EL HOMBRE QUE QUERÍA ARREGLAR EL MUNDO
Aunque el mundo entero se ha empecinado en celebrar sus 90 años, Enrique Iglesias los transita sin tomárselos en serio. “En la vida hay que tener más proyectos que recuerdos”, dice y asegura que ese es el pensamiento que siempre lo ha inspirado. Tal aniversario obliga a reconocer la labor de una de las “mentes brillantes” que representa a Uruguay en el mundo, un privilegio del patrimonio oriental que él simplifica diciendo que siempre le gustó “hacer cosas y encontrar salidas a los problemas”.
La mayoría sabe que Iglesias es alguien importante, una de las pocas figuras elogiadas desde todos los partidos (y que está más allá de la grieta), que ocupó cargos de enorme relevancia en el sector privado y público primero, y después en organismos internacionales como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Sin embargo, detrás de la lejanía de los títulos hay una infinidad de relatos sobre su extraordinaria habilidad para encontrar una solución creativa a conflictos imposibles, la valentía de haber intervenido para salvar vidas en épocas de la dictadura y su rol de artífice de negociaciones internacionales que al fin y al cabo mejoraron la forma en que los latinoamericanos vivimos.
Iglesias es un hombre dedicado a arreglar el mundo. Más que un cometido, esta que le han ofrecido ser candidato presidencial, pero ni queriéndolo habría podido ejercer por no ser nacido acá. “Eso le ha ahorrado algunas envidias”, añade con humor Julio María Sanguinetti, con quien trabajó codo a codo durante el primer gabinete al regreso de la democracia. Iglesias fue canciller los tres primeros años.
Su vida empezó dos veces, primero en Asturias (España), desde donde emigraron sus padres cuando él tenía tres años, y después en Montevideo, donde su familia se arraigó en torno a un almacén del barrio Reducto en el que trabajó incluso luego de ser contratado como docente de la Facultad de Ciencias Económicas.
Una persona que lo conoce a fondo intuye que fue detrás de ese mostrador, en el trato permanente con un público tan variado, que aprendió a escuchar y a buscar soluciones, siempre utilizando un tono amable y comprensivo, con un irremediable optimismo para visualizar las salidas donde otros no las ven. “Desde su juventud, Enrique siempre fue una estrella”, define Sanguinetti. “Esa luz propia es la que vieron profesores como (Luis Aquiles) Faroppa cuando lo conocieron en la
Eduardo Azzini lo nombró secretario de la mítica Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (CIDE). “Fue una de las grandes oportunidades de mi vida profesional y mi servicio al país”, dice, “una aventura de tanta gente estudiando al país” que le gusta recordar.
En ese momento, el BID —que Iglesias terminaría dirigiendo entre 1988 y 2005— era un recién nacido. Era 1961, y para desestimular los movimientos revolucionarios de izquierda en la región, el entonces presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy creó la Alianza para el Progreso. Se pedía que los países prepararan un plan de desarrollo para servir de base a proyectos económicos y sociales que el BID y la Corporación Americana se encargarían de financiar.
Uruguay, mediante la CIDE, realizó la Operación Uruguay 1, que conllevó una investigación descomunal. “Se investigó a fondo todas las dimensiones económicas y sociales del país, se hizo por primera vez un diagnóstico integral de la economía y se mejoró sustancialmente las estadísticas económicas y sociales, se formalizaron las primeras Cuentas Nacionales y se hizo un censo de población que desde hacía décadas faltaba”, describe Iglesias.
Los informes de la CIDE fueron tan relevantes que influyeron en la reforma constitucional de 1967 que introdujo, entre otras cosas, la creación de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto y el Banco Central, que también dirigiría Iglesias.
Si bien ocupó cargos en gobiernos colorados y también blancos, no se lo asocia a ningún partido.