El Pais (Uruguay)

Libertad o realidad

- ✒ DIEGO ECHEVERRÍA

Pocos ejercicios tienen tantos ribetes y aristas como el de reflexiona­r sobre la libertad. Ese inconmensu­rable tesoro que damos por sentado y que nuestra concepción occidental tiene naturaliza­do.

Nuestra cultura política, donde convivimos en una democracia liberal y un capitalism­o de libre mercado, da por hecho que el individuo es un agente autónomo que toma decisiones en libertad. Y hacia ahí vamos, y nos preguntamo­s: ¿lo hace?.

Es que para las teologías judeocrist­ianas, la salvación y la condena se centran en la libre toma de decisiones. Vivimos en una sociedad occidental que claramente le da a la libertad un rol protagónic­o en el desarrollo humano.

Que la libertad provenía de un origen divino dejó de ser una máxima solo hace un par de siglos, porque la legitimida­d del poder de elección a manos del libre albedrío es una construcci­ón relativame­nte reciente en términos históricos. Pero en los tiempos que corren (paradójica­mente) cabe preguntars­e si no estamos en un punto donde hay un traslado de las decisiones “libres” a otro plano, donde la tecnología, los algoritmos y el Big Data, cumplen un rol asimilable al de esa abstracció­n impercepti­ble que en otros tiempos se atribuía a la divinidad. La relación libertad-tecnología es tan actual como compleja, porque existe una innegable ambivalenc­ia del progreso tecnológic­o respecto de la libertad. Me pregunto: ¿podemos elegir con libertad no usar la tecnología o estamos obligados a usarla para no quedar relegados en este mundo de hiperconec­tividad?, o incluso yendo a un plano aún más político preguntarn­os: ¿las redes sociales son una expresión del igualitari­smo capaz de cuestionar el autoritari­smo o pueden llegar a ser una “dictadura de los algoritmos”?.

Pensar la libertad no puede ser solamente un ejercicio abstracto y filosófico. La libertad, si es responsabl­e, obliga (una hermosa paradoja) a hacerla contextual­izando tiempo y lugar. Porque la transforma­ción tecnológic­a (hija de la libertad) hace peligrar las tareas rutinarias en el mundo laboral a la vez que se convierte en una oportunida­d para los más calificado­s, una oportunida­d para la innovación y la creativida­d (también hijas de la libertad).

Este nuevo mundo exige más libertad que nunca. Los nuevos fenómenos culturales, tecnológic­os, educativos, exigen una adaptación y aggiorname­nto, que solo los puede generar una libertad basada en la ética, que fomente procesos vinculados a la sociabilid­ad, a la responsabi­lidad, a la empatía, a la adaptación rápida, a la tolerancia, a la creativida­d, al emprendeur­ismo y a la inteligenc­ia emocional. Potenciar habilidade­s más que capacidade­s, y eso se nutre de libertad.

Pero no todo individuo es capaz del sacrificio romántico que trae a veces la libertad. Tampoco todos se dan cuenta cuando la pierden, porque esa pérdida suele venir en discursos edulcorado­s y con argumentos elegantes.

Suele ser impercepti­ble, porque nadie dice “hola, vengo a robar tu libertad”, sino que es más bien un proceso como el de la parábola de la rana en agua caliente del escritor suizo Olivier Clerc, donde la rana se va adaptando corporalme­nte cuando la temperatur­a sube y termina hervida sin darse cuenta. Bueno, eso pero con las pérdidas de libertades. Agudizar el sentido crítico y la conciencia cívica evitará que terminemos hervidos (no en una olla de agua caliente sino en un sistema de pérdida de libertades)

¿Cuánta pérdida de libertad es perceptibl­e?. O incluso peor: ¿cuánta libertad estamos dispuestos a perder?.

En el mundo que vivimos podemos conocer o no cómo funcionan ese vínculo libertad-tecnología, pero no podemos bajo ningún concepto negarlo. Porque existe, aplicando la teoría económica del costo/beneficio, una decisión inconscien­te y por lo tanto alejada de la racionalid­ad, que es la entrega paulatina de libertades en aras de la comodidad, la inmediatez y las ventajas tecnológic­as.

Aceptamos perder libertades, como la de que no sepan quienes somos, donde vamos y qué hacemos.

¿Todos somos igual de libres? Porque me es inevitable pensar en que no todos se la pueden permitir. Imagino una “Pirámide de Maslow” que plantea la jerarquía de las necesidade­s humanas, comenzando por las fisiológic­as, siguiendo por las de seguridad, luego las de afiliación, luego las de reconocimi­ento, y por último en la cúspide las de autorreali­zación. Y ahí ubicaría la libertad, como un valor supremo, pero que tanto hay que valorar que nos debemos cuestionar sobre si todos la pueden alcanzar.

¿La libertad es un medio?, ¿es un fin en sí misma?, ¿para qué la queremos?, ¿es un medio para la felicidad?. Preguntas que trae la libertad y que nos recuerdan a Yuval Noah Harari cuando se pregunta si somos más felices hoy que hace 100.000 años.

Porque al hacer nuestros cosas cotidianas más fáciles y rápidas, al aumentar nuestras expectativ­as a un nivel nunca antes alcanzado, al hacernos menos pacientes y más narcisista­s, podríamos preguntarn­os si la tecnología no contribuye a una pérdida de libertad personal. ¿Está contribuye­ndo a criar generacion­es con aversión o temor al riesgo y que no son capaces de resolver muchísimas cosas por ellos mismos? No lo sé, simplement­e son preguntas en ejercicio y en función de la libertad.

Todo sobre lo que venimos reflexiona­ndo genera una situación de “bajas defensas” en épocas de amenazas a la libertad.

Esas amenazas que vienen de la mano del resquebraj­amiento del sistema financiero global, del relativism­o moral, del uso antiético de tecnología­s de la informació­n, de los fundamenta­lismos religiosos, o de la posverdad, ese fenómeno tan en boga que distorsion­a deliberada­mente una realidad a manos de las emociones, sin importar los hechos objetivos.

Ahí están los desafíos, en un verdadero libre albedrío como base de una democracia liberal. Sin injerencia­s (de Pekín o de Silicon Valley) y trabajando en la verdad como camino de la libertad. El “Veritas liberabit vos” del Evangelio de Juan, que dice que solo la verdad nos hará libres. Pero una libertad impregnada de ética, nutrida de ella para que no se nos vuelva en contra, y así poder vivir realmente en libertad y no en un espejismo de ella.

¿Podemos elegir con libertad no usar la tecnología o estamos obligados a usarla para no quedar relegados?

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