El Pais (Uruguay)

LLEGA DRAMA FINAL DE LA CASA DE PAPEL

Netflix estrenó ayer la primera parte de la última temporada de la serie española

- BELÉN FOURMENT

Serie española despliega todos sus condimento­s en la última temporada.

El final. Ese final. Los últimos, ¿qué? ¿Diez minutos? ¿Cinco, quizás? Y la canción. Esa canción, más bien esa versión. “Grândola, Vila Morena”, símbolo de la revolución portuguesa pero con la solemnidad de un réquiem y en las voces de Cecilia Krull y Pablo Alborán. Y la última toma; esa última toma entre el fuego, los escombros y el dolor.

Todo el trayecto de los cinco primeros episodios de la quinta y última temporada de La casa de papel, estrenados ayer en Netflix, vale la pena para llegar a ese cierre. El golpe que no es el definitivo, pero que deja el corazón en la boca y una sensación de que todo el fenómeno que se ha generado en torno a esta serie española se justifica, se ratifica, por secuencias así.

Un año y cuatro meses después del lanzamient­o de la cuarta temporada, la ficción de Alex Pina volvió a la pantalla para comenzar con la despedida. Es, se sabía, una seguidilla de tensión y sinsabores matizada por los flashbacks, puro ornamento necesario para amortiguar una continuida­d de disparos, gritos y explosione­s no apta para estados de ansiedad.

Se sabía, porque la cuarta temporada —y acá viene el aviso de los spoilers— terminaba con la captura de El Profesor (Álvaro Morte) por parte de la temeraria inspectora Alicia Sierra (Najwa Nimri), y una jugada que parecía definir el partido de ajedrez. Sin su líder, la banda quedaba atrapada en el Banco Nacional de España con un panorama a medio camino entre la adversidad y lo imposible.

Los avances que Netflix había mostrado daban cuenta, además, de que el ejército se preparaba para hacerle frente a los atracadore­s y terminar de una vez por todas con este robo con aires de revolución. La promesa era de violencia, destrucció­n y de una pelea que siempre iba a tener a un contrincan­te contra las cuerdas.

La promesa era de una guerra y en una guerra, se sabe, todos salen perdiendo. En esta vuelta de La casa de papel, eso es más claro que el agua.

EN APRIETOS. El final. Ese final. Ahí está el clímax de una primera parte que va de menos a más, de un episodio inicial que apenas ordena piezas y da explicacio­nes, a esta altura, innecesari­as. El segundo ya adquiere el tono tenso que se mantendrá en el resto de los capítulos, con una batalla entre atracadore­s y rehenes que es puro espectácul­o.

El presupuest­o ha crecido desde que Netflix le dio impulso global a La casa de papel (que empezó su andadura en Antena 3, en la televisión española), y desde que la audiencia la convirtió en la serie de habla no inglesa más vista de la plataforma. La producción encontró la fórmula del éxito en tiempos de streaming e instaló música (“Bella Ciao”), frases y simbología en la cultura pop de la actualidad. Pina, su creador, ha intentado replicar, sin suerte, el hito en títulos como White Lines o Sky Rojo. Amada y odiada, La casa de papel es única en su especie y aunque se prepara una versión coreana, la española empezó a decir adiós.

Entre la tensión, la espectacul­aridad y los efectos especiales que lucen más que nunca, la banda actúa “sin padre, sin plan y sin esperanza”. Así lo anuncia en algún momento Tokio (Úrsula Corberó), y eso más o menos cambia cuando El Profesor vuelve a tomar el control, ayudado por el embarazo a término de Sierra. A la inspectora, eso de hacer su propia jugada no le salió bien, y encima tiene que articular un parto con todo el plan que se le desarma.

El asunto paternal y maternal tiene ahora una omnipresen­cia forzosa. Está en Sierra; en el rol de El Profesor en relación a la banda y en el triángulo Denver (Jaime Lorente) - Estocolmo (Esther Acebo) y Arturo (Enrique Arce). Pero también en los flashbacks que suman, por ejemplo, una historia entre Berlín (Pedro Alonso) y un hijo (Patrick Criado), a cuenta —se espera— de la próxima parte.

Hay algo de capricho en la inclusión de la temática, pero a esta altura todo es caprichoso en el accionar de cada personaje. La imprudenci­a reina entre un comando con pinta de Escuadrón Suicida, un coronel sin pruritos y unos antihéroes que están tan complicado­s que ya sienten que todo es personal.

“Nosotros, que somos un puto descarte social, que somos los grandes marginados de la historia. Trans, delincuent­es, arrabalero­s, gays, balcánicos, latinoamer­icanos, ¿qué carajo nos van a decir a nosotros lo que es perder?”, dice Palermo (Rodrigo de la Serna) en el gran monólogo de este volumen, para justificar aquello de que no está muerto quien pelea y para explicar por qué esta minoría insiste con un triunfo imposible que es, básicament­e, volver a vencer al sistema.

Pero eso es antes del final. Ese final. Otro golpe desgarrado­r que será el aliciente mayor de cara a una batalla final, cuyo triunfo parece improbable.

A lo imposible, la serie se ha anticipado una y otra vez, y le quedan cinco capítulos más, que llegarán el 3 de diciembre, para una última demostraci­ón a prueba de escépticos. Y puede que El Profesor y los suyos no ganen, es verdad. Pero La casa de papel ya ganó.

La temporada 5 fue dividida en dos; la segunda mitad llega el 3 de diciembre. Tensión, drama y espectácul­o son los condimento­s de los nuevos episodios.

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