LA FIESTA CUATRO DÍAS DE ABRAZOS
Cuatro días de festejos. No hubo cuatro días de festejos ni en Uruguay, pero acá, en Buenos Aires, los 196 años de la Declaratoria de la Independencia se derramaron por la ciudad y sus monumentos como un reguero celeste. El personal de la embajada con más antigüedad no recuerda en la Argentina unos festejos así.
Arrancaron el lunes 23 con la proyección de la película La Redota en el ciclo de cine de la Universidad del CEMA. Cualquier argentino que haya visto esta pieza de César Charlone podrá comprender, en toda su majestad, la foto que Natalia Oreiro compartió dos días después: ella sentada junto a la bandera, el porte grave en la luz del vestido, la espalda suntuosa de una emperatriz oriental. Y coronando el fondo, el Artigas que Juan Manuel Blanes pintó en 1884, obra canonizada que la película de Charlone coloca en el centro de su trama.
El martes 24, después de un conversatorio virtual donde especialistas en cuestiones geopolíticas revisaron los consensos argentino-uruguayos —o la ausencia de ellos—, la noche comenzó a oscurecer Buenos Aires. Para las 20, la Floralis Genérica de la avenida Figueroa Alcorta; la Usina del Arte en el barrio de La Boca y el Puente de la Mujer en esa neo-buenos Aires ostentosa que nació con Puerto Madero ya eran grandes tótems celestes, pintados de luz por los focos que dispuso el gobierno porteño.
Hacía frío y las cuestiones sanitarias redujeron los invitados, pero el himno de Uruguay sonó en la noche de Madero, ejecutado por una formación de músicos jóvenes salidos de los barrios de emergencia argentinos, conocida como La Orquesta de los Barrios.
Frente al río, también sonó “La cumparsita” y “Adiós Nonino”. Nos estábamos yendo cuando llegó la foto de Roberto Castro, la cámara oficial de los festejos: el Obelisco, símbolo crucial de la Buenos Aires arrogante y falocéntrica, hecho de golpe bandera celeste y delante de él, un cartel de vialidad. En ese cartel, que dialoga todos los días con los porteños, que les informa la temperatura, la densidad del tráfico, la eventualidad de un accidente dos cuadras más adelante; en ese cartel donde hace nueves meses le dijimos ¡gracias Diego! a un Maradona recién muerto, ahora se podía leer: “¡Felices 196 años Uruguay!”.
La noche del miércoles 25 merece su propia crónica en el relato de estos días. Digo la noche porque durante la mañana y la tarde el juego de luces y proyecciones se hacía invisible, pero un resplandor de identidad cultural uruguaya iba imponiendo metro a metro su presencia con la caída del sol porteño.
Así pudo verse, gigante, extendida, en las medianeras de algunos edificios céntricos la cara y el nombre de Mario Benedetti, del Menchi Sábat, de China Zorrilla, de Páez Vilaró. En tres cuartos perfil, Julio Sosa volvió a ser un relumbre de varón que canta el tango, como hace medio siglo. Y en el tirón de una pared, los porteños volvimos a encontrarnos con Juan Manuel Tenuta, el tipo que lo mira a Luis Brandoni comerse la tercera empanada.
Ricardo Espalter, Enrique Almada, Andrés Redondo, Eduardo D’angelo y Berugo Carámbula, uruguayos queridos, uruguayos que nos llenaron el corazón de algo que sigue ahí, pero no siempre lo tenés presente, hasta que pasás con el auto volviendo a casa y los encontrás de nuevo. ¿Qué hacen ahí, a todo trapo en esa pared? Tocás el freno para pasar despacito, para que mirarlos de cerca dure un segundo más. Después seguís por la avenida pensando que te reencontraste más con vos que con ellos.
Puntual arranca, en la noche de Palermo, el acto central de los festejos: en la explanada del Planetario, con ingreso riguroso y rigurosa separación de sillas, se va armando un encuentro culminante. El movilero de TN lo encara a Carlos Enciso, embajador de Uruguay en la Argentina, para conocer precisiones sobre las restricciones de verano: hay una larga franja de clase media que está desesperada por conocer qué va a pasar con sus vacaciones. La presencia en este lugar del principal canal de noticias del país solo quiere decir una cosa: ustedes son muy importantes para nosotros, nosotros somos muy importantes para ustedes, y no importa en qué orilla del Río de Plata escuches esto.
En un costado del escenario, Osvaldo Laport, que dejó Juan Lacaze a los 18 y le dio a la ficción popular argentina un actor referente, me dice que más que el río lo que compartimos es un cordón umbilical, una trama común, una procedencia. Después sube al escenario y lee con hondura la “Milonga para los orientales”, de Jorge Luis Borges. Las estrofas van pasando y Borges consigue sumergirte en el poema hasta que al final te apuñala de rima y literatura cuando remata: Milonga para que el tiempo / vaya borrando fronteras / por algo tienen los mismos / colores las dos banderas.
¿QUÉ CAMBIÓ? Las razones oficiales dicen que dos años pandémicos sin poder invitar a la comunidad uruguaya a la residencia del embajador, como ocurre tradicionalmente cada 25 de agosto, era mucho tiempo sin celebraciones. Conocí esas rejuntadas. Había murga, chori y pueblo uruguayo pisando palacio, metiendo pata y candombe en un lote del país sobre la paquetísima avenida Figueroa Alcorta.
Es una razón contundente, está bien. Pero el sustrato de la política está hecho de gestos mudos antes que de razones declaradas.
La explicación no dicha, pero que puede leerse en el tejido político de las relaciones bilaterales es que acá hubo dos países, a los que claramente podemos llamar países hermanos, que tuvieron su agarrada por cuestiones arancelarias, su cruce y su colisión en torno a la soberanía comercial dentro del bloque al que pertenecen, y la tuvieron frente a los ojos del mundo, y especialmente frente a los de la región. Así que el calibre de estos festejos, su nuevo talle, puede leerse como cuatro días de abrazos entre dos hermanos que vienen del desencuentro.
No se explica si no la presencia del hombre que acaba de llegar al Planetario: Felipe Solá, ministro de Relaciones Exteriores y Culto de la Nación, el sujeto que pone a hablar a la Argentina con el resto del mundo. Nadie en la embajada recuerda unos festejos así ni la presencia de un canciller durante un 25 de agosto.
Solá dice dos cosas que van a explicar qué hace aquí. Una: “hemos tenido conflictos, pero de una manera disimulada porque nos queremos”. Y dos: “la unidad vence al conflicto”. Fue el sello de un político de carrera con medio siglo dentro de la trama