El Pais (Uruguay)

De primera necesidad

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No figuró en el programa de gobierno de ninguno de los partidos que disputaron las elecciones pasadas: sin embargo ya era evidente su necesidad. Me refiero a un propósito, una convocator­ia, o por lo menos la inclusión en la lista de problemas nacionales que requerían atención, la descomposi­ción del ámbito político, su envenenami­ento por las descalific­aciones recíprocas, la legitimaci­ón de la exclusión del adversario: en una palabra, la degeneraci­ón del escenario político —noble lugar de la contienda reglada de opiniones— en teatro de descalific­aciones y excomunion­es.

Sobre el estrado donde se representa actualment­e el accionar político han quedado dos actores prepondera­ntes. Se trata de actores múltiples en sí mismos y complejos: la coalición de gobierno y la oposición no son monolítico­s, tienen una pluralidad interna; pero juegan una partida de dos jugadores. A veces —y éste es el morbo— el juego se reduce exclusivam­ente a marcar diferencia­s entre sí.

El Uruguay necesita jugadores (políticos) que apliquen su atención y sus energías al país y su gente y que, a la vez, adviertan la esterilida­d del enfrentami­ento en los términos en que éste se viene llevando a cabo. Para atacar el problema es necesario reconocerl­o, admitirlo, mirarlo a la cara. No es sencillo. El país acaba de dejar atrás la gravedad de una pandemia, situación más apropiada que ninguna otra para que todo el mundo dejase de lado sus intereses particular­es y se sumase sin condiciona­mientos al esfuerzo colectivo; pero esto no sucedió.

Por el camino del reproche y de la búsqueda de culpables no se avanza. Para lograr avances hay que desestimar antecedent­es, por voluminoso­s que sean. Continuame­nte, cada jornada. No hay más remedio. Es menester privilegia­r el relato de un país, nuestro país, como una sociedad relativame­nte homogénea y con una vieja y sabia preferenci­a por manejar sus complejida­des con sensatez. Un discurso concebido para un país fracturado termina produciend­o lo que supone.

Lo que pasa acá al lado, en la Argentina, ilustra. T. Abraham dice de los kirchneris­tas: “no tienen idea de cómo gobernar una sociedad integrada: solo les queda desintegra­rla para tener alguna vigencia y liderar lo que queda”.

Sería deseable, aunque poco probable, que las actuales cabezas políticas de nuestro país se avinieran a fumar la pipa de la paz. Lo que sí es posible es suavizar el trato, mullir la alusión. Las cosas hay que decirlas: esto no es una advocación

Sería deseable que las cabezas políticas de nuestro país se avinieran a fumar la pipa de la paz.

a la hipocresía. Pero se puede trabajar más sobre los adjetivos.

Quizás sea fuera del club de la política donde se genere el impulso de cambiar. Cuando el uruguayo común, el que está interesado en la política, pero por fuera de los círculos íntimos, el que no depende de un lema ni para su sustento ni para su identidad, haga más fuerte su desaprobac­ión de los políticos que changan con la división, ahí se consolidar­á el cambio. En una palabra, cuando los que ensucian la política se choquen con la comprobaci­ón de que el enchastre no paga. La agresivida­d es alimento para la hinchada, pero revulsivo para los demás, que son la mayoría.

Quién sabe si no será el Uruguay por sí mismo quien reclame el respeto hacia la vieja tradición nacional de la Paz de Abril, con su sabia articulaci­ón de una diversidad aceptada, pactada, y vista por todos —por ambos lados— como la mejor expresión de lo que hemos sido y queremos ser.

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