El Pais (Uruguay)

El argentino que conquistó a HBO con una serie hecha acá

- BELÉN FOURMENT

Gustavo Taretto escribe una historia y la ubica a dos cuadras de su casa, en la porteña calle Bonpland: fantasea con cerrar la puerta del hogar, caminar 200 metros y estar en su propio set de filmación. Entonces la bautiza

Bonpland e imagina caras, nombres, voces para darle vida.

Algunos años después, en 2016, le presentará el proyecto de esta, su primera serie de televisión, a HBO. Se irá de la reunión con una buena sensación, pero no recibirá respuesta hasta pasados dos años y medio. Para entonces, cuando le avisen que hay luz verde, todo habrá cambiado. La cadena querrá que la ficción sea mexicana y entonces Bonpland se convertirá en

Ámsterdam, que tomará su nombre de una de las avenidas más singulares de toda Ciudad de México: una calle continua con la forma de lo que alguna vez fue un hipódromo y hoy es una colonia cool.

Taretto aceptará el desafío sin saber, todavía, que esa serie que debía ser argentina y que está a punto de convertirs­e en mexicana, terminará siendo producida y en gran parte filmada en Montevideo, Uruguay, en el peor punto de la pandemia del coronaviru­s.

Ámsterdam, que se estrenó el 20 de marzo en HBO y el streaming HBO Max, es el último trabajo del director argentino que cautivó con su ópera prima Medianeras, hace más de una década; que luego hizo la película Las insoladas (2013) y que lleva años dirigiendo publicidad. Esta es su primera serie completa; después no sabe qué vendrá.

“Supongo que me encantaría volver a tener 30”, dice Taretto, de 56, en charla con El País en un fugaz paso por Montevideo. “Es un momento muy de crisis; tenés un montón de dilemas morales. Hay muchas más presiones de la adultez, y por detrás viene una generación que rompe con todo. Y los de 30 están ahí, no queriendo parecerse a los más grandes y muy amenazados por lo que viene”.

Algo de eso es lo que se cuenta en estos 10 episodios que giran alrededor de Nadia y Martín (Naian González Norvind y Sebastián Buitrón), actriz y músico al borde de la debacle amorosa y con un perro, Ámsterdam, recién adoptado y que será un punto de inflexión en toda esta historia. La producción es de la uruguaya Cimarrón y todo lo que ocurre en el precioso apartament­o de está pareja millennial, fue filmado en un decorado en el barrio de Reducto. Algún espectador afinado podrá reconocer a la Sala Camacuá en una escena de un casting, pero por lo demás, Montevideo es invisible. El cine y las series pueden lograr ese tipo de magia.

—Ámsterdam

es un estilo de serie, una comedia romántica, que no se ha desarrolla­do tanto en América Latina. ¿Qué implica ese desafío para un autor?

—Yo soy bastante relajado y no tengo preocupaci­ones en términos de si va a funcionar o a qué se va a parecer. Lo hago todo muy relajado, feliz e involucrad­o, y le pongo un montón el cuerpo. Tengo la ventaja de que había hecho Medianeras, y este proyecto tiene mucho en común con ese universo. Y después hago lo que siempre me gustó: falsas comedias románticas, porque el amor no triunfa como en todas; es un amor con dudas, avances, retrocesos, entonces fue muy intuitivo todo el proceso.

—La historia iba a transcurri­r en Argentina y luego se tuvo que “mexicaniza­r”. ¿Cómo se dio esa transforma­ción?

—Cuando hice Medianeras pensé: “¿A quién le va a interesar una película tan porteña?” Y funcionó increíblem­ente bien en algunos países. Y esta serie se llamaba Bonpland y sucedía a dos cuadras de donde vivo, pero HBO quiso hacerla mexicana porque, entre otras cosas, creían que no había un tipo de material así en México. Al principio me desconcert­ó, pero fue muy desafiante sostener el espíritu, desarmar todo el sistema de confianza que ya tenía en la cabeza y abrirme a otras personas. Y a todo eso se le sumó el hecho de que la mitad del rodaje fue en Montevideo.

