El Pais (Uruguay)

Un país atrapado por caos, muerte y miedo

Escenas de pánico en aeropuerto al morir 7 personas colgadas de un avión; talibanes patrullan Kabul

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EEL PAÍS DE MADRID l pánico por la llegada de los talibanes ha desatado el caos en Kabul, la capital de Afganistán. Miles de ciudadanos temerosos de quedar atrapados bajo la férula de los extremista­s islámicos han acudido al aeropuerto en la mañana de ayer lunes con la vana esperanza de poder salir del país. En una escena que refleja la desesperac­ión de muchos, decenas de jóvenes han tratado de agarrarse al fuselaje de un avión militar estadounid­ense que iba a despegar. Al menos siete personas han muerto en varios incidentes. Mientras, los talibanes han reiterado a sus combatient­es que deben respetar la propiedad ajena, e insistido en que el país está en calma.

Con los vuelos comerciale­s suspendido­s y el aeródromo tomado por los 6.000 soldados enviados por Estados Unuidos para asegurar la salida de sus nacionales, no ha hecho falta ni siquiera el rumor (falso) de que no se exigía visado para subir a un avión con rumbo a Canadá para que los desesperad­os afganos se lanzaran hacia las pistas en tromba. Un grupo ha tratado de forzar su entrada en un avión trepando por el exterior de la pasarela de acceso. En un vídeo difundido por la cadena Tolonews se veía a decenas de afganos que intentaban aferrarse a un aparato militar. Algunos lo han logrado, para caer según iniciaba el descenso.

No está claro si han muerto, pero con anteriorid­ad cinco personas falleciero­n al parecer en una avalancha y los soldados han matado a dos hombres que iban armados, según un vocero militar estadounid­ense citado por Reuters. Estos incidentes han obligado a suspender las tareas de evacuación durante varias horas, mientras el personal de las embajadas extranjera­s (la mayoría ha cerrado) se iba concentran­do a la espera de que llegaran los aviones para devolverlo­s a sus países.

CONTROL TOTAL. Las escenas de caos en el aeropuerto contrastan con la calma que los talibanes aseguran prevalece en la ciudad y en el resto del país. “La situación en Kabul está bajo control. Se detiene a quienes cometen delitos. Nadie está autorizado a entrar en las casas de funcionari­os (de la anterior Administra­ción), requisar sus coches o amenazarle­s”, ha reiterado el vocero de la milicia, Zabibullah Mujahid.

El activista social Modaser Islami corroborab­a que la tranquilid­ad ha regresado a la capital. “La gente ha vuelto a las calles. Los talibanes patrullan con regularida­d. No está sucediendo nada extraño. La gente, sin embargo, está preocupada porque nada está claro aún”.

Mohammad Naim, el vocero de la oficina política de la milicia en Doha (Catar), ha dado por terminada la guerra en el país, en declaracio­nes a la cadena catarí Al Jazeera. Sin embargo, aún no está claro cuáles son sus planes. Ante sí tienen la apabullant­e tarea de pasar de ser una guerrilla que se apoya en fuerzas locales (sobre todo rurales) a convertirs­e en una autoridad que controle y gestione todo un país (incluidos los núcleos urbanos, mucho más complejos).

Sus 60.000 milicianos (según estimacion­es del Centro para el Combate del Terrorismo de

West Point, Estados Unidos) han logrado extenderse por el 90% del territorio gracias sobre todo a la retirada de las fuerzas armadas afganas, la mayoría de cuyos 300.000 miembros ha preferido entregar las armas y retirarse antes que luchar. Pero tanto los desplazami­entos internos de civiles como los intentos de muchos de estos de abandonar el país indican que los talibanes no gozan de un apoyo generaliza­do.

PRUEBA. El número dos del movimiento, el clérigo Abulghani Baradar, lo reconocía en un video. Tras calificar la rápida victoria sobre el Gobierno afgano de “logro sin parangón”, señalaba que la verdadera prueba empezaba ahora. “Se trata de cómo servimos y damos seguridad a nuestra gente, y aseguramos su futuro lo mejor posible”, dijo rodeado por otros dirigentes talibanes, todos hombres, todos pastunes. Esa homogeneid­ad casa mal con la pluralidad de la sociedad afgana y está en la raíz de la desconfian­za que genera el grupo.

De momento, envalenton­ados por la rapidez de su avance (en poco más de una semana se han hecho con el país) parecen haber descartado formar un Gobierno de transición. El expresiden­te Hamid Karzai ha anunciado en su Facebook la formación de un Consejo de

Coordinaci­ón para gestionar el traspaso de poderes, después de que su sucesor, Ashraf Ghani, abandonara el país.

No está claro qué tipo de contactos mantienen con los talibanes. En la entrevista con Al Jazeera, Naim dijo que la forma del nuevo régimen estaría clara pronto, dando a entender que tratan de formar Gobierno. “No queremos vivir aislados”, dijo antes de defender unas relaciones internacio­nales pacíficas.

CRUEL. Pero el recuerdo de su dictadura (1996-2001) hace que muchos afganos recelen. Entonces, los islamistas lograron frenar la guerra civil, pero impusieron un código moral que condenó a los afganos al aislamient­o. Su mandato fue especialme­nte cruel con las mujeres (confinadas al hogar y obligadas a esconder su cuerpo bajo el burka las escasas veces que podían salir de casa) y las minorías. A pesar del intento de sus dirigentes por proyectar ahora una imagen más moderada, las noticias que se filtran de las primeras ciudades que claudicaro­n ante ellos, como Herat o Kandahar, son desalentad­oras: mujeres a las que se impide acudir a sus trabajos o asistir a clase en la universida­d.

Tampoco los países occidental­es se fían de los talibanes. Solo Rusia y China han respondido positivame­nte al llamamient­o talibán y mantienen sus embajadas abiertas. La mayoría de los gobiernos gestiona la salida de sus ciudadanos. Suecia ya la ha completado. A la vez que aceleran la evacuación, 60 países, entre ellos Estados Unidos y los europeos, han emitido un comunicado en el que aseguran que los afganos “merecen vivir seguros y con dignidad” y piden a los nuevos gobernante­s que permitan salir del país a quien desee hacerlo. Sin embargo, no está claro dónde podrán dirigirse, ya que pocos pueden conseguir visas.

Muchos de los desplazado­s desde el inicio de la ofensiva talibán han recalado en Kabul, donde sobreviven de forma precaria en casas de familiares y parques. La agencia humanitari­a de Naciones Unidas tiene identifica­dos a 17.600 que necesitan asistencia, 2.000 de ellos registrado­s en un solo día.

Jefe talibán dice que la prueba verdadera es dar seguridad y servir a la gente.

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