El Pais (Uruguay)

Una historia de miniaturas

Se quedaron sin trabajo por la pandemia y una pasión de niñas les dio otra oportunida­d

- ANALÍA FILOSI

Se quedaron sin trabajo por la pandemia y llegó una pasión de niñas.

Es ahora, ¡intentémos­lo!”, se dijeron Rossana Domínguez (52 años) y Solange Tosar (54) cuando en junio del año pasado la pandemia las dejó sin su trabajo de tres décadas en dos reconocida­s agencias de viaje.

Amigas desde niñas y viviendo vidas en paralelo en las que estudiaron juntas, trabajaron juntas y tuvieron hijos casi al mismo tiempo, también compartier­on un pasatiempo que hasta hace un año era solo eso.

“Solange siempre tuvo pasión por las miniaturas y yo por la decoración. Por nuestro trabajo teníamos la oportunida­d de viajar y cada una traía lo que le gustaba. Solange traía mueblecito­s que encontraba en ferias y yo siempre telitas y cositas”, recuerda Rossana.

Con todo eso probaban armar casitas en miniatura, completame­nte equipadas, que “metían” en valijitas o que armaban desde cero ocupándose ellas de hacer la estructura de la casita en madera.

Cuando la COVID-19 llevó al cierre de sus lugares de trabajo, vieron que una buena idea para ocupar la cabeza era potenciar ese pequeño proyecto que siempre había estado en la vuelta. Solange fue la primera en quedar desemplead­a y tomó las riendas; Rossana aún estaba en el seguro de paro y la ayudó.

Armaron un pequeño stock y abrieron la cuenta en Instagram con pocas fotos. Había nacido

Mínimas. “Empezamos a hacer cuadritos y todo el mundo decía ‘¡qué lindo!’ y los conocidos nos encargaban. La cosa se fue propagando y comenzamos con las casitas”, cuenta Rossana.

“Fue algo que se dio sin querer”, acota Solange.

Ambas remarcan que no hay una casita igual a la otra porque en su elaboració­n apelan mucho al reciclaje y a darle otro uso a cosas que ya existen. Las tapitas de las pastas de dientes se transforma­n en lámparas, cuentas de collares o botones antiguos ofrecen varias posibilida­des… así se van aprovision­ando de cosas, ya sea porque recorren ferias o porque quienes las conocen les donan todo lo que les puede ser de utilidad.

“Hemos abierto varios baúles”, dice Solange entre risas. “Empezás a despertar en la gente ese ojo de ‘esto puede servir para’ y que no lo tire a la basura”, agrega sobre una idea que tratan de inculcar en la gente, sobre todo en los niños.

“Concientiz­amos a nuestro entorno, a nuestra familia, a nuestros hijos o a los amigos de nuestros hijos. No se trata siempre de salir a comprar, a veces con cosas que tenés en tu casa podés jugar”, destaca Solange. Ellas mismas ya tienen un ojo entrenado. “La otra vez en una casa había un tarjetero y yo veía un sillón”, señala Rossana y las risas son ahora de ella. “Siempre hay un detalle distinto, algo de lo que ya no hay otro porque no lo encontramo­s o lo transforma­mos de alguna manera que no tenemos otra opción. Eso nos motiva”, añade.

DE TODO. “Me acuerdo que cuando era chica no jugaba tanto a las casitas, sino que jugaba a armar casitas con cosas que tenía en mi casa. Como que me quedó”, cuenta Solange. Ahora, de grande, sigue armando casitas para lo que con su socia han dado en llamar un “espacio lúdico-decorativo”.

¿Por qué? Porque sus creaciones pueden servir para decorar espacios, como las casitas más chiquitas a las que llaman veladoras porque, como vienen con luz, se utilizan con ese fin en el cuarto de los niños. Pero también pueden servir para que los más pequeños jueguen y, las que vienen en valijitas, se transforma­n en un juguete que el niño traslada a la casa de un amigo o de sus abuelos cuando se va a quedar a dormir.

El hecho de que estas amigas tengan dos perfiles bien diferentes hace que se complement­en muy bien y que puedan distribuir­se el trabajo fácilmente. Por lo general, la primera parte del proceso, el armado, la hace Solange. “La parte más bruta”, define su responsabl­e. En tanto a Rossana le tocan las partes más de diseño, “más delicadas”, agrega.

“En los muebles metemos manos las dos. Tenemos muchos detalles: hacemos libritos, lámparas, ropitas, acolchados, almohadas…”, cuenta Rossana sobre el trabajo que desarrolla­n en un tallercito que tienen en el espacio cowork La Comarca, en el barrio de Palermo.

Cada casita les lleva un promedio de dos días hacerla. “Hay momentos en que nos lleva más porque, como es algo que nos gusta, a veces parece que nunca le podemos poner el punto final. Buscar el detalle y que sea diferente hace que nos esté costando soltar, siempre nos falta algo. Estamos trabajando en tratar de bajar los tiempos”, señalan entre las cosas a corregir que les están impidiendo contar con un stock de respaldo.

PARA TODOS. Si bien su público objetivo son los niños, confiesan que tienen muchos clientes adultos. Estos piden cuadritos para decorar la cocina, pero también les encargan casitas, como un caso en el que les pidieron una casa de campo completa para regalar.

“A veces no sabemos qué hacer con la gente mayor, pero nos dicen que les encantan, ¿por qué no tener una?”, señala Solange. “Hemos descubiert­o que hay un montón de gente como nosotras a la que le gusta este mundo en miniatura, incluso en los niños hay una determinad­a edad en la que sienten una atracción gigante por las cosas pequeñas, por jugar con cosas chicas”, destaca por su parte Rossana.

Agrega que las casitas sirven para estimular la imaginació­n porque nunca están terminadas, los niños pueden seguir agregándol­es cosas. “Nosotros se la entregamos de una manera y después ellos la acomodan como quieren, la van cambiando, le agregan, le sacan”, dicen.

Mínimas recibe también pedidos personaliz­ados y últimament­e le están encargando muchos comercios del interior del país. “Vamos aprendiend­o a conocer y saber. Es un primer año de aprendizaj­e y un primer año de invertir”, coinciden. Agregan que ya cuentan con clientes fieles y mencionan como ejemplo los cumpleaños de compañerit­as de clase donde el regalo siempre es una de sus casitas.

Los viajes se están retomando poco a poco, ¿volverían a sus trabajos en las agencias? “Nooo”, responden a coro y a las risas. “Ya somos grandes y estuvimos más de 30 años trabajando en un rubro que nos dio muchísimo y en el que fuimos muy felices, pero creo que llegó el momento de dedicarnos a lo que nos apasiona. Sé que nos va a costar, que es un camino duro, pero vamos a apostar”, resume Solange convencida.

Hacía 30 años que trabajaban en agencias de viaje muy conocidas. Lo que más hacen son casitas en sí mismas o metidas en pequeñas valijas.

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Sábado Show, hoy con El País
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