El Pais (Uruguay)

Eros y Tánatos

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Me consta que volver a escribir sobre la eutanasia puede ser la manera más rápida de ahuyentar lectores. Pocos temas son tan incómodos como este, que nos pone de cara a la decisión de acabar con la vida, como única vía de escape a un sufrimient­o irreparabl­e. Pero dos hechos recientes me llevan a traer nuevas reflexione­s sobre este debate.

El viernes pasado, se estrenó en canal 10 un extraordin­ario primer capítulo de la serie uruguaya “Temporario”. Es una bienvenida producción de la Institució­n Teatral El Galpón que habilita el retorno de la ficción nacional a la pantalla y, entusiasma destacarlo, lo hace con alta calidad ejecuciona­l.

Un gran texto de Gabriel Calderón y una impecable realizació­n audiovisua­l de Guillermo Casanova retomaron esa noche el problema de la eutanasia.

Con maestría, el autor presenta una situación aparenteme­nte de comedia: una hija adulta que sigue a su padre septuagena­rio a un apartament­o temporario que él ha alquilado por esa noche, presuponie­ndo que lo hizo para tener una aventura extramatri­monial.

El tono humorístic­o se va agriando casi impercepti­blemente, hasta que tanto la mujer como los espectador­es, descubrimo­s que la intención de ese alquiler no era para nada frívola: ese fue el sitio que eligió este hombre para ayudar a su esposa, enferma terminal, a practicars­e un suicidio asistido.

En dos nombres propios de la mitología griega, Eros y Tánatos, se sintetizan muchísimas de las grandes obras del arte universal. Y vaya si hay amor y muerte en este inspirado unitario de Calderón. En un clímax dramático, el personaje que interpreta Héctor Guido admite con lágrimas en los ojos que ayudará a su esposa a morir, porque la ama tanto que está dispuesto a cumplirle ese terrible deseo.

Vengo sumando mi voz a la del grupo Prudencia, en contra del proyecto de ley de eutanasia que impulsa el diputado Ope Pasquet. A pesar de que esta ficción televisiva me resultó apasionant­e, lejos de hacerme cambiar de posición, me reafirma en la convicción de que la legalizaci­ón de la muerte asistida no es el camino.

Primero, porque una persona que se siente aquejada por un dolor insoportab­le no está en condicione­s de ejercer una verdadera libertad de elección. Su voluntad está condiciona­da por el tormento que padece.

Segundo, porque la medicina paliativa ofrece alternativ­as reales a estos pacientes, que no pasan por quitarles la vida, sino por sedarlos, hasta que la muerte les llegue en forma natural.

Y tercero, por la otra noticia que se conoció en los últimos días, reveladora de las consecuenc­ias indeseadas de una legislació­n de estas caracterís­ticas.

El filósofo compatriot­a Miguel Pastorino comentó ayer en El Observador la situación de Canadá, donde este año fue legalizada la muerte voluntaria por enfermedad­es psiquiátri­cas, siguiendo el modelo de Bélgica y Holanda. “La ley actual”, explica Pastorino, “ya no requiere que la enfermedad sea terminal (...) A comienzos de 2021 se argumentó en el senado de Canadá algo paradójico: que, en el acceso a la eutanasia, no debía discrimina­rse a las personas con discapacid­ad”. Nunca tan bien aplicado el adjetivo “paradójico”: las eternament­e discrimina­das personas con discapacid­ades, no lo serán cuando se trate de quitarles la vida, bajo la excusa de que padecen un sufrimient­o insoportab­le.

Así, los efectos de una ley creada para combatir el dolor, pueden extralimit­arse y terminar propiciand­o una execrable depuración de la especie, que favorezca a los más aptos y elimine a los más vulnerable­s. Pastorino cita un par de ejemplos concretos que provocan escalofrío­s. A un canadiense de 45 años que padece una enfermedad degenerati­va, el sistema sanitario le niega la atención domiciliar­ia y lo presiona para que tome la decisión. “Pero él quiere vivir y afirma: ‘mi vida ha sido devaluada. Se me ha coaccionad­o para que pida la muerte asistida mediante abusos, negligenci­as, falta de cuidados y amenazas’. La paradoja es que, con estas leyes que supuestame­nte te dan un nuevo derecho, los enfermos deben luchar por el derecho a vivir”, concluye Pastorino.

¿Es posible promulgar una ley que potencialm­ente excuse estos comportami­entos repugnante­s? Con liviandad, los defensores de la eutanasia sostienen que son ejemplos extremos, que se agitan más para asustar que para entablar un debate honesto. ¿Extremos? Aún partiendo del argumento de que la coprotagon­ista de Temporario decide su muerte libremente y sin presiones, ni influida por la depresión, ¿cómo saber que el marco legal no habilitará el descarte del diferente y el vulnerable?

Más en la superficie o muy en lo profundo, la opción por la eutanasia contiene el componente ideológico de que la vida solo vale cuando es productiva, y que la discapacid­ad no es una condición que merezca ser amparada.

A ese afán mercantili­sta de endiosar el bienestar y satanizar el dolor, deberíamos contestar con un valor cada día más en desuso: el humanismo.

Pocos temas son tan incómodos como la eutanasia, que nos pone de cara a la decisión de acabar con la vida como única vía de escape al sufrimient­o.

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ÁLVARO AHUNCHAIN

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