El Pais (Uruguay)

La diferencia entre Cuba y China

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El potente discurso del presidente Lacalle Pou en la Celac, reivindica­ndo la democracia, y denunciand­o sin medias tintas lo que ocurre por estos días en Cuba, Venezuela y Nicaragua, fue aplaudido por todo el continente. ¿Todo? No. Un pequeño grupo de fanáticos en su propio país, resiste ahora y siempre al sentido común.

Pero como hasta para los dirigentes del MPP, el Partido Comunista, y otros ultraizqui­erdistas anclados en los 60, es demasiado indigno defender dictaduras, apelaron a argumentos oblicuos para criticar la postura del mandatario. Uno de estos argumentos fue señalar que no se debería ideologiza­r la política exterior, y que sería hipócrita criticar a Cuba por ser una dictadura, pero a la vez estrechar los vínculos con China, a quien no se echaría en cara su déficit democrátic­o.

Sobre lo primero vale decir que como chiste, es de mal gusto. Hablamos de gente que metió a Venezuela en el Mercosur por la ventana por ser un país “amigo” ideológica­mente. Hablamos de quienes se jugaron políticame­nte desde cargos de gobierno a favor de un corrupto como Lula da Silva. Hablamos de quienes nos hicieron pelear con Israel, por sus atávicos preconcept­os ideológico­s. La falta de memoria y el cinismo de algunos son realmente asombrosos.

Pero lo que resulta más indigno es el juego retórico de la comparació­n entre Cuba y China, el cual no resiste el análisis crítico de un niño de Primaria.

Dejando de lado las nociones de “realpoliti­k”, aquellas a las que Mujica apelaba cuando gustaba posar de estadista napoleónic­o en sus años dorados, y que nos llevaron a hacer papelones históricos como país, hay al menos dos aspectos bien claros que explican la diferencia de enfoque entre el gigante asiático y la empobrecid­a isla caribeña.

El primero es geográfico. Aunque a algunos dirigentes del Frente Amplio les pueda sorprender, mientras que China está en las antípodas de Uruguay, Cuba está en nuestro continente, en nuestro hemisferio. Tenemos institucio­nes políticas muy importante­s en común, e infinidad de vasos comunicant­es. Si usted vive en Montevideo, y un amigo que lo hace en Bella Unión, tiene ratas en su casa, es una cosa. Ahora si el que tiene su hogar desbordant­e de roedores es su vecino de piso, todo es diferente. ¿No?

El segundo aspecto es cultural e histórico. China es una cultura totalmente diferente a la nuestra, con tradicione­s propias milenarias, y una forma de ver y entender la vida, casi tan alejada de la nuestra como los países. Con Cuba, por otro lado, compartimo­s idioma, religión, cultura en sus más amplias nociones, y por lo menos unos 250 años de historia, cuando ambos éramos parte del imperio español. Un sedimento cultural, social, hasta familiar, un poquito más cercano que el que tenemos con los chinos.

Esto significa que los sentimient­os, la forma de ver y entender la vida, los ideales y ambiciones humanas de nuestra gente, son iguales. Y así como nos duele el autoritari­smo y la falta de libertad a los uruguayos, les duele idéntico a los cubanos. Razón más que suficiente para mostrar solidarida­d con su causa.

Hay un tercer elemento, vinculado en cierta forma al primero, que algunos suelen olvidar, pese a que deberían ser los primeros en recordarlo. China, a diferencia de Cuba, nunca se dedicó a incidir en nuestra política interna de la manera que sí lo hizo la dictadura cubana. Acá no hubo aportes chinos de dinero a grupos violentos uruguayos, no brindó su territorio como santuario para que se

Desde el Frente Amplio se ha pretendido señalar una inconsiste­ncia por condenar a Cuba a la vez que intentar un mayor vínculo con China. Una crítica absurda que solo se explica por ignorancia o mala fe.

formaran y entrenaran en la violencia quienes buscaban derribar la democracia uruguaya. Resumiendo, China nunca intentó meterse o erosionar nuestro sistema democrátic­o, nuestros valores republican­os. Todo lo contrario que el gobierno comunista cubano, que lleva 60 años metiendo su mano en nuestros asuntos. Eso nos da, al menos, el derecho a opinar libremente sobre su gobierno. Más que un derecho, es una obligación.

Ahora bien, ni por un momento crea el amable lector que los dirigentes del MPP, del Partido Comunista, y sus satélites en el Frente Amplio no tienen claras todas estas obviedades. Su postura solo se basa en que son capaces de defender hasta los actos más despóticos, más barbáricos, con tal de justificar a quienes piensan políticame­nte como ellos. Y eso es lo más grave de todo esto.

El problema de fondo es que esta gente no cree en la democracia, sino que usa sus institucio­nes, para intentar minarlas por dentro, soñando que de a poco nos podrían acercar a su ideal político, que no es otro que el que hoy vemos en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Por suerte, los uruguayos nunca se lo han permitido, ni se lo permitirán.

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