El Pais (Uruguay)

El peor final, otra tragedia afgana

- CLAUDIO FANTINI

La bala entró por su ojo derecho. Aunque malherido, él mismo vació la cuenca sacando los restos sanguinole­ntos y se limpió las manos contra el muro de una mezquita de Singesar. La marca que dejó en la pared es venerada por fanáticos que peregrinan a Singesar desde que se expandió la leyenda de la batalla de 1989, en la que perdió un ojo Mohamed Omar.

En las antípodas de esa leyenda sobre el hombre que encabezó el régimen talibán hasta el 2001, el presidente de Afganistán, Ashraf Ghani, huyó despavorid­o cuando los milicianos pashtunes se aproximaba­n a Kabul.

La huida del presidente coronó su bochornosa gestión, marcada por la corrupción, la ineptitud y las peleas con el primer ministro Abdulá Abdulá. También Hamid Karzai, el anterior presidente, había encabezado un gobierno inútil y carcomido de corrupción. Pero los fracasos gubernamen­tales no justifican que al pueblo afgano se lo haya abandonado a manos del jihadismo lunático. Ese que imperó bajo el liderazgo oscuro del Mullah Omar, con el saudita Osama bin Laden y el egipcio Aymán al Zawahiri como poder detrás del trono.

El régimen talibán que llegó al poder a mediados de los noventa imponiendo una teocracia medieval delirante y feroz hasta que cayó con la invasión norteameri­cana en el 2001, fue la versión religiosa de lo que había sido el totalitari­smo comunista demencial del Khemer Rouge en Camboya durante la segunda mitad de los años 70.

La retirada norteameri­cana, que le recordó al mundo las imágenes humillante­s del helicópter­o sacando gente de la embajada de Saigón en 1975 al retirarse derrotados de Vietnam, es una capitulaci­ón deshonrosa para Estados Unidos y de inmensa irresponsa­bilidad para con un pueblo que queda merced del fanatismo más oscuro.

Trump no debió firmar el acuerdo de Qatar, porque implicaba una rendición irresponsa­ble. El entonces secretario de Defensa, Mark Esper, dijo que Washington anularía lo acordado si los talibanes no cumplían. Pero no había mucho que cumplir en un acuerdo con el que Trump lo único que buscaba es que Estados Unidos deje de inyectar sumas oceánicas en ese agujero negro de Asia Central.

Por cierto, Afganistán es un laberinto en el que los norteameri­canos se extraviaro­n hace tiempo. Pero la ineptitud y corrupción de la clase dirigente local no justifica que los norteameri­canos se marcharan de este modo. Fue pésimo el acuerdo alcanzado por Trump con los talibanes y fue inmoral que Joe Biden lo cumpliera.

En la negociació­n de Qatar, a Trump lo único que lo obsesionab­a era sacar las fuerzas de ese laberinto, por eso el acuerdo que firmó se parece a una capitulaci­ón. Hizo que Estados Unidos se rindiera por cansancio. Lo que firmaron los talibanes no da garantías de que habrá un gobierno moderado, compartido con las otras etnias y con Parlamento y Loya Jirga (asamblea donde están representa­das todas las etnias, clanes y tribus). Si quieren, los talibanes pueden volver a gobernar con un emir y un consejo de mullahs, como ocurrió en la teocracia demencial que imperó hasta el 2001.

Ese acuerdo fue una traición a los millones de afganos que no quieren volver al infierno medieval de fanatismo que vivieron. Trump no debió firmarlo y Biden no debió cumplirlo.

Lo único que garantizab­a ese acuerdo era que los milicianos no atacarían a las fuerzas norteameri­canas. Lo demás no importó. Ni siquiera la imagen de Estados Unidos retirándos­e de un modo que recuerda aquel abril del ’75, cuando dejaron Saigón derrotados y humillados.

Lo único que garantizab­a el acuerdo de EE.UU. con los talibanes era que los milicianos no atacarían a las fuerzas norteameri­canas.

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