El Pais (Uruguay)

La última guardia en Casa de Galicia

Entre llantos y abrazos, los últimos funcionari­os y pacientes se despidiero­n de la institució­n

- JUAN IGNACIO DA SILVA

En la puerta de la emergencia, un candado. De un lado hay vallas y del otro quedan los últimos funcionari­os. Son las 22:02 y, en el subsuelo de Casa de Galicia, están Adriana, Analía y Noelia. Trabajan con los pacientes pediátrico­s y, aunque ya sabían de este desenlace, parecen no entender lo que está pasando, por qué se tienen que ir así, por qué la policía valló la calle. Lo que sí entienden es que Casa de Galicia pasó a ser parte de la historia.

—Fui a atender al consultori­o y estaba cerrado— dice la primera de ellas.

—Fui a agarrar el aparato para tomar la presión y no estaba — agrega la segunda.

La tercera no habla. Se toca los ojos sin saber que no va a poder contener las lágrimas por mucho rato más.

Arriba, en la recepción, Silvia posa para una foto con un ramo de flores en la mano. “Me voy llorando, pero con la alegría de las flores”, dice antes de darse vuelta y cruzar la puerta. Junto a ella, un busto de Artigas y una pintura llamada: “El emigrante o el adiós”; en ella se ve a una familia gallega, y esta noche los pasillos de la mutualista replican esa obra una y otra vez.

—Tengo mi vida acá. El padre de ella fue mi primer paciente, hace 31 años— dice Silvia mientras señala a una compañera.

También está Carla, la recepcioni­sta. Ella nació acá, como sus hijos y su hermano. El último falleció también en Casa de Galicia.

—Es una familia que se va de su casa— comenta mientras camina hacia la emergencia pediátrica, en donde están Adriana, Analía y Noelia.

Adriana tiene una camisa con estampado de flores y regaderas que, aunque no tengan agua, mantienen los colores vívidos. Es pediatra y trabaja acá desde hace 19 años. Estaba comprando los regalos de Navidad cuando se enteró, por Whatsapp de que Casa de Galicia cerraba.

A Noelia le pasó lo mismo, y al principio pensó que era una fake news: 25 años de trabajo y que la echaran de esa forma “no era concebible”, dice.

Se emocionan hablando sobre cómo esa noticia cambió el vínculo entre los empleados y los socios. Muchos vinieron a despedirse, muchas madres lloraron al despedir al pediatra de sus hijos. Incluso hay un grupo de Facebook en el que algunas familias se preguntan cómo hacer para que ciertos doctores trabajen en las mutualista­s a las que ellas fueron asignadas

—El otro día se agendó una paciente por otitis y resultó que solo quería despedirse. Pensó

“Cerraron una mutualista como quien cierra una panadería”.

qué decir para que no la mandaran a hisoparse— agrega Analía, que trabaja acá hace 10 años y esta es su última guardia en la emergencia pediátrica.

Son casi 40.000 lo socios que tuvieron que ser distribuid­os entre el Hospital Evangélico, el Círculo Católico, Cudam, Crami y Universal. Sin embargo, ni Adriana, ni Noelia, ni Silvia, ni Carla saben si van a recuperar el trabajo. Tanto para los funcionari­os médicos como para los no médicos, no son tantas las certezas.

Afuera hay vallas, bancos en las puertas para bloquearla­s y también candados. En los pasillos hay abrazos, silencios, lágrimas, más silencios y muchas anécdotas. Es demasiado lo que se llevan, pero también todo lo que aquí se queda. Y esto va más allá de lo emocional.

—Yo me llevo el cartelito de la policlínic­a— dice Adriana mientras muestra una foto.

Noelia cuenta qué hizo con los peluches que estaban en la emergencia. Cuenta que los lavó y los donó a una iglesia, y se quiebra. Dice que horas antes la paró la Policía en la entrada preguntánd­ole a dónde iba. “A trabajar”, les respondió.

Sus compañeras hablan de que parte del mobiliario lo compraron con dinero recolectad­o a través de una colecta y que ahora lo van a donar a un CAIF. Pero un mensaje interrumpe a Analía.

—Dicen que hay que mandar una constancia de voto a tesorería, ¿me estás jodiendo?

—Si ni siquiera cobramos— le responde Adriana, que se le escapa una risa por lo absurda que ve a la situación.

En ese momento, aparece una señora y ofrece chocolate. Ella dice que es bueno para el alma, pero ninguna acepta. El nudo en el estómago es grande.

—Esto es casa de Galicia. Es una familia, no pasa en ningún otro lugar— comentan.

Muchos pasaron su vida acá y son hijos de funcionari­os; otros se incorporar­on hace no tanto. Todos se quieren quedar.

—Yo me veía jubilada acá—, comenta Fátima, nurse del Centro Intensivo de Pediatría (CIPE). Está recostada sobre su lado derecho en un sillón del cuarto piso, rodeada por sus compañeras y láminas de personajes de Disney.

Algunas luces están encendidas, pero el ambiente es algo oscuro. Las bolsas repletas de materiales se amontonan en la entrada, mientras otras continúan llenándose. En una de las paredes hay un cartel de agradecimi­ento.

Fátima cuenta que esta institució­n le abrió las puertas a mucha gente sin experienci­a, como lo era ella. Ese también fue el caso de Sandra, que antes de dedicarse a la salud trabajaba en una panadería. Para ella, la forma en la que se cerró la mutualista fue poco humana.

—Cerraron una mutualista como quien cierra una panadería—, agrega mientras vacía un locker en donde tenía “su vida”.

De fondo llora una niña: es la última que queda en el CIPE. El resto fue trasladado en el correr de la semana. La niña llora como si supiera lo que está ocurriendo.

En el segundo piso quedan 14 pacientes más, según cuentan ellas. Son los únicos además de la niña, pues los Institutos de Medicina Altamente Especializ­ada (IMAE) seguirán funcionand­o hasta el 15 de mayo. Un piso más abajo está Álvaro, el conserje. Lleva puestos championes de fútbol cinco y se encarga de abrir y cerrar una puerta que, de a poco, se convierte en solo una salida. Para él, este lugar es Galicia y, que lo cierren, es como si lo estuvieran matando, sostiene.

Los carteles del mostrador dicen: “En la próxima ventana lo atenderán”.

Pero nadie sabe cuál va a ser la próxima. Álvaro camina hacia una virgen que se encuentra en uno de los pasillos, repleta de rosarios, y apoya su mano en la vitrina.

—Esta (por la virgen) nos salvó unas cuantas veces, pero no creo que nos salve ahora— expresa.

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CLAUSURA. Fueron casi 40.000 los socios que fueron distribuid­os entre el Hospital Evangélico, Cudan, Círculo Católico, Crami y Universal.

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