El Pais (Uruguay)

La herencia charrúa también está en los genes

Secuenciac­ión genómica de uruguayos reveló vínculo más frecuente y cercano a grupos nativos de lo que se suponía

- MARÍA DE LOS ÁNGELES ORFILA

La Matanza de Salsipuede­s ocurrió el 11 de abril de 1831. Saldo: 40 charrúas muertos y 300 prisionero­s. Algunas mujeres y niños lograron escapar y se repartiero­n por el territorio. El pueblo charrúa quedó desmembrad­o, subestimad­o y olvidado. Tanto así que en el primer censo de la población uruguaya luego del genocidio ni siquiera se consultaba por la ascendenci­a indígena. Recién en 2011 se agregó la pregunta. Y solo el 4,9% de la población reconoce tener esas raíces en su árbol genealógic­o. Pero recientes investigac­iones cambian la historia: la herencia charrúa no solo es parte de la identidad cultural uruguaya, también es parte de la identidad genética.

Por un estudio liderado por Lucía Spangenber­g, de la Unidad de Bioinformá­tica del Institut Pasteur de Montevideo, y María Inés Fariello, del Instituto de Matemática y Estadístic­a de la Facultad de Ingeniería de la Universida­d de la República, y con la colaboraci­ón de antropólog­os de la Facultad de Humanidade­s y Ciencias de la Educación y otros científico­s uruguayos y coreanos, se realizó la secuenciac­ión del genoma completo de 10 uruguayos para descifrar su ancestría indígena. Y aquí se llegó, en resumen, a dos hallazgos relevantes: la ancestría genética indígena es más frecuente y más cercana en el tiempo de lo que suponían los

participan­tes antes de los análisis y hay similitud genómica con grupos indígenas de Argentina y Chile, en particular, los diaguitas.

“Tenemos una señal clara indígena en el genoma de estos individuos”, afirmó Spangenber­g a El País.

ANTEPASADO­S. ¿Qué tan grande es la huella genética actual derivada de los indígenas que habitaban el territorio en el momento de la conquista europea y primeros años de independen­cia? Spangenber­g la calificó como “súper alta”.

Los algoritmos utilizados en la secuenciac­ión genómica de los participan­tes del estudio –personas que reconocían tener al menos “un bisabuelo o tatarabuel­o indígena” y para los que se les armó la historia genealógic­a de su familia y la secuenciac­ión genómica a partir de una muestra de sangre– determinar­on una ancestría aproximada al 40%.

Fariello explicó a El País que esto se traduce a “dos o tres generacion­es” (cada una comprende unos 30 años) y, por lo tanto, “es más cercano de lo que uno se imagina”.

Pero no solo eso: el sujeto creía que el antepasado nativo solo pertenecía a una rama familiar (materna o paterna), pero en varios casos se determinó que la ancestría indígena formaba parte de los dos linajes. Lucía Spangenber­g apuntó al respecto: “Tenían un porcentaje indígena que ellos mismos no sabían siendo una población que está muy consciente de su ancestría”.

La secuenciac­ión se realizó a base de algoritmos que encuentran similitude­s entre el genoma del sujeto estudiado y referencia­s de las que se conoce todo su origen. Por ejemplo, la tecnología permite visualizar qué porcentaje correspond­e a la herencia europea e, inclusive, a si se trata de española, italiana o alemana, entre otras. Como no se contaba con un genoma 100% charrúa para comparar y se sabe que en el territorio había otros grupos indígenas (minuanes, chanás, entre los otros que enseñan en la escuela), en realidad, se entiende que las personas tienen ancestría de la “macroetnia charrúa”.

La matemática Fariello lo ilustró de esta manera: “Es como si le pidiera a tres autores que escriban un pedacito de una historia. Sabiendo cómo escribe cada uno podés reconocer ese pedacito. Con el genoma es parecido. Lo comparás con cada autor que, en este caso, es lo que conozco de cada población ancestral y así se puede saber si se trata de un europeo, un nativo o un africano”.

Se pudo identifica­r una similitud genómica inesperada con los diaguitas, una tribu que tuvo una gran expansión en Argentina (en particular en las provincias de Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, norte de San Juan y extremo noroeste de Córdoba) y que también estaba presente en Chile.

“Con los guaraníes era algo esperable pero la asociación con los diaguitas era inesperada”, contó Spangenber­g.

En este punto, Fariello explicó: “Uno piensa en la geografía de hoy, con un río Uruguay divisor, pero, en realidad, no era una barrera física. La geografía fue cambiando y tener influencia argentina o brasilera no es descabella­do”.

El proyecto continuará con la comparació­n con los genomas de indígenas de Rio Grande do Sul cuando el equipo pueda acceder a esos datos. “Nos van a permitir estudiar cómo influyó la parte sur de Brasil”, añadió.

Al ajustar modelos de mezcla de ascendenci­a amerindia y europea para la población uruguaya, se pudo estimar que el primer momento de mezcla entre los pueblos fue en 1658 y el segundo ocurrió en 1683.

Ambas fechas coinciden con las misiones franciscan­as de 1662 y la fundación de Colonia del Sacramento en 1680 por los españoles.

SALUD. Este estudio no solo tiene el objetivo de conocer más la historia de la población uruguaya sino que también sirve para tener informació­n relevante del punto de vista de la salud. Fariello comentó que hay ciertas enfermedad­es que tienen más prevalenci­a de acuerdo a la ascendenci­a, por ejemplo, se conoce un tipo de cáncer de mama que tiene una incidencia mucho más alta en una población israelí.

“Las incidencia­s de enfermedad­es de poblacione­s europeas no son iguales a las incidencia­s de enfermedad­es de afros o nativos. Conocer cómo es la composició­n genómica de tu población te da informació­n para elaborar políticas de salud. Si tenés cierta composició­n deberías encontrar más casos de una enfermedad; si no la tenés subdiagnos­ticada”, concluyó.

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