El Pais (Uruguay)

Lectura desde la microecono­mía Una menor demanda por hijos

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Leí hace unos días que en lo que ha transcurri­do de este año, ha habido un número menor de nacimiento­s que de fallecimie­ntos. La crisis sanitaria que atravesamo­s desde marzo de 2020 debe estar contribuye­ndo a esa situación excepciona­l, que también afecta a la tasa de crecimient­o de nuestra población. Una tasa que este año podría ser negativa, que en términos anuales viene siendo baja, que tiene una tendencia declinante desde hace ya tiempo y que resulta de la conjunción de tres componente­s: la tasa de natalidad, la de mortalidad y la tasa de inmigració­n.

Prestigios­as autoridade­s de varias áreas a quienes El País consultó hace unos días, se refirieron exclusivam­ente sobre el tema de la baja tasa de natalidad y brindaron opiniones diversas. Algunos de esos expertos reconocier­on a la baja tasa de natalidad como un problema por las consecuenc­ias que puede tener a mediano y largo plazo —sobre el desarrollo y la seguridad social—. Otros le quitaron importanci­a y se mencionó la ineficacia de medidas para elevarla o, simplement­e, que son innecesari­as. No observé en ninguna de esas declaracio­nes que se expusieran las razones por las cuales la tasa de natalidad es baja, ni tampoco sobre su tendencia declinante desde hace mucho tiempo. Existen experienci­as a nivel global, que han sido estudiadas desde el punto de vista microeconó­mico — o de la teoría económica— y, tras alcanzarse razones contundent­es para su realidad, permitiría­n extender sus resultados a situacione­s similares como la de nuestro país.

ENFOQUE MICROECONÓ­MICO.

Gary Becker fue un profesor de la Universida­d de Chicago que obtuvo el Premio Nobel en 1992, por aplicar el análisis microeconó­mico para explicar por qué las personas toman determinad­as decisiones en campos ajenos a la economía. En su libro “Tratado sobre la familia” plantea que una familia debe decidir entre opciones que enfrenta, no solamente en los negocios, para maximizar su bienestar presente y futuro. Ante opciones de otra naturaleza, la familia también procura maximizar su utilidad sujeta a varias condicione­s —en la jerga microeconó­mica: restriccio­nes—. Es por ello que la demanda por hijos de una familia depende más que de otra cosa —como lo prueba Becker con evidencia empírica abundante—, de la relación de lo que le va a costar tener hijos en términos de dinero —por mantenimie­nto, educación, tiempo—, y lo que le va a reportar en términos de satisfacci­ones y felicidad y de ayuda en el futuro. De la evaluación de ambas cosas surge la decisión de la familia: procrear o no.

En ese análisis aparecen varios —determinan­tes o variables— de esa función de utilidad a maximizar, como por ejemplo el ingreso de la familia, el costo de la crianza y otra condición también relevante como el costo de oportunida­d del tiempo por la crianza de los hijos. Obviamente, uno debería esperar que con un ingreso mayor la demanda por hijos sea también mayor, pero ese razonamien­to solo es correcto en la medida en que se mantengan constantes los otros determinan­tes de la utilidad: el costo de la crianza y el costo de oportunida­d de la pareja —en realidad de la madre—. El costo de oportunida­d es lo que se deja de ganar —o se pierde— por no trabajar para asignar el tiempo a la crianza del hijo y se suma al costo económico explícito en la crianza —alimentaci­ón, vestimenta, educación, etc.—. Puede ser que el costo total así definido, disminuya la demanda por hijos aún con aumento del ingreso familiar.

En nuestro país, el empleo de mujeres ha aumentado considerab­lemente en las últimas décadas y podría ser que eso haya ocurrido por el incremento del costo de oportunida­d de la crianza de hijos y que entonces, la tasa de natalidad en nuestro país haya caído por varias décadas. En otras palabras, un aumento del ingreso familiar incrementa­ría la demanda por hijos pero un creciente costo de oportunida­d por no trabajar incitaría a una mayor inserción laboral de la mujer y a una menor demanda por hijos. También la disminuirí­a aún ella, trabajando por la pérdida de oportunida­des de ascensos y otros beneficios por tener más hijos. El incremento del costo de oportunida­d de la crianza que estimula una presencia mayor de mujeres en el mercado laboral tiene derivacion­es importante­s: mayor demanda por bienes sustitutiv­os de la actividad de esa mujer en el hogar; mayor demanda derivada por otras calificaci­ones que la sustituyan; menor demanda por hijos y mayor calificaci­ón de los hijos, etc. En nuestro país observamos que en los últimos cuarenta años —que son los que puedo mencionar por experienci­a personal y no por un análisis cuantitati­vo más formal—, la concurrenc­ia al mercado laboral de personas de sexo femenino y su inserción en él es notablemen­te mayor y creciente, como también lo es su preparació­n en términos de capital humano. No solo en cuanto a completar la enseñanza primaria. También la secundaria y terciaria así como la preparació­n tecnológic­a que se distingue netamente sobre lo que sucedía en décadas pasadas.

La demanda por hijos a nivel familiar depende, según el enfoque microeconó­mico, del costo económico y el de oportunida­d, del ingreso de la familia y otras variables menos importante­s en general —religión, salud, etc. —. Esta forma de ver la evolución de la natalidad y de la población tiene ratificaci­ón empírica abundante y a nivel global. Falta que la probemos también en nuestro país para elaborar medidas que, en el mediano y largo plazo, no generen problemas económicos, financiero­s, sociales y de otra naturaleza.

JORGE CAUMONT ECONOMISTA “El costo de oportunida­d es lo que se deja de ganar por no trabajar para asignar tiempo a la crianza del hijo y se suma al costo económico explícito en la crianza.

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