El Pais (Uruguay)

Más allá de las ganancias

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En 2015, se descubrió que una reconocida marca de vehículos violaba las normas de protección ambiental de EE.UU. Uno de sus modelos emitía altos niveles de óxido de nitrógeno, un gas altamente venenoso, lo que implicó que tuviera que retirar del mercado unos 482.000 autos. El escándalo aumentó cuando se comprobó que estos modelos estaban equipados con un software que dificultab­a la detección de estos gases, lo que permitía que estos vehículos pasaran las pruebas sin problemas. Más grave aún, se identificó que otros 11 millones de vehículos de esa misma marca estaban equipados con este software. Como resultado, la empresa tuvo que pagar una multa de más de US$ 25 mil millones y un costo reputacion­al inconmensu­rable.

En una encuesta de Gallup en EE.UU., los encuestado­s que sostienen tener poca o ninguna confianza en las grandes empresas aumentaron del 27% en 1997 al 34% en 2019. La idea del capitalism­o salvaje y del afán de aumentar las ganancias a costa de consumidor­es o empleados, lejos de disminuir, aumenta.

No es raro que suceda. A lo largo de los años, el principio rector de la mayoría de las empresas ha sido maximizar las ganancias, con la mirada puesta casi únicamente en los accionsita­s. Estas prácticas dieron lugar en algunos países a una mayor intervenci­ón del gobierno, como por ejemplo, a través de políticas públicas antimonopo­lio. Pero con el pasar de los años, fueron los accionista­s y las otras partes relacionad­as de toda la cadena de valor, los que lograron un verdadero cambio.

Es la presión de los consumidor­es y empleados los que están llevando a las empresas a tener modelos de negocios en torno al bien social, porque nos estamos dando cuenta que las empresas tienen un poder monumental para crear un cambio real en los problemas sociales, mientras que generan ganancias.

El concepto de valor compartido, eso de mejorar la competitiv­idad de una empresa al mismo tiempo que las condicione­s económicas y sociales del entorno, está cada vez más presente.

El consumidor actual no solo exige sobre el costo o la calidad de los productos que compra. También necesitan conocer los costos morales involucrad­os, la reputación, la cultura de la empresa y el trato a socios y empleados.

Es así como en los últimos años las empresas tomaron un rol protagónic­o en los factores ambientale­s, sociales y de gobernanza, también conocidos como ESG, métricas que cubren un amplio espectro de problemas que generalmen­te no forman parte del análisis financiero, aunque tengan impacto financiero.

El término ESG se encontró por primera vez en el informe Who Cares Wins de la ONU y del gobierno suizo y desde entonces se ha vuelto referencia. Pero no se trata sólo de altruismo: según la universida­d de Oxford en 2015, las prácticas de ESG dieron como resultado un mejor desempeño operativo en el 88% de las empresas. Según Mckinsey, en 2020 solo el 7% de los ejecutivos de Fortune 500 creían que las empresas debían centrarse principalm­ente en obtener beneficios y no distraerse con objetivos sociales. Cuestiones como la desigualda­d de ingresos, el cambio climático y cuestiones raciales y de género han llegado la vanguardia en las grandes empresas, logrando beneficios mucho más allá de las ganancias.

Las empresas tienen un poder monumental para crear un cambio real en los problemas sociales.

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