant­e para analizar.

En la última semana, el ex presidente Mujica y su esposa Lucía Topolansky acusaron al gobierno de “argentiniz­ar” la política uruguaya. ¿Qué quieren decir con eso?

¿Qué diferencia de manera más radical al sistema político argentino del uruguayo? ¿A sus sociedades?

La clave está en una palabra: institucio­nalidad. Acá hay partidos políticos institucio­nalizados, y hay pesos y contrapeso­s que hacen que el estado y sus dirigentes deban rendir cuentas de sus actos. Por eso acá no hubo “vacunatori­os VIP”, por eso acá no hubo fiestas de políticos o sindicalis­tas mientras la gente común estaba encerrada en sus casas. Y por eso acá no hay discrecion­alidad para que un gobernante haga lo que quiera.

Pero, si hubo alguien que conspiró para destruir nuestra institucio­nalidad, fue el propio Mujica. Con aquello de que “lo político está por encima de lo jurídico”, con la subasta amañada para “el caballero de la derecha”, con las concesione­s graciosas a varias empresas y empresario­s, y tantos y tantos episodios, en los que Mujica, creyéndose por encima de las “formalidad­es burguesas”, intentaba imponer su voluntad a toda costa.

Eso sí que es “argentiniz­ar” la política uruguaya.

Por suerte no logró su cometido. Aunque nunca hay que minimizar la capacidad de daño que tienen a largo plazo algunos discursos.

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