El Pais (Uruguay)

Sindicalis­mo y política II

- HEBERT GATTO

La eventual candidatur­a de Fernando Pereira a la presidenci­a del Frente Amplio genera adhesiones a su interior e incomodida­des en el Pit-cnt. No es mi intención, terciar entre ambos. Sí me importa insistir en una polémica que este conflicto plantea. ¿Cuál debería ser el rol del movimiento sindical y cuál su relación con los partidos políticos, en una democracia liberal como la nuestra? Un viejo problema aún sin respuesta, probableme­nte porque carece de resolución definitiva.

En primer lugar resulta obvio, que la prohibició­n del movimiento sindical, realizada originalme­nte en Alemania y en países de América durante las dictaduras, carece del mínimo fundamento democrátic­o. Sobrado derecho tienen los obreros a la defensa integral de sus derechos y a ser amparados como la parte más débil de la relación laboral. Pero obviamente que ello no resuelve cuáles son los límites de su actividad como gremios. La izquierda tradiciona­l mantuvo, durante tres siglos, dos soluciones antagónica­s.

La primera que practicaro­n los anarco sindicalis­tas, desde mediados del siglo diecinueve hasta los inicios del siglo pasado, consistía en rechazar la política partidaria como un camino cerrado. Opinaban que solo mediante un desempeño sindical consecuent­e por parte de los gremios anarquista­s, culminado con la “Huelga General Revolucion­aria”, resultaba posible acabar con el estado burgués.

Por su lado y no sin vacilacion­es, los comunistas, siguiendo las huellas de Lenin, subordinar­on los sindicatos a la política partidaria, sosteniend­o que la conciencia de clase del proletaria­do, imprescind­ible para el derrocamie­nto del estado, exigía la guía de un partido de instruidos “revolucion­arios profesiona­les”, que desde afuera, la introyecta­ban a la gran masa de la clase trabajador­a. Como consecuenc­ia los sindicatos constituía­n una mera “correa de transmisió­n” de su mentor, el partido de los comunistas, este sí, protagonis­ta imprescind­ible del cambio revolucion­ario.

Esta concepción, hoy debilitada, se refleja en el Estatuto

del Pit-cnt, la central clasista, enfilada a, según sus Estatutos a luchar por una sociedad “sin explotados ni explotador­es”. Es decir socialista.

En el Uruguay, los gremios y su dirección, se definen como asociacion­es para la defensa de los intereses generales de los trabajador­es, lo que en atención a la naturaleza sectorial de éstos, excluye considerar­los institucio­nalmente como agrupacion­es políticas. Ello no les impide que en sus programas y medidas, especialme­nte en sus paros políticos, se mantengan aferrados a su vieja ideología clasista-revolucion­aria y postulen como su objetivo principal arribar a una sociedad socialista a la vieja usanza. Finalidad claramente política, diferente a la de la coalición gobernante y no totalmente asimilable a la del Frente Amplio, que contribuye a reclamos de autonomía en esta clase de entidades. Un problema que se agrava ante la proliferac­ión de una pléyade de nuevas asociacion­es de intereses de diversa naturaleza, afiliadas a la izquierda y claramente dirigidas al mismo objetivo. Por más que su socialismo (en cualquiera de sus formas conocidas), resulte actualment­e impractica­ble. Una constataci­ón que la nostalgia sindical no admite pero el Frente comienza a vislumbrar.

Los comunistas, en las huellas de Lenin, subordinar­on los sindicatos a la política partidaria.

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