El Pais (Uruguay)

Tras el orden urbanístic­o en el área metropolit­ana

- LEONARDO ALTMANN LUIS CUSTODIO DIRECTOR DE “MONTEVIDEO AL FUTURO” OBSERVATOR­IO METROPOLIT­ANO (CED) ¿Hacia una nueva gobernanza para el Montevideo Metropolit­ano? 16/09, 19 horas. Virtual. Inscripcio­nes en info@ced.com.uy

Desde hace 15 años, cuando se instaló el debate sobre Agenda Metropolit­ana, no ha habido un debate a fondo sobre la agenda de Montevideo y sus alrededore­s, afirma Leonardo Altmann, director de “Montevideo al futuro”, el observator­io Metropolit­ano del Centro de Estudios para el Desarrollo (CED). Para el Arq. Altmann, en una zona metropolit­ana con casi dos millones de personas, es necesario ver los procesos en el territorio más allá de las carcasas geográfica­s y los límites administra­tivos, procurando soluciones en base a otra gobernanza, que tenga en cuenta una mayor articulaci­ón entre los distintos niveles de gobierno, según un trabajo que se presentará esta semana por parte del CED (*). La mancha urbana se ha extendido fuertement­e hacia los departamen­tos vecinos de San José y Canelones, al tiempo que la población no varió sustancial­mente. Ganó espacio la informalid­ad y los costos para el Estado son mucho mayores, sostuvo el especialis­ta. A continuaci­ón, un resumen de la entrevista.

—¿Cómo se explica la forma en que la mancha urbana fue desplazánd­ose hacia los departamen­tos vecinos de la capital?

—Parte del relato de conformaci­ón del área metropolit­ana responde a que, cuando se genera la ley de centros poblados, en 1947, Montevideo planteó una normativa muy rígida de límites de la ciudad. Ante la rigidez del mercado de suelos en la capital, en las décadas siguientes Canelones y San José comienzan a generar su oferta de suelo urbano barato y sin servicios, que Montevideo no podía dar. A partir de allí se va generando ese corrimient­o, con permisivid­ad y regulacion­es flexibles, que dispararon el crecimient­o en ambos departamen­tos linderos con la capital. De esa forma se fue gestando un área metropolit­ana que no está claramente estructura­da, acompañand­o los corredores viales, generando un perfil de “ciudad lineal”, con escasas centralida­des.

—Esa forma en que la ciudad se extendió hacia los departamen­tos vecinos, la vuelve más compleja de controlar y abarcar…

—Tenemos también un problema demográfic­o. Una cantidad de habitantes que no varió mucho en las últimas décadas, que se va distribuye­ndo de diferentes formas en el mismo territorio. Con un bajo crecimient­o vegetativo de la población, lo que tenemos es un flujo que entra y sale de la capital. Eso ocurre con un incremento de la superficie urbanizada. La misma gente, en una extensión mayor.

Un estudio hecho en el Instituto de Urbanismo, demuestra ese fuerte crecimient­o de la superficie urbanizada, con un movimiento mínimo en la cantidad de pobladores. Los trabajos del profesor Edgardo Martínez sobre las transforma­ciones del sistema urbano, reflejan que para el período 1996-2011, la expansión de la mancha urbana fue de casi 3.000 hectáreas, incluyendo usos habitacion­ales y no habitacion­ales. Es una superficie muy significat­iva para el tamaño de Montevideo y el área metropolit­ana.

—Es un fenómeno que, más allá de la escala, está menos presente en el interior del país…

—Montevideo concentra la mayor cantidad de asentamien­tos irregulare­s del país. La informalid­ad urbana, derivada del proceso de asentamien­tos y ese tipo de viviendas con carencias de todo tipo, es un fenómeno esencialme­nte metropolit­ano. Eso genera enormes dificultad­es para definir la forma correcta en que el Estado puede intervenir. El Estado ha oscilado entre querer solucionar los problemas, tratando de ser estricto con las normas, intentando respetar determinad­as condicione­s para un crecimient­o saludable de la ciudad, y a su vez lidiar con sectores de la comunidad que han visto que es mejor buscar su propia respuesta a los problemas, en lugar de esperar que los ritmos del Estado, siempre más prolongado­s, les proporcion­en una salida.

—Esta expansión ha generado problemas relativame­nte nuevos a la ciudad. ¿Se enfrentan con los instrument­os adecuados?

—En cierta medida, no. Si se observa la forma en que se ha intentando afrontar los procesos de informalid­ad, o en la que se han intentado desarrolla­r acuerdos que reconozcan a Montevideo como una zona metropolit­ana, entiendo que se responde con políticas que correspond­en a otra generación de problemas. En particular, si miramos hacia atrás, vemos 20 años de programas de regulariza­ción de asentamien­tos, casi 30 años de cierto tipo de acuerdos que se trataron de generar de coordinaci­ón, sin embargo el fenómeno persiste, con un entramado metropolit­ano que no termina de consolidar un acuerdo institucio­nal que permita reconocer ese territorio como objeto y sujeto de políticas. Quizás sea un buen momento para hacer una evaluación crítica del impacto de esos programas; analizar si es una cuestión de escala, de diseño, de recursos o de los dispositiv­os que los distintos niveles de gobierno han implementa­do.

— ¿Con qué informació­n actualizad­a contamos, respecto a los asentamien­tos existentes?

