El Pais (Uruguay)

OSCAR MARTÍNEZ Tres estrellas en pieza divertida

El argentino habla de Competenci­a oficial, su película con Banderas y Penélope Cruz

- FERNÁN CISNERO

Competenci­a oficial, la nueva película de los argentinos Gastón Duprat y Mariano Cohn es un poco pretencios­a, sí. Pero también es muy graciosa. Tiene además un elenco transoceán­ico que incluye dos estrellas mundiales, Penélope Cruz y Antonio Banderas, y una hispanoame­ricana, Oscar Martínez.

Acá, el argentino, que vuelve a trabajar con la misma dupla de El ciudadano ilustre —que le dio el Oso de Plata en Berlín— interpreta a una de las mitades del duelo que da título a la película.

Es Iván, un actor “caracúlico”, como lo define a El País, que viene del teatro serie y comparte protagonis­mo con Félix (Banderas), un actor que viene de Hollywood y es bien frivolón. Esos opuestos tan opuestos son explotados por Lola (Cruz), una directora excéntrica que es contratada por un millonario que quiere dejar un legado en forma de película.

Lo que sigue es una sucesión de torturas divertidas en nombre del método de la directora y una pelea a muerte entre dos maneras de ver la actuación. Como reconoce el propio Martínez, el rodaje fue muy distendido y eso se traduce en una comedia muy eficaz con algún giro sorpresivo.

Sobre Competenci­a oficial, por qué Iván no se parece en nada a él y la escuela actoral argentina, Martínez habló, vía Zoom, con El País. de quien no me queda claro qué piensa de la actuación, pero sí que es un resentido y un hipócrita que envidia lo que critica en el personaje de Félix (Banderas). No me siento identifica­do. Además es muy rígido y aunque no se lo ve a hablar mucho de actuación, con las pocas cosas que dice yo no coincido para nada. Es un problema que tiene la película, por lo visto. De hecho, el que más colaboró para que el personaje de Antonio fuera así fue el propio Antonio quien agregó mucho sobre el material y puso ideas. Yo lo conozco Antonio y la de Félix es una imagen muy falsa de él que sólo puede tener alguien que no lo conozca: es muy culto, nada frívolo, muy inteligent­e y muy sensible. Y Félix, la verdad es un adoquín. E Iván es muy antiguo, se quedó en los años 70 y parece tener conceptos muy rígidos y elementale­s sobre el tema de la actuación.

—Bueno pero él es Hollywood y usted viene del teatro independie­nte porteño...

—Pero yo ni siquiera en el 70 era así. Hubo ciertos eslogan, ciertas viñetas culturales y políticas que yo nunca terminé de comprar aún cuando tenía veintipico. Y después bueno para bien y para mal, la historia que viví desde entonces me dio la razón.

—¿Cómo ha cambiado el acercamien­to de las nuevas generacion­es a la actuación? ¿Los muchachos quieren ser Iván o Félix?

—Creo que hoy no es que no haya gente con verdadera vocación o jóvenes que se tomen más seriamente esta mucho éxito. Jamás lo permití incluso entonces cuando no era un actor instalado como para decir con este no trabajo. He enfrentado en alguna ocasión a ese tipo de personalid­ades psicopátic­as. El personaje de Lola es un colmo —porque en la película está todo llevado al límite— y es una perversa. Los convoca sabiendo que son dos personas que se detestan y luego no conforme con eso los manipula y estimula esta confrontac­ión porque cree que eso va a ser útil a la a la historia que quiere contar que es la de dos hermanos que se odian. Y los somete incluso a humillacio­nes de orden personal.

—¿Esas cosas funcionan?

—No creo en ese tipo de metodologí­a de trabajo es más pienso exactament­e lo contrario todo lo contrario y lo tengo probado por lo menos en mi experienci­a profesiona­l. Siempre que he trabajado en cine lo hice con directores que aman a los actores y crean un clima lúdico.

—¿Qué le seduce de un proyecto?

—Que sea un desafío, siempre me resulta atractivo. Y que la lectura del guion en primerísim­o lugar, me atrape, me seduzca, que piense que me gustaría ver esa historia sentado en la platea. Y teniendo en cuenta también que es un trabajo colectivo, ver quién dirige, con qué colegas va a ser, qué respaldo tiene la producción. Una vez que todo eso está más o menos en orden, me involucro en un proyecto. Igual siempre es un salto al vacío, un desafío de no saber cómo va a ser porque si lo supiéramos hasta se perdería el encanto.

—Acá se daba todo eso…

—Con Gastón y Mariano tengo la experienci­a de El ciudadano ilustre que es digamos mi película icónica, por lo menos hasta hoy de la que me hablan en todo el mundo y que nos dio tantas satisfacci­ones tanto a ellos como a mí. Volver a trabajar con ellos para mí ya era un placer y en una propuesta de esta envergadur­a con dos figuras del star system mundial y grandes profesiona­les era muy tentador, Lo pasamos muy bien, la verdad, haciendo algo donde nos reímos de nosotros mismos. Hubo muchísimas tomas que hubo que interrumpi­r porque nos tentábamos. La del primer ensayo donde Penélope me hace repetir dos palabras, la escena de la piedra, la del ejercicio de insultarno­s. O se tentaba él o me tentaba yo.

—Los actores argentinos son muy codiciados en España, por ejemplo. ¿Existe una escuela de actuación argentina identifica­ble?

—Hay una tradición que empezó en los años 60, no antes, con ciertos actores formados cuyo desenvolvi­miento profesiona­l es bien visto y elogiado. He estado en el festival de Berlín, en Cannes, en Venecia y en todas partes se nos habla del actor argentino muy conceptual­mente. La primera piedra fue Hedy Crilla, discípula directa de Stanislavs­ky que llevó su trabajo a Argentina. Y de ahí salió mucha gente que cuando yo empecé a estudiar eran jóvenes pero ya tenían prestigio: Gandolfo, Alezzo, Gené. Eso era una corriente que obedecía a una escuela que privilegia­ba la verdad como algo vital en el fenómeno escénico. Y eso dejó, hasta mi generación y un poco más, una corriente de gente. Además de cierta condición histriónic­a natural que viene de la sangre italiana. Y a eso se suman actores intuitivos como Luis Sandrini, que para su época era muy moderno.

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