—Las ciudades son protagonis­tas de tus proyectos, pero además del espacio físico hay un marco*

que lo da el propio contexto: si era el amor en la era virtual, es el amor en la

Ámsterdam

era millennial…

—Totalmente. Y un objetivo creativo era que la serie tuviera algo de fábula. Todas las emociones son muy reales, naturalist­as en algún sentido, pero hay algo que no es naturalist­a y tiene una idea de universo, de burbuja, de paleta de colores y un vestuario con mucha personalid­ad. Quisimos que tuviera algo de fábula urbana.

—Ese aspecto me llevó a más allá del punto de contacto con esta pareja de artistas con proyectos de vida incompatib­les. Hay algo de universo definido.

Land,

Medianeras

La La

—Ahora que lo decís, me acuerdo de mi angustia cuando salió La La Land, porque yo presenté el proyecto a HBO antes, y cuando leí la sinopsis creí que se me había caído todo Ámsterdam. Pero después es otra cosa. Sí tiene eso del universo, muy cuidadoso y consistent­e en la manera en que está hecho. Y eso me gusta del cine: cuando toda la conjunción de arte, fotografía, música, se amolda de una manera para generar algo propio.

—¿Qué fue lo más engorroso de hacer que la serie pudiera ser rodada y producida en Uruguay?

—Ámsterdam tiene dos personas claves que son uruguayas, y para mí es como si el proyecto lo hubiésemos hecho los tres, espalda con espalda: Gonzalo Delgado, el director de arte, y Bárbara Álvarez, la fotógrafa. Especialme­nte con Gonzalo hicimos una investigac­ión muy grande desde México, con gente de allá, y después hicimos todo muy a lo Río de la Plata: contactar mucha gente por Instagram, meterse en todos los Airbnb que se podía, y nos hicimos una idea de México. Y acá se buscaron locaciones. Uruguay arquitectó­nicamente es una maravilla y no fue difícil eso. Pero acá se hizo puro interior. Fue una decisión muy ambiciosa. Filmamos en el peor momento de la pandemia en Uruguay y fue muy difícil.

—¿Cuánto condiciona­ron o afectaron la pandemia y los protocolos a tu rol de director?

—Yo soy neurótico con las enfermedad­es, muy fóbico con el cuerpo. Tengo un tema cardíaco y pensé que me iba a morir desde que empezó la pandemia. Estuve tres meses sin salir de mi casa, ni siquiera al ascensor; estaba asustadísi­mo. Obviamente la primera pregunta es: ¿puedo tener tanta mala suerte de haber esperado cinco años y que resuelvan hacer la serie cuando el mundo está en este caos? Tuve que hacer el casting por Zoom, y cuando llegué acá llegué con casco, dos barbijos, parecía el niño burbuja. Y después se me fue. Porque lo más importante de la serie son los actores, los personajes, y yo no puedo estar distante de ellos.

—Antes hablamos de cómo es hacer una serie de comedia romántica en un continente que las produce poco. ¿Cómo es hacer una serie, a secas, en un momento como este, de hiperprodu­cción?

—Entiendo que para la gente de la industria es muy bueno este furor, porque es mucho trabajo y son muchas horas de vuelo.

—¿Y para un autor?

—Hoy hay mucho de: “¿Qué fue éxito? ¿Luis Miguel? Bueno, vamos a hacer biopics”. Creo que las networks están pensando en un único tipo de espectador cuando hacen las cosas, y el mundo de las series es una zona de batalla entre la gente del cine y la televisión. La televisión ha fracaso, está perdiendo audiencia de una manera vertiginos­a, y la gente del cine también está perdiendo público, y el punto de encuentro son las series. Y la gente de la tele quiere que se filme como tele, y la gente del cine quiere que se filme como cine, y hay cosas que hay que aceptar. Yo tengo una hija de 23 años que puede ver una de Tarkovsky en la computador­a y no necesita verla en el cine para conectar, para hacerse preguntas. Y en esa batalla, la televisión quiere darle a la gente lo que la gente quiere, y el cine es mucho más experiment­al en muchos aspectos. El gran error sería querer hacer proyectos que se parezcan, copiar fórmulas, porque si no, todo sería un éxito. Y hay mucho de ingobernab­le en por qué algo funciona y por qué no funciona. Lo que yo quiero es hacer proyectos que tengan personalid­ad.

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