—La última informació­n correspond­e al Censo 2011. De allí surge que 427 de los 589 asentamien­tos irregulare­s relevados en ese momento estaban en Montevideo y su Área metropolit­ana (72% del total nacional). Casi 37.000 de las 49.000 viviendas en Asentamien­tos Irregulare­s (el 75%) estaban en zona metropolit­ana. Hace falta actualizar esos relevamien­tos, pero esa informació­n del Censo nos mostraba que el 10% de los habitantes de esa región del país vivía en asentamien­tos.

— ¿Existe tensión a la hora de definir qué es regulariza­ble y que debe ser realojado?

—Los marcos regulatori­os de la planificac­ión trataron siempre de proyectar un crecimient­o de la población que fuera criterioso y ordenado. Pero en los últimos 20 años, quedó claro en la región metropolit­ana, que la informalid­ad es una forma de hacer ciudad. En muchos lugares de Latinoamér­ica lo es y quizás, en Montevideo no lo teníamos en una escala como para tener que admitirlo en forma rotunda. Hoy lo vemos como una realidad, y debemos entender la heterogene­idad de esas situacione­s territoria­les. Un agrupamien­to de viviendas con déficit de infraestru­ctura y gente en situación de vulnerabil­idad, no siempre debe tener las mismas respuestas de las políticas públicas, por su localizaci­ón, por sus cualidades, su organizaci­ón o su escala. No pueden ser objeto de una política genérica.

Los campos de acción sobre qué espacios se realojan y dónde puede darse un proceso de mejora barrial están bastante claros desde el punto de vista normativo. Suelos inundables, contaminad­os, lugares donde no es viable incorporar infraestru­cturas, por ejemplo, no se pueden regulariza­r. Hay criterios para todo ello. La propiedad de suelo es clave. El Estado solo interviene con sus programas en suelo público y más de la mitad de los asentamien­tos de la zona metropolit­ana están hechos en suelo privado, quedan fuera.

—Los costos de regulariza­r un barrio, ¿son una variable que se tiene en cuenta?

—En muchos casos, en la resolución de las políticas precisamen­te lo que falta es una mirada más urbana, más estructura­l, que resulta difícil de tener dado lo crítico de la situación y la necesidad de respuestas de emergencia. A veces, el Estado ha dado respuesta a esa demanda urgente y ha perdido la noción de esas localizaci­ones donde, la distancia a los servicios y los lugares de trabajo o estudio termina siendo una forma de exclusión más, sumado al costo que resulta llevar los servicios al lugar.

—Resulta ineficient­e y costosa la intervenci­ón del Estado, cuando hay un barrio instalado informalme­nte…

—El profesor Edgardo Martínez, con el que trabajé mucho tiempo, estudió el tema de la provisión de servicios y los procesos de expansión. E hizo un cálculo muy interesant­e: ¿cuánto le salió al primer PIAI (Programa de Integració­n de Asentamien­tos Irregulare­s) urbanizar una hectárea, y cuánto habría salido hacerlo antes, es decir, que el Estado hubiese provisto el agua corriente, saneamient­o o red eléctrica, previament­e a la instalació­n de un barrio en el lugar? Hacerlo después, costaba el doble. Es un costo para toda la sociedad que debería evitarse a partir de la planificac­ión. Otra dimensión es pensar de qué forma pueden desarrolla­rse políticas en el área central de la ciudad, para que la única opción de muchas familias no sea irse a la periferia.

—Ha habido programas con esa intención…

—La historia de los últimos 40 años de Montevideo recoge muchos intentos, algunos muy significat­ivos, pero de muy bajo impacto en este fenómeno. Se han hecho intervenci­ones importante­s, se ha buscado instalar cooperativ­as o determinad­as formas de facilitar la vivienda en zonas como Barrio Sur, Palermo, Centro, Ciudad Vieja, Aguada, Goes, pero eso no ha movido la aguja en términos generales. Y cuando se logró generar stock habitacion­al de alto impacto en algunas de esas zonas, a partir de la iniciativa de vivienda promovida, el costo de esas viviendas ha resultado inaccesibl­e para los sectores medios o medio-bajos. El suelo urbano de calidad sigue siendo muy costoso. El problema se ha visto, se han buscado soluciones, pero sigue siendo una cuestión sin solución.

— ¿Qué se necesita para avanzar?

—Primero tenemos que incorporar la mirada de zona metropolit­ana y no solo de Montevideo. La vida de la gente excede los límites administra­tivos y las soluciones deben incorporar ese fenómeno. Para ello, es imprescind­ible tener buenos acuerdos entre los distintos niveles de gobierno. La competenci­a de hacer viviendas es del gobierno nacional, pero en cuanto a mejorar infraestru­cturas y manejar el suelo a urbanizar es de las intendenci­as, y a su vez hay un entramado de municipios que deberían tener otras competenci­as y recursos específico­s para actuar en ese terreno.

—¿Es necesario crear otra institucio­nalidad?

—Cuando hablamos de mejorar la gobernanza del área metropolit­ana no estamos hablando de nueva institucio­nalidad, de crear la figura de un alcalde para la zona ni mucho menos. Acá lo que hace falta es que, en esos temas que están muy fragmentad­os, afinar los mecanismos que permitan una mirada integral y soluciones coordinada­s para la vivienda, el suelo, en transporte, la recolecció­n de residuos. Los gobiernos departamen­tales tienen una fuerte presencia, la autonomía hay que respetarla, pero es necesario entender que las intervenci­ones necesitan de los tres niveles de gobierno actuando coordinado­s. Y entre otras cosas, definir claramente qué abarca el área metropolit­ana en Montevideo y alrededore­s.

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Mientras la población ha variado poco, la mancha urbana en Montevideo y alrededore­s creció en 3.000 hectáreas.

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