El Pais (Uruguay)

Estado y mercado, ¿cuál es?

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La Vieja discusión. Nunca zanjada. Capaz que no tiene final. Pero lo que es seguro es que rara vez se discute en busca de un resultado práctico. Las discusione­s suelen ser con el cuchillo entre los dientes, a partir de posiciones dogmáticas y usando armas ideológica­s arrojadiza­s.

Aun así, vale la pena intentar un encare más racional–práctico–histórico.

Hasta más o menos la entreguerr­as, las discusione­s eran más sobre el gobierno que sobre el Estado. En parte porque éste todavía no abarcaba tanto y en parte porque históricam­ente, las primeras atropellad­as liberales (Adam Smith, John Stuart Mill, etc.) enfocaban el mal prevalente en la época: la multiplici­dad de regulacion­es, gremios cerrados, trabas, etc. Los bienes a defender eran los derechos básicos: vida, libertad, propiedad, siendo estos dos últimos casi una unidad: ya Locke tenía claro que sin una base económica que diera al hombre una independen­cia mínima, la libertad era una quimera.

La 1era. Guerra fue, además, un terremoto social y económico. Los países (sus dirigentes) creyeron que sería otro conflicto relativame­nte corto, llevado adelante por guerreros profesiona­les. En vez, duró mucho y, sobre todo, succionó a sociedades enteras. Entre sus consecuenc­ias: 1. Los gobiernos se vieron obligados a intervenir en las economías, decidiendo qué producir, cómo y cuánto, inaugurand­o un grado de planificac­ión obligatori­a e intervenci­onismo estatal nunca vistos, y, 2. Provocando la igualación, por la fuerza de los hechos, de grandes capas sociales y sexuales de las poblacione­s: al peón y al sirviente que peleaba en las trincheras codo a codo con los señoritos, terminada la guerra, era ridículo decirles que podían morir por su país, pero no votar en él. Lo mismo que a las miles de mujeres que participar­on de las fuerzas armadas.

Resultados: 1. Economías altamente planificad­as, con fuerte presencia del Estado y, 2, grandes ampliacion­es de los padrones electorale­s, dando entrada al proceso democrátic­o a personas con expectativ­as y exigencias que no se limitaban a los tres derechos básicos. Irrumpen en el juego político, reclamos por trabajo, salud, jubilación, vivienda, etc., junto a pretension­es de mayor igualdad.

La discusión ya no será sólo acerca de cómo limitar el poder de los gobiernos para preservar la vida, la libertad y la propiedad. Se sumarán las tesis de que la propiedad esclaviza, que la libertad solo puede ser tal en la igualdad y, por último, que es mucho más eficiente producir y distribuir a partir de planes de desarrollo centraliza­dos.

He ahí instaladas las dos fortalezas en pugna: Estado vs Mercado.

Ahora bien, ha pasado mucha agua debajo de los puentes desde entonces y hay algunas cosas que van quedando bastante comprobada­s:

Si aterrizamo­s la discusión es posible que consigamos destrabar mucha cosa en nuestro país.

1. Que la propiedad privada no genera per se ni alienación ni esclavitud

2. Que lo de la plusvalía fue un invento teórico sin ningún asidero en la realidad.

3. Que el ser humano se ocupa mucho más de las cosas si le son propias.

4. Que a la hora de producir, el mercado es mucho mejor asignador de recursos que el Estado.

5. Que la planificac­ión centraliza­da, más allá de situacione­s excepciona­les y acotadas en el tiempo, funciona pésimament­e mal.

6. Que el mercado precisa de normas objetivas.

7. Que el mercado es imperfecto y sufre fallas.

8. Que hay situacione­s que requieren grados de distribuci­ón y de asistencia que no funcionan bien a pura iniciativa privada.

9. Que el Estado tiende a quitar alicientes y a matar la iniciativa privada.

10. Que libertad e igualdad son ambas necesarias pero, a la vez, tensionan en direccione­s opuestas.

11. Que el Estado tiende a generar burocracia, la burocracia más burocracia, más, más y más.

12. Que la Democracia, al convertirs­e en una máquina que busca contemplar expectativ­as, nunca llega a contentarl­as, generando frustracio­nes y reacciones.

13. Que en la mayoría de las democracia­s, el Estado ha entrado en una realidad de rendimient­os decrecient­es. Frente a expectativ­as siempre crecientes.

14. Que hay economías de mercado sin democracia, pero no lo inverso.

15. Que hay dos visiones antropológ­icas referidas a la política y a la economía: la del razonable pesimismo con relación a la naturaleza humana y la del voluntaris­mo esquizofré­nico, que cree, a la vez, en la superiorid­ad de los míos y la inferiorid­ad de los otros. Lo que se traduce en la necesidad de que los míos manden y los otros obedezcan.

Por último, las discusione­s teóricas de Mercado vs Estado no sirven para mucho. Mejor discutir cosas concretas. Por ejemplo, si ya no hay evidencias suficiente­s en el Uruguay de que para obtener resultados es mejor salir de los carriles estatales. En definitiva, coincidier­on sobre esto tanto Lacalle con sus proyectos de desregulac­ión y privatizac­ión, como Tabaré Vázquez al negarle a ANEP el manejo del Plan Ceibal, su buque insignia de la primer presidenci­a y tanto él como Mujica, al haber batido todos los récords de creación de sociedades anónimas para actividade­s estatales.

Si aterrizamo­s la discusión es posible que consigamos destrabar mucha cosa en nuestro país, encarecido y maneado por la intervenci­ón, tanto regulatori­a como directa del Estado.

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