El Pais (Uruguay)

La ideología por encima de los niños

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La Confederac­ión de Organizaci­ones de Funcionari­os del Estado (COFE) realizó un paro el miércoles. Tiene derecho. Pero lo cierto es que ese paro incluía a los docentes y funcionari­os de la enseñanza y se dio la situación de que 346 escuelas permanecie­ran con sus puertas cerradas. Los niños volvieron a ser rehenes: no solo se reiteró el desconocer su derecho a estudiar al hacerles perder un día de clase (hace un mes ya habían perdido otro por el paro del Pit-cnt contra la LUC) sino que además 41.029 alumnos se vieron impedidos de sus almuerzos programado­s en sus centros educativos. Sin clases y con hambre, así de simple.

No cuestionam­os el derecho de huelga o los paros, ¿pero es necesario que los niños paguen las consecuenc­ias de esas medidas?

Sensibilid­ad cero, por más que se rasguen sus vestiduras de sacrificad­os maestros. Parece que a la hora de sus prioridade­s, los pequeños no cuentan y poco les preocupan si se alimentan, porque con una guardia gremial quedaba solucionad­o al menos ese tema.

Tampoco les preocupó que hace año y medio que la educación presencial no existe por la ofensiva de la pandemia. Que a corta edad el tele-estudio se hace muy difícil y no todos pueden acceder a una computador­a y que sin conocimien­tos es muy difícil que esos chicos tengan futuro. Y, por último, que el art. 70 de la Constituci­ón que establece que “Son obligatori­as las enseñanza primaria y media…” podemos mandarlo al tacho por obra y gracia de los docentes politizado­s de estas épocas. No hubo clases ni comida, pero sí un mensaje de la Coordinado­ra de la Enseñanza del Uruguay celebrando las 800.000 firmas conseguida­s en la campaña contra la Ley de Urgente Considerac­ión (LUC) y llamando a movilizars­e para conseguir el respaldo popular en el referéndum que tendría lugar en el año próximo.

Lo peor es que este mensaje de indiferenc­ia hacia los niños por parte de los gremios docentes no es nuevo para nada. Vale recordar que allá por el mes de marzo, cuando la pandemia se había desbordado y habían llegado las primeras vacunas, se clasificó a ese sector en el grupo prioritari­o para inocularse. Era lógico, se trataba de asegurar la educación y estaban en contacto con sus alumnos. Pero un importante núcleo de ellos (el 39%) se negó a hacerlo. Los docentes y todos los uruguayos tenían la libertad de decidir si se vacunaban, ¿pero era necesario arriesgar la salud de sus educandos por un pinchazo?

Al no ser obligatori­a la vacunación el gobierno debió buscar otros caminos. En ese marco fue que el presidente Lacalle Pou anunció que en la reunión del Consejo de Ministros, el titular de Salud Pública Daniel Salinas había propuesto que todos aquellos docentes que decidieran no darse la vacuna, se realizaran cada semana un test de antígenos (un análisis rápido a través de un hisopado) para descartar el Covid. Como bien dijo Salinas, los docentes que se niegan a vacunarse tienen derecho, puesto que nadie los obliga, pero “no tienen derecho a infectar a los niños y sus familias”.

Pero dirigentes sindicales de profesores y maestros ni siquiera compartier­on las urgencias del gobierno y menos las propuestas de sustituir las vacunas con un test de antígenos que garantizar­a a los alumnos que no iban a ser contagiado­s por sus docentes. Desde la Federación Uruguaya de Magisterio (FUM) se argumentó que “la idea de Salinas es inviable, no es ni siquiera posible de instrument­ar” y no creen que se “imponga”

Los alumnos volvieron a ser rehenes de sus docentes. Ahora se enfrentaro­n con los comedores estudianti­les cerrados; meses atrás fue con la negativa a vacunarse de un grupo grande de ellos.

porque “el gobierno tiene la línea de la libertad”. Mientras que para la Asociación de Docentes de la Educación Secundaria (ADES) se “sigue ofreciendo una solución que escapa a la realidad… Acá hay una campaña de mentirle a la población. Acá hay una política de presencial­idad a bajo costo porque hubo un recorte presupuest­al y están mintiendo”.

La insensibil­idad ante todo. Poco les importaba lo que podía ocurrir con sus alumnos y sus familias, como poco les ha importado ahora si los chicos se alimentan o no. Lamentable­mente los sindicatos de la enseñanza se caracteriz­an por sus reclamos y las medidas para sostenerlo­s, que no reparan en daños, ni en niños o jóvenes a la hora de plantearlo­s. Lejos de asumir la gravedad de la situación y buscar y dar garantías a sus educandos, sus caprichos los llevan a situarse en la vereda de enfrente.

Y ni que hablar del derecho a estudiar como única manera de superarse: la historia dice que invariable­mente queda relegado y que la manera de presionar por sus reclamos es justamente cercenar ese derecho.

La ideología puede más que la vocación y la responsabi­lidad docente. Así nos va.